En Colombia, un sector de quienes se ocupan del tema, sostienen que los partidos liberal y conservador nacieron en 1848 y 1849, respectivamente. Sin embargo, basta observar un poco la historia para ver que las dos corrientes políticas hunden sus raíces en la Europa del siglo XVI. Esto significa que el Viejo Continente los exportó a Latinoamérica en las valijas de los colonizadores. El liberalismo, además de haber llegado por esta vía, utilizó otro medio un poco más tarde: los equipajes clandestinos de los criollos ansiosos de libertad.

Las dos corrientes políticas, para bien o para mal han hecho la historia de Colombia durante dos siglos, venían de Europa y habían tenido presencia en la esquina septentrional del Continente Suramericano, es la apreciación de José María Samper, quien en 1873, así se pronunciaba en su obra Los partidos en Colombia: “Es incuestionable que cuando Nariño publicaba Los derechos del hombre, a fines del siglo pasado, y conspiraba con otros criollos neo-granadinos, movido por el anhelo de ver emancipada a su patria, pensaba y obraba como ‘liberal’, es decir como un hombre que ama y quiere la libertad para sí y sus compatriotas y semejantes”. El mismo autor dice, que es evidente que en 1781 y 1782, en el momento en que el virrey, los oidores y sus adeptos, al combatir la insurrección de los Comuneros, defendían positivamente la causa conservadora, el inmortal Galán y sus compañeros de martirio, Molina y Alcantuz, levantaban la bandera del liberalismo.

Aunque los principios del liberalismo hayan hecho su aparición por primera vez durante la rebelión de los Comuneros, en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, promulgada por Nariño, en la guerra de la Independencia, y de manera especial durante la naciente república, solamente el 16 de julio de 1848, aparece el primer documento liberal publicado en el periódico El Aviso de Bogotá, por Ezequiel Rojas. Este documento no es un compendio programático, ni una plataforma ideológica, sino un artículo, inserto en la sección de remitidos del periódico. El propósito de este documento fue torpedear la precandidatura presidencial de Florentino González y, adherir a la de José Hilario López. El documento comienza con un cuestionamiento: “Pero, se pregunta, ¿qué es lo que quiere el partido liberal? ¿Cuáles son sus deseos? ¿Cuál la teoría que quiere ver realizada? Fácil es la contestación. República quiere el partido liberal: quiere sistema representativo, real y verdadero, y no apariencias como las que existen”.

El académico, historiador y activista político del siglo XX, Gerardo Molina, en su obra Las ideas liberales en Colombia, hace un pormenorizado estudio del documento de Ezequiel Rojas, así como la producción intelectual de otros escritores y elabora un resumen del ideario liberal a mediados del siglo XIX, cuyo contenido fue consignado en los textos constitucionales y legales de la época: “Abolición de la esclavitud; libertad absoluta de imprenta y de palabra; libertad religiosa; libertad de enseñanza; libertad de industria y comercio, inclusive el de armas y municiones; sufragio universal, directo y secreto; supresión de la pena de muerte; abolición de la prisión por deudas; fortalecimiento de las provincias; abolición de los monopolios y expulsión de los jesuitas”.

En relación con el conservatismo, y sus raíces europeas, dice Manuel María Madiedo, que con los españoles llegó a estas regiones lo mejor que el mundo poseía: “El cristianismo, bien que envuelto en la capa de la conquista y al brillo del sable exterminador; pero vino, vino esa gran razón de la civilización moderna”. Luego se interroga, sobre el haber de la América española entre 1492 y 1810. Y se contesta: “Ignorancia general, orgullo de raza, tiranía política y fanatismo religioso. Esto éramos; y esto queríamos ser, estos queríamos conservar. ¿Por qué? Porque no conocíamos nada mejor”.

Frente a las libertades públicas que reivindicaba el liberalismo, el partido conservador, tenía un ideario bien diferente, según el diagnóstico de Milton Puentes en su obra Historia del partido liberal colombiano. Para este autor, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, el conservatismo era fervoroso amigo de la esclavitud, y pretendía detener y retardar los impulsos de las masas trabajadoras, así como el acelerado desarrollo espiritual y físico de la nacionalidad, porque considera que esto es “peligroso, imprudente y prematuro”. El conservatismo no permite pensar con entera libertad, sino con las ideas que el cristianismo enseñe; no es amigo de la filosofía racionalista, sino de las verdades reveladas por Dios. El partido conservador desea un Estado fuerte, donde las clases clericales tengan mayor preponderancia y el pueblo esté sujeto a leyes más severas y rígidas.

