Fotografía: PATRICIO REALPE (Ecuador)

El triunfo de Correa

No se trata, por supuesto, del socialismo a la vuelta de la esquina ni de una revolución en marcha. En otras oportunidades hemos señalado la existencia de tres grandes tendencias en el ámbito mundial y latinoamericano:

1. la continuidad de la hegemonía imperial y de la dictadura planetaria de los EE.UU.;

2. el desarrollo policéntrico o multipolar del capital multinacional en el que, amén de la Unión Europea y el Japón que con los EE.UU. conforman la célebre Tríada, actuarían nuevos centros de poder como China, la India, el África subsahariana y América del Sur; y,

3. en tercer lugar, el movimiento de los excluidos que, bajo el lema “Otro mundo es posible” conforman una tendencia popular y revolucionaria a mediano y largo plazo.

Dichos proyectos se expresan en América Latina:

el primero en el eje Bush-Calderón-Uribe;

el segundo en el eje dirigido por el MercoSur en torno a la integración sudamericana;

y el tercero, en las fuerzas populares que se despliegan en todas partes y empiezan a formar coaliciones internacionales como la Cumbre de los pueblos de Cochabamba y los Foros de las Américas.

El eje Venezuela, Bolivia, Cuba organizado en torno al ALBA, tienden a moverse entre estas dos últimas tendencias.

El triunfo de Correa desequilibró al eje imperial Bush-Uribe-Alan García y fortaleció las tendencias hacia la integración sudamericana. La presencia de Rafael Correa en la Cumbre de los pueblos constituye un mensaje promisorio.

La estrategia de la oposición

Frente al futuro gobierno de Correa empiezan a formarse dos líneas de oposición.

La primera, integrada por el PRIAN y el Partido Social Cristiano, amenaza con una oposición frontal. Luis Fernando Torres, contumaz socialcristiano, quien cree tener la "estatura de Napoleón" –unos dos centímetros más incluso- se ha ofrecido como el paladín de la nueva guerra santa.

La otra -en que se mueven Sociedad Patriótica, el roldosismo, algunos medios de comunicación, políticos ’independientes’-, pretende negociar con Correa y obligarlo a concentrar toda su energía en la confrontación-negociación, impedir el cambio de rumbo histórico, y reducir la Constituyente a cambios en los que la (contra) reforma neoliberal, ya dominante en el ámbito económico-social, culminaría en la esfera política.

La propuesta de Alianza País

En la germinación del nuevo gobierno se advierten diferencias en el programa económico-social y en el político.

Por un lado, asistimos a un programa económico-social, sino totalmente radical, muy avanzado en temas fundamentales del país, tales como la energía –renegociación de los contratos petroleros, integración interestatal con otros países de América Latina-, un tratamiento de la deuda externa que postula reducir sus pagos a niveles compatibles con el desarrollo del país y que incluye un eventual default; una política centrada en la reactivación productiva y en el control de los bancos y de los capitales especulativos.

Entendemos que el programa comprende además un alza de salarios y remuneraciones –el bono de desarrollo humano, las pensiones de jubilación- y un cambio en las tarifas de los servicios públicos mediante subsidio cruzado.

Sin embargo, en el terreno político, más allá de las buenas intenciones de convocar a una Asamblea Constituyente con plenos poderes y agenda abierta, se advierten incertidumbres, equívocos, en especial en la propuesta del estatuto jurídico para la conformación de la misma.

Asamblea Constituyente: refundación del Ecuador o reforma política neoliberal

La Constitución de 1978, expresión de los proyectos nacionales de desarrollo, y del ascenso de los trabajadores agrupados en el FUT y de los campesinos en torno a la Reforma Agraria, aprobó una constitución avanzada en el terreno económico-social, de la soberanía nacional y de los derechos de los trabajadores.

La Constitución de 1997, aprobada en el momento del auge del proyecto neoliberal, pero también de la movilización de los pueblos indios y otros movimientos sociales, tuvo un carácter dual. Por un lado, derogó las formas de propiedad estatal y comunitaria, suprimió el derecho de huelga para los trabajadores de los servicios y el derecho de organización para amplios sectores sociales. A la vez reconoció el carácter pluricultural del Estado –aun no plurinacional-, abolió la discriminación por orientación sexual, afirmó ciertos derechos sexuales y reproductivos, y los derechos colectivos de los pueblos indios.

