La ONU advirtió 10 veces en el lapso de 6 horas al alto mando israelí sobre el peligro que corría un puesto de cascos azules en la zona del sur del Líbano que su fuerza aérea bombardeaba intensamente el miércoles 25 (El País, 27/7/06).
Los militares de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) prometieron cesar el fuego, pero una cosa son palabras y otra, hechos: un misil de precisión made in USA mató a 4 efectivos desarmados de la Finul (Fuerza Interina de la ONU en el Líbano). ¿Serían terroristas? El puesto de observación estaba perfectamente identificado y era perfectamente identificable. Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, consideró que el ataque israelí fue “aparentemente deliberado” y lo calificó de “trágico asesinato”. Para el primer ministro Ehud Olmert, se trató de “un error”.
Claro que hay errores y errores.
Unos días antes de esas muertes, personalidades destacadas de Israel celebraron en Jerusalén el 60 aniversario de... un acto terrorista: la voladura parcial del Hotel King David el 22 de julio de 1946. Palestina era entonces un protectorado inglés, en un ala del hotel residía el alto mando militar británico y el atentado fue obra de la Irgun.
Menahem Begin, jefe de esa organización judía, siempre adujo que era un luchador por la libertad de su país, no un terrorista, porque, entre cosas, nunca había perjudicado a civiles. Pero en ese atentado –aprobado por Ben Gurion– murieron 28 británicos y 63 civiles, 41 árabes, 17 judíos y 5 de otras nacionalidades.
Ningún gobierno de Israel lo ha condenado hasta el presente. Antes, por el contrario.Los que homenajearon el atentado “asumen que un luchador por la libertad es una buena persona y que un terrorista es una mala persona" –señala Tom Segev en el diario israelí Ha’aretz (23/7/06).
Casi todo terrorista se autodefine como un luchador por la libertad y viceversa: los luchadores por la libertad son calificados de “terroristas”. Agrega que el ex primer ministro israelí Benjamín Netanyahu afirmó en la ceremonia que “la diferencia entre una operación terrorista y una acción militar legítima se expresa en el hecho de que los terroristas tratan de dañar a los civiles, mientras que los combatientes legítimos tratan de evitarlo”. La captura de soldados israelíes por Hamas y Hezbolá sería entonces legítima. Y ni los 800.000 civiles libaneses obligados a huir de sus hogares ni, si pudieran hacerlo, los 400 civiles libaneses muertos ni los palestinos que las FDI siguen matando en la Franja de Gaza pensarán que los ataques israelíes contra la población entran en la categoría “acciones militares legítimas”. La historia de las FDI está plagada de “errores”.
El fusilamiento de 200 civiles palestinos contra los muros del cementerio de Tantura el 15 de mayo de 1948, cuando una guerra aseguraba el establecimiento del Estado de Israel, sería entonces un error. Otro, la matanza de más de 100 civiles palestinos en Deir Yassin, el 9 de abril de 1948. Otro más, la demolición de la aldea de Qibya y la muerte de 70 civiles palestinos por efectivos al mando del ex primer ministro Ariel Sharon el 14 de octubre de 1953. O la matanza de 48 árabes –incluidos 6 mujeres y 23 menores de 8 a 17 años– en la aldea árabe-israelí de Kafr Qasim el 29 de octubre de 1956. O la de 140 refugiados palestinos y 135 habitantes locales desarmados de Khan Yunis en Gaza el 3 de noviembre de 1956. Y otro error, el asesinato inconcebible de 1500 a 3500 refugiados palestinos en Sabra y Chatila, perpetrado por milicias de cristianos maronitas el 16 de septiembre de 1982 al amparo de las tropas israelíes que habían rodeado los dos campos, ubicados en territorio libanés. Y aun otro, el ataque de artillería del 18 de abril de 1996 contra la sede de los Cascos Azules en Qana, al sur de Tiro, donde se habían refugiado unos 800 civiles libaneses de los que 106 dejaron de vivir.