¿Cuál es la génesis del partido conservador? José Eusebio Caro, al explicar el primer programa del conservatismo dice que éste había vivido y triunfado sin nombre durante dieciséis años. “Ser o haber sido enemigo de Santander, de Azuero o de López, no es ser conservador; porque Santander, Azuero y López defendieron también, en diferentes épocas, principios conservadores. Haber sido enemigo de estos o de aquellos caudillos en las guerras por la Independencia, por la libertad o por la constitución, no constituye a nadie conservador; porque algunos de estos caudillos han defendido también alguna vez principios conservadores”.

Hay una gran coincidencia entre Caro y Puentes, sobre el momento en que nace el conservatismo. En Colombia se ha vuelto un lugar común poner en cabeza de Santander y de Bolívar el origen de los dos partidos: Santander, es el padre del liberalismo; Bolívar, es el creador del conservatismo. Puentes no acepta esta teoría y dice que una vez que Bolívar falleció y Santander regresó a Colombia, “muchas personalidades del futuro partido conservador se apresuraron a testimoniar a Santander su sincera complacencia por su regreso a la República”. Según Puentes, los dos partidos hicieron parte en un principio, de un mismo tronco político: el liberalismo. El origen del conservatismo, se halla muy ligado al último gobierno de José Ignacio de Márquez (1837-1841), quien nombró en su gabinete varios liberales. Y en torno al gobierno de Márquez, se formó un nuevo partido: los “liberales moderados”, integrado por la corriente de bolivarianos y por los liberales de derecha, antiguos santanderistas enemigos de la dictadura de Bolívar.

A ese partido de los liberales moderados, también se le llamaba de los “ministeriales”, porque defendían el gobierno de Márquez. Puentes hace un símil entre el origen creacionista de la mujer y el conservatismo: se forma también con la costilla derecha del partido liberal, y es sangre de la sangre, hueso de los huesos y sentimiento del sentimiento del general Santander. El partido conservador nace, al iniciarse el gobierno de Márquez, en 1837, siete años después de la muerte de Bolívar, y continúa llamándose liberales moderados hasta el año de 1848, en que los directores de El Nacional, La Civilización y El Progreso, tres grandes semanarios reaccionarios, decían copiando el nombre de un partido francés: “Somos el partido conservador”. Y este nombre de partido conservador es escogido en ese año, aunque algunos de sus hombres, querían seguir llamándose liberales moderados.

En relación con el nombre del partido conservador, uno de los ideólogos que más luchó para que se adoptara éste y no otro, fue José Eusebio Caro: “Los hombres del orden –dice–, de la libertad, a quienes los rojos quisieron llamarnos oligarcas, absolutistas, estacionarios y retrógrados, nos llamamos hoy Conservadores, lo mismo que nos llamamos en Europa. Los miembros del partido conservador que no gustan de ese nombre, querían que nos llamásemos demócratas, liberales y progresistas”. En noviembre de 1849, en el periódico La Civilización, aparece el primer programa del partido conservador, redactado por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro.

La tesis del desprendimiento de los dos partidos políticos de una cepa común, para Francisco Leal Buitrago, tiene una connotación económica: “La pugna entre liberales y conservadores no fue exactamente la lucha entre dos grupos de intereses económicos opuestos, nació dentro de una misma clase social, beneficiaria de la renta de la tierra en cuyo seno se percibía, contradictoriamente la necesidad de ampliar y diversificar la explotación del trabajo como alternativa de dominación del campesinado”. Agrega este investigador, que la dominación de la aristocracia pasó al cuerpo amorfo del campesinado, que sin conciencia de por qué ni por quién libraba cada batalla, aprendió a guerrear por unos ideales abstractos que le infundían la necesidad de llamarse, a toda costa, conservador o liberal. “Así surgen, sin requerir de ningún aparato ni organización concreta permanente nada más que con el espíritu protector de su nombre sobre cada colombiano, los dos partidos políticos tradicionales”.