Por otra parte, en estos veinte años de gobiernos neoliberales, se han aprobado ciertas leyes –como aquella de la protección de inversiones que, en los litigios con compañías extranjeras, cede toda la soberanía del país a Tribunales internacionales- que han lesionado severamente la soberanía nacional.

La nueva Constituyente se va a realizar en un momento de declive del neoliberalismo y de ascenso de las fuerzas renovadoras a nivel de América Latina y del Ecuador. La Constitución que emane de ella necesariamente deberá desmontar todo el actual andamiaje neoliberal. Esa es su tarea histórica.

El carácter de la descomposición de la «partidocracia»

Vivimos sin duda, la muerte del viejo régimen político fundado en 1978. Entonces, sobre la agonía del régimen liberal conservador surgió un sistema fundado en nuevos partidos de ciudadanos –ID, Democracia Popular, Social Cristiano e Izquierda-, y fuertes organizaciones sociales.

La crisis de 1982 y el paso al programa neoliberal erosionó sus bases de sustentación. El debilitamiento del Estado y del desarrollo industrial, la creciente informalización de la economía, el deterioro de los viejos movimientos sociales, y la pérdida de todo proyecto de una burguesía convertida en una melcocha de importadores, banqueros chulqueros y hombres de paja del poder imperial, lo minaron progresivamente.

La disgregación se dio en los partidos y en el Parlamento y fue favorecida por las medidas jurídicas que la derecha impulsó para resquebrajar la organización política de la sociedad y retornar al clientelismo y a las formas oligárquicas de control político.

Ya en 1986, Febres Cordero convocó un plebiscito para promover los “candidatos independientes”. Posteriormente, se aprobó la elección entre listas o por personas... Se transformaba así la inorganicidad social en política y se legitimaba un espécimen resucitado del viejo clientelismo de tipo velasquista: el caudillejo local que ofrecía su “poder electoral” a los partidos y que luego se cambiaba de camiseta. La vieja maquinaria electorera velasquista que la modernización del 78 pretendió enterrar, retornó a nivel local en hombros de pequeños caciques. E, irrisión de las irrisiones, fueron el PRIAN y Sociedad Patriótica, partidos que reclutaron a los mayorales políticos que llevaron al desprestigio total del congreso, los que recogieron los beneficios de su derrumbe.

Además, dichos partidos y los Social Cristianos, logran una “votación en plancha”; mientras los partidos progresistas, “eligen” entre listas fragmentando aun mas su votación y aumentando la dispersión político-ideológico de la sociedad pues bien se puede votar por Julio César Trujillo y por Carlos Larreátegui a la vez....

El régimen político surgido del 78 está en fase terminal. Lo que ha emergido como su reemplazo –PRIAN y Sociedad Patriótica– es coyuntural al modo como en Bolivia surgieron la UCS y CONDEPA, en el curso de la agonía del viejo régimen; partidos que pronto se derrumbaron, dando paso a un nuevo sistema político formado en torno al Movimiento al socialismo (MAS) y una derecha en proceso de reagrupamiento.

Formar un gran movimiento político-social

La propuesta del estatuto electoral de Alianza País establece una sui géneris democracia neoliberal de individuos-ciudadanos a través de la votación por persona. Alianza País sostiene que así se elegirán a los mejores. Concedamos que así fuera: estaríamos retornando a la era oligárquica de los notables, de los patricios, de los prohombres.
Tal perspectiva es, además, una ficción. Lo que se conseguiría es la legitimación de los caciques locales, aquellos que precipitaron la descomposición política del Ecuador.

No vivimos, por Dios, una sociedad igualitaria y democrática que premia a los mejores. El capitalismo salvaje imperante en los últimos 20 años ha gestado una estructura de poder social fundado en pequeños despotismos de inescrupulosos negociantes que han concentrado tierras, edificios, casas comerciales, prostíbulos, transporte de carga, medios de comunicación locales, negocios de espectáculos, centros de diversión, equipos de fútbol; mediadores clientelares –abogados, dirigentes de cooperativas, jueces- ante los aparatos de Estado, negociantes de vivienda, prestamistas estilo Cabrera, coyoteros... Serían ellos, quienes desde el control de clientelas políticas se beneficiarían de la votación uninominal.

