Serie fiesta de boda, Silvia Ocampo

No se preocupe; no hay peligro. La televisión
(lo ha demostrado a lo largo de su penoso
calvario antichavista de los últimos
siete años) no moviliza a quien no esté de
antemano ganado para la movilización. Ni
siquiera es determinante para motivar el
consumo de productos masivos para los
cuales resulta indispensable alcanzar a esos
millones de potenciales consumidores, si
consideramos la exorbitante inversión publicitaria
que tienen que hacer en forma
permanente las grandes corporaciones que
anuncian sus productos a través de la televisión
para medio mantenerse en sus niveles
de venta.

Lo que explica los comerciales
de restaurantes, es que son un simple
intercambio de espacios publicitarios por
consumos para los ejecutivos de los canales
que, en su mayoría, ocupan infinidad
de horas en la ingesta de bebidas espirituosas
en esos lugares como mecanismo para
el logro de sus negocios. Pero, el que no se
haya conocido hasta ahora una avalancha
humana acudiendo simultáneamente a un
mismo restaurante, es (con perdón de la ortodoxia)
demostración irrefutable de la escasa
capacidad de movilización del medio
televisivo.

Pregúntese usted: ¿Si la televisión fuese
tan poderosa como ella ha querido hacernos
ver (y como ella, por lo menos en la
Venezuela de hoy, cree que es) por qué las
marcas que anuncian en ella se ven obligadas
a invertir adicionalmente tantas y tan
cuantiosas sumas en publicidad exterior,
prensa, trípticos, material P.O.P., franelas,
eventos de lanzamiento, exposiciones, festivales,
promociones… y pare usted de contar?
¿Por qué los propios canales tienen que
invertir a cada rato en gigantescas campañas
publicitarias en medios que en principio
debieran ser sus competidores naturales?
Simplemente porque la televisión per
se, a diferencia de lo que ella ha pretendido
obligarnos a creer, no es un medio de transformación
sino de información. La transformación
no surge ni de la teoría, ni del
discurso, ni de la fama incluso de los gestores
del proceso que a través de los medios
se promueva, sino de la acción a la cual
logren estos asociarse.

Demostración irrefutable de ello es la
fortaleza que Chávez ha logrado mantener
en el afecto popular durante más de siete
años, a pesar de la despiadada guerra que
en su contra han orquestado los medios privados
(fundamentalmente televisivos) del
país a lo largo de todo su gobierno.
Chávez ó la TV ¿quién hizo a quién?
Contrario a lo que mucho analista pudiera
dictaminar hoy, no es por sus apariciones
en televisión que Chávez ha logrado esa
popularidad que a estas alturas ostenta
como verdadero record en la historia política
del país (y de buena parte de Latinoamérica),
sino por el uso que ha hecho de
ese medio para comunicar el avance y la
tangibilidad de su propuesta revolucionaria
a un colectivo tradicionalmente despreciado
por los ejecutivos de televisión por
no constituir lo que entre ellos denominan
"sector de poder adquisitivo".

La diferencia fundamental entre
Chávez y los mandatarios de la cuarta república
no es la contundencia, originalidad
o viabilidad de su propuesta política
(ni siquiera su capacidad oratoria ó histriónica),
sino la exacta sincronización de su
discurso televisivo con la cristalización
progresiva de obras y programas sociales
consistentes emprendidos por él, y que de
alguna u otra forma benefician a las grandes
mayorías de la población.

Es decir, ha
usado los medios de comunicación para lo
que deben ser usados desde el ámbito gubernamental;
para informar la evolución de
una obra sustantiva (que en el caso de la
propuesta de Chávez llega a más gente incluso
que a la que eventualmente puede
llegar la televisión) y no para regodearse
en el simple echo de la palabra o para anunciar
obras inexistentes, como era usual en
el país desde los orígenes mismos de ese
medio radioeléctrico (solamente la Misión
Barrio Adentro, que lleva salud gratuita a
más de 14 millones de venezolanos, triplica
en alcance lo que puede lograr en su mejor
momento el canal de mayor "rating" en el
país).