La constante división del liberalismo

Haberse originado los dos partidos políticos de un linaje común, quizá explique la constante división del liberalismo en dos corrientes: una conservadora o retardataria y otra progresista o de avanzada. La primera, siempre fue más afín con el conservatismo e hizo alianzas con este partido. Así fue desde los primeros tiempos, así es hoy, cuando estas dos partidos históricos comienzan el fin de su periplo. La llegada del liberalismo a Colombia fue aparentemente fácil a través de los colonizadores y luego de los precursores de la Independencia, pero tiene unas características que explican el origen de su permanente división.

En efecto, el liberalismo europeo había nacido y desarrollado a la par con el régimen capitalista: la burguesía comercial, la financiera y la industrial. En la Nueva Granada no había ni régimen capitalista ni burguesía en sus tres expresiones. Los únicos sectores en capacidad de asimilar la doctrina liberal fueron los artesanos, comerciantes, intelectuales y los pocos profesionales. En estos segmentos de la población se halla el origen de la corriente popular del liberalismo, que se encuentra de manera reiterada a través de la historia. Sin embargo, el dominio político de la época no lo tenían ni los artesanos ni los intelectuales ni los comerciantes. El poder real lo detentaba la aristocracia colonizadora, los señores de la tierra, los dueños de los esclavos, el clero y militares que venían de la guerra de Independencia. En esta aristocracia, indudablemente se halla el origen de la otra corriente del liberalismo, la retardataria, así como el germen y las fuentes del partido conservador.

En la constante división del liberalismo, la corriente retardataria, conservadora o tradicional ha tomado diversas denominaciones. A mediados de siglo XIX se llamaron así mismo “gólgotas”, en alusión al Mártir del Gólgota, partidarios del libre mercado; quienes acompañaron a Núñez (1875-1894), así mismo se denominaron “independientes”; en la guerra de los Mil días (1899-1902), tomaron el nombre de “pacifistas”. Durante el siglo XX, casi siempre representaron la línea oficial y entonces tomaron el nombre de “oficialistas” o “directoristas”.

Ya en los albores del siglo XXI, las corrientes más reaccionarias del liberalismo se coaligaron con el conservatismo y sectores feudales, –en Colombia los hay como en Europa de la edad media– para apoyar la candidatura y luego el gobiernote de Álvaro Uribe Vélez, quien como Núñez, también ocupó muchos cargos públicos a nombre del liberalismo. Finalmente, esos sectores conservaduristas del liberalismo fundaron nuevos partidos de derecha y extrema derecha, tales como “Partido de la U” –en alusión a Uribe–, “Cambio Radical”, “Alas-Equipo Colombia”, etc.

La corriente progresista, renovadora o democrática del liberalismo, también ha tomado diversas denominaciones. A mediados del siglo XIX, se denominaron “draconianos”, por lo drástico de sus actitudes, muy parecidas a la de Dracón, el legislador griego de la antigüedad, eran la expresión política de artesanos, partidarios de un Estado proteccionista. En la segunda mitad del siglo XIX, la corriente más importante del ala progresista del liberalismo fue la denominada “radical”, con tendencias socialistas, y gobernó a Colombia durante varias décadas. Durante la guerra de los Mil días, se denominaron “revolucionarios”. En la primera mitad del siglo XX la disidencia más importante del partido liberal fue el “gaitanismo”. Su respaldo popular llegó al punto de copar al oficialismo.

En la segunda mitad del siglo XX, el liberalismo tuvo dos disidencias. La primera denominada “Movimiento Revolucionario Liberal” (1858-1968), acaudillado por Alfonso López Michelsen, quien una vez hecha la unión con la línea oficialista, fue ministro de Relaciones Exteriores, gobernador del departamento del Cesar y presidente de la República (1974-1978). Su última disidencia se denominó “Nuevo Liberalismo” (1979-1988), cuyo director, Luis Carlos Galán, tan luego pactó la unidad con el oficialismo, y se perfilaba como el seguro presidente de Colombia, fue asesinado (agosto 18 de 1989). Al entrar en el siglo XXI, las corrientes progresistas del liberalismo, ¡quién lo creyera!, se quedaron con la línea oficial del liberalismo, hoy afiliado a la Socialdemocracia.