El ejemplo peruano es muy sintomático. Los países del área andina han vivido y aun viven similares procesos de desintegración de los regímenes políticos construidos en la fase de la industrialización. Pero, mientras en Bolivia y Venezuela ha germinado un nuevo sistema político fundado en el poder de grandes fuerzas político sociales como el MAS y el movimiento bolivariano, en el Perú la disgregación se ha desplegado aun más: en las últimas elecciones municipales cientos de pequeños caudillos y caciques han llevado la fragmentación política al borde de una parálisis generalizada de la vida política.

La propuesta de Alianza País expresa los deseos, esperanzas y sentimientos de amplias capas de la población ecuatoriana que quieren cambios políticos y demandan participar en la refundación del Ecuador.

En esa esperanza, empero, se confunden niveles distintos. Una cosa es la corrupción y métodos antidemocráticos de los partidos ecuatorianos y otra el sistema de partidos, mucho más avanzado y democrático, por supuesto, que la elección por personas, propio de los regímenes oligárquicos. Una cosa es el tipo de elección y otra es la participación política. Una es la participación social y otra la individual

La principal reforma política necesaria hoy por hoy es la formación de un gran movimiento político-social que integre a todas las fuerzas sociales que han votado siempre contra el neoliberalismo –como en Referendum convocado por Durán Ballén- y que hoy, en la segunda vuelta, votaron contra la oligarquía y por Correa. No hay otra. La experiencia política de América Latina lo enseña. No hay avances progresistas sin una poderosa fuerza política: el MAS en Bolivia, el movimiento bolivariano en Venezuela, el PT en Brasil, el Frente Amplio e Uruguay, el sandinismo en Nicaragua, el FMLN en El Salvador, el PRD y el zapatismo en México. Propiciar ese gran frente es la tarea inmediata de Alianza País

Dicho partido deberá organizarse y funcionar con las más amplia democracia interna: asambleas para elegir precandidatos y elecciones primarias para elegir candidatos a todas las funciones, vida política permanente; un movimiento capaz de movilizarse en todas las regiones para propiciar y defender la refundación del país.

A la par, entre las reformas políticas a aprobar en la Constituyente deberá constar, entre otras, la revocatoria del mandato de todos las autoridades elegidas por votación popular, el control social sobre los miembros del gabinete y demás autoridades, elaboración democrática de los presupuestos en todos lo niveles, la posibilidad de disolución del congreso por una sola vez, sea por el Presidente o por petición de la sociedad; las elecciones de medio período.... Los partidos deberán elegir su candidatos por elecciones primarias y la sociedad civil podrá presentar candidatos sin restricciones

Una buena táctica para una buena estrategia

La derecha está armando ya una táctica de paralización del futuro gobierno, desde la violencia de la mineras Ascendant Copper Corporation y Ecuacorriente en contra de los pueblos de Zamora-Chinchipe e Intag, hasta la crisis del gas y la pretensión de subir los pasajes del transporte.

Crear una fenomenal “pugna de poderes” será la otra punta de la tenaza. La derecha es extremadamente hábil en embrollar a los gobiernos con pretensiones renovadoras, en la famosa pugna de poderes que los inmoviliza. Así lo hicieron con Roldós.

La respuesta del Gobierno será, sin duda, de extrema prudencia y habilidad para no caer en las trampas de la derecha.

La opinión de amplios sectores, es que el Gobierno debería impulsar, en los primeros 100 días, las reformas fundamentales –petróleo, deuda externa, sueldos, salario y remuneraciones, fin de las tercerizadoras, declaración del agua como bien público y reinicio de la reforma agraria, reactivación productiva y control de la banca, integración sudamericana, denuncia de la Base de Manta- que contiene su programa, para poner en marcha al pueblo ecuatoriano, paralizar a la derecha, organizar la gran fuerza social y política que se expresó en la segunda vuelta, y entonces si, ganar la mayoría de la Asamblea Constituyente para refundar el Ecuador.