La ocupación israelí del sur del Líbano de 1982 al 2000 dio nacimiento a la guerrilla de Hezbolá, que combatió y echó al ocupante. Aplicando la teoría de Netanyahu, Hezbolá, como el Irgun judío, podría considerarse una organización que lucha por la libertad contra un Estado terrorista. Cabe aclarar que Hezbolá es además un movimiento político y social que ocupa el 18 por ciento de las bancas del Parlamento libanés y dos ministerios en su gobierno, que sostiene una red de escuelas y hospitales y que desarrolla numerosos proyectos microeconómicos y de infraestructura destinados a reconstruir el Líbano después de esa primera ocupación. Los bombardeos han logrado que el 96 por ciento de chiítas, el 73 por ciento de sunnitas, el 55 por ciento de cristianos y el 40 por ciento de drusos del Líbano aprueben el secuestro de soldados israelíes, según una encuesta que el Centro de Investigaciones e Información llevó a cabo en Beirut.
La muerte de civiles israelíes por atentados suicidas –a los que Israel supo ponerles coto– y la muerte de decenas de civiles israelíes por los Katyushas de imprecisión iraníes que arroja Hezbolá sobre Haifa y otras ciudades, son absolutamente repudiables. Pero la desmesurada respuesta de Tel Aviv en Líbano y Gaza tiene otras explicaciones. El profesor Gerald Steinberg, de la Universidad israelí de Bar-Ilan, asegura que “en cierto sentido, la preparación (del ataque al Líbano) comenzó en mayo del 2000, inmediatamente después de la retirada israelí... En 2004 la campaña militar, cuya duración prevista era de tres semanas y que estamos presenciando ahora, ya estaba diseñada y en el último año o dos se simuló y ensayó al otro lado de la frontera (con Líbano)” (San Francisco Chronicle, 21/7/06). Esto arroja ciertas dudas sobre cuál habría sido el verdadero origen del enfrentamiento con Hezbolá que causó la muerte de ocho efectivos israelíes y la captura de otros dos.
“La moral no está de nuestro lado” se titula la columna del profesor de la Universidad de Tel Aviv Ze’ev Maoz que publicó Ha’aretz el 25/7/06. “Esta no es una guerra justa –dice–; Israel usa una fuerza excesiva sin distinguir entre la población civil y el enemigo, cuyo único propósito es la extorsión. Hezbolá cruzó una frontera reconocida por la comunidad internacional. Esto es cierto. Pero nos olvidamos que, desde que nos retiramos del Líbano, la fuerza aérea israelí ha realizado misiones diarias de reconocimiento en el espacio aéreo libanés. Estos vuelos no causaron víctimas, pero las violaciones de frontera son violaciones de frontera. En esto tampoco la moral está de nuestro lado.”
Yagil Levy, profesor de la Universidad Ben Gurion del Néguev señala que el ataque al Líbano es un intento de moldear su orden político a la fuerza. “Aunque supongamos que el gabinete (israelí) tenía claro cuál iba a ser el precio que pagaría el frente interno, ha expuesto a la ciudadanía (israelí) a un peligro real por lo que ha sido presentado como una amenaza futura” (Ha’aretz, 24/7/06).
La Casa Blanca no quiere el cese del fuego que reclaman algunos –pocos– gobiernos europeos, la ONU y la opinión pública internacional: desea “un nuevo Medio Oriente” que dijo Bush, siempre en persecución de un planeta dominado por EE.UU. “Nuestro corazón está con el pueblo israelí –certificó la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice–, que sufre ataques terroristas y (el lanzamiento de) cohetes; estos medios no son aceptables en una sociedad culta” (Clarín, 25/7/06). Tiene razón: para las sociedades cultas del llamado Primer Mundo sólo son medios aceptables las invasiones “preventivas” a países soberanos, la ocupación de territorios ajenos, el asesinato de civiles “por error”.
Entre otras cosas.
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