Los tránsfugas

La misma división del liberalismo, en dos corrientes –y sobre todo con un sector muy conservador en sus filas–, le ha permitido a muchos e importantes líderes y caudillos, aparentemente con ideales y principios muy bien cimentados, pasar de un partido a otro, sin que la opinión pública ni sus antiguos partidos les cobren su conducta de tránsfugas. Fueron y son muchos, los que procedieron y proceden así. Para no hacer la lista interminable con personalidades con dos militancias políticas, sólo menciono algunos ejemplos del siglo XIX y otros del XXI. Entre los primeros están, José María Samper, Tomás Cipriano de Mosquera y Rafael Núñez. Los dos últimos fueron varias veces presidentes de la República, por partidos distintos. En este despertar del siglo XXI, han emigrado del liberalismo, entre otros, Germán Vargas Lleras, Luis Guillermo Vélez y Zulema Jattin.

El caso de Núñez, es patético. Fue elegido cinco veces presidente de la República: dos como liberal y tres como conservador. Esta conducta política y su vida personal fueron muy controvertidas, pero Núñez se escudaba en este principio: “Soy filósofo hasta la médula y obro siempre de acuerdo con lo que pienso”. Guiado por este paradigma, contrajo matrimonio eclesiástico en David, Panamá, con Dolores Gallego, cuñada del ex presidente Obaldía, pero la dejó por una amante, Georgina de Haro, casada con un ciudadano inglés. Luego se unió en matrimonio civil con Soledad Román –el amor de su vida–todo lo cual produjo un gran escándalo entre los fundamentalistas, que eran liberales y godos. En febrero de 1889, para estar bien con Dios, pero especialmente con la sociedad timorata, se casó por lo católico con la señora Román: así, dejó en el olvido su principio filosófico.

Después de la Independencia de Colombia (1819), durante buena parte del siglo XIX, los dos partidos políticos se enfrentaron en guerras intestinas o civiles, la última de las cuales (1899-1902), terminó con la separación de Panamá. Pero en adelante no ha cesado la violencia o guerra irregular. Esta a decir verdad, reemplazó a las declaratorias oficiales de guerras civiles del siglo XIX. Sólo que ahora la confrontación no es de un partido contra otro, pues, después de un período de violencia intensa de doce años (1946-1958), las dos corrientes banderizas acordaron una coalición denominada Frente Nacional (1958-1974), en la cual no había oposición, porque se alternaban en el poder: cada partido gobernaba por cuatro años.

La violencia no se terminó, pero sí las fronteras ideológicas y programáticas que habían separado a los dos partidos políticos durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Por eso el conservatismo y el liberalismo aunque todavía tienen una significativa representación en las corporaciones legislativas, sus fuerzas están muy diezmadas. El conservatismo no tuvo candidato presidencial para los dos últimas cuatrienios (2002-2006 y 2006-2010), y el liberalismo, perdió en los tres últimos intentos por llegar a la presidencia de la República. Es ostensible el deterioro que sufrió el liberalismo durante los últimos ocho años: casi seis millones de votos en 1998, tres millones y medio en 2002, y tan sólo un millón cuatrocientos mil sufragios en el 2006, en un país con 26.500.000 personas con capacidad de votar.

El mismo hecho de que la corriente progresista o de avanzada del liberalismo no sea la disidencia sino la línea oficial del partido, le ha quitado vuelo, imaginación, creatividad y decisión para confrontar las políticas del gobierno. Esa corriente, a pesar de tener el respaldo se algunos sectores sociales –obreros, campesinos, mujeres– carece del discurso que tuvieron quienes fueron sus mayores: draconianos, radicales, revolucionarios y gaitanistas. En suma, las masas que siempre acompañaron a la corriente progresista del liberalismo, llevan cuarenta años esperando que alguien les hable. Por eso ganó Uribe, no por el crecimiento económico, la disminución del empleo, las bondades de la seguridad democrática y la “ayuda de Nuestro Señor y de María Santísima”. ¿Los distintos matices de la izquierda se atreverán a construir el discurso y a realizar el acompañamiento que las masas excluidas reclaman con urgencia?