La televisión, como hemos dicho, está
habituada a hablarle a un pequeño sector
de la sociedad, y en eso estriba su imposibilidad
de calar entre los sectores más pobres
de la población, pero también para ese
sector de alta categoría pierde toda credibilidad
cuando incumple recurrentemente
su promesa de brindarles un presidente acorde
a sus verdaderos intereses de clase. Pierde
terreno incluso frente a sus propios
anunciantes a quienes pretende seguir manteniendo
en la ruin dependencia en que los
ha tenido haciéndoles creer que de no usarle
como medio publicitario podrían disminuir
sus ventas, cuando muchos de ellos
conocen hoy las severas limitaciones que
ese medio encarna. La presencia desmesurada
de anunciantes de todo tipo en un canal
como Globovisión (que no llega efectivamente
sino a un pequeño porcentaje del
público que ellos requieren) obedece más
a un chantaje de tipo político que a una
eficiente estrategia de mercadeo.

De modo que la televisión venezolana
lo que tiende es a ser un fiasco. No sólo
por la expresa mediocridad e incompetencia
de sus gerentes en el logro de su propio
negocio, sino como operaria seudo política
(sostengo que los medios, en esencia, no
han pretendido sustituir a los partidos políticos,
sino recuperar la inversión publicitaria
del Estado mediante la sustitución de
un presidente que no invierte en ese rubro
por otro que sí lo haga) que se atrevió a
asegurarle al sector opositor venezolano
que le conseguiría el respaldo popular que
éste necesitaba para derrocar a Chávez, y
que después de siete largos años de lucha
insurreccional lo que apenas ha logrado
hacer es mantener una tibia esperanza
antichavista en un sector cada vez más frustrado,
desintegrado y reducido.

Por qué suicidarse con los medios
El patético cuadro puesto en boga por la
televisión privada venezolana, en el que
de manera cada vez más invariable aparece
en un "set" de símbolos descoloridos un
declarador político anunciando intrascendencias,
rodeado por un bochornoso
número de personas anónimas haciendo
esfuerzos de lujación por figurar y que más
que dirigentes de cualquier cosa parecen
las lastimosas ánimas en pena de sus propios
ancestros fracasados, evidencia
crudamente la dramática realidad en la que
fueron sumiendo los medios privados a lo
que quedaba de los partidos políticos del
viejo estamento.

El afán de la oposición venezolana
por aparecer ante las cámaras por cualquier
motivo, incluso para contradecirse a sí misma
la mayoría de las veces, como lo hizo
tan vergonzosamente los días previos a la
elección de diputados a la Asamblea Nacional,
fue, por supuesto, el aditamento
perfecto para que los medios asumieran sin
titubeos el compromiso de asegurarles la
popularidad que requerían para salir de
Chávez (No pretendo, por supuesto, excluir
de aquí a los miembros del oficialismo,
como se ha dado en llamarlos, que de manera
por demás obscena incurren en la misma
práctica de pantallerismo, sin que en
modo alguno existan razones
comunicacionales que lo justifiquen y sin
tomar en cuenta el daño que esto ocasiona
al perfil y a la ética del proceso revolucionario,
menos aún cuando en su caso sí es
posible mensurar un permanente trabajo de
calle).

Fue así como los políticos de los partidos
tradicionales vendieron sin rubor alguno
su alma al diablo y se entregaron con
lascivia a la fastuosa comodidad aire acondicionada
de los estudios de televisión, en
la creencia ciega de que no haría falta nunca
más volver a ese pasado de incómoda
ignominia que para ellos representó siempre
el subir cerros y llenarse de sudor de
pobres.

Por eso en la terrible torpeza política
que significó su renuncia al juego democrático
con el retiro de sus candidaturas a la
Asamblea Nacional, lo que en efecto había
era un soterrado reclamo de la oposición a
quienes, con su ofrecimiento de supuestas
redenciones sociales imposibles para ellos
de cumplir, les hicieron perder la posibilidad
de asegurar por lo menos un espacio en
el nuevo tiempo de realidades que el país
construye hoy de la mano de un líder que sí
supo usar los medios para lo que era provechoso
e importante para su pueblo.

No nos engañemos, quienes fracasaron
esta vez (¡una vez más!) fueron los canales
golpistas… los políticos.