Incurriendo en uno de sus frecuentes ridículos, el primer ministro Jorge del Castillo, volvió a su situación normal de precario vocero desmentido del actual gobierno. El vicepresidente Luis Giampietri, perdonador de traidores como Fabián Novak Talavera por ¡Dios sólo sabe qué razones! ha revelado que el funcionario fujimorista Alberto Pandolfi trabajaba ¡hace meses! para el Estado.

Ya botaron de modo natural, indecorosamente, a Pandolfi, en realidad no hay otra forma de deshacerse de un angelito de esas categorías morales y públicas. Es tan ecuménico aquél, y sin duda lo habrá apreciado así del Castillo, que uno de sus dudosos méritos, era la de ser amigote del capitán expulso Vladimiro Montesinos, compinche de Kenya Fujimori. Pero hay muchas historias sobre Pandolfi.

Conviene recordar o saber si es exacto que en la PCM está trabajando o sigue haciéndolo una vieja amiga de Alberto Pandolfi, María Lila Iwasaki. A ambos se les puede recordar vinculados a Transportes, a Corpac y a la desastrosa concesión del Aeropuerto Jorge Chávez, regalada a una empresita sin dinero, sin recursos o tecnología como Lima Airport Partners, LAP, desesperada por cobrar hasta el aire que respiran los pilotos y aeromozas. Además, esa firma precaria, ha comprometido al Estado peruano en dos préstamos con bancos norteamericanos y alemanes por el orden de US$ 125 millones de dólares. ¿Estará honrando LAP sus deudas?

Pandolfi fue el inventor del cuento de la privatización-concesión del Aeropuerto Jorge Chávez. Para ello tenía colaboradores de larga trayectoria en el aparato del Estado y entre esas estaba María Lila Iwasaki. No sólo eso. Se proyectó, años atrás, el negociado de los terrenos aledaños al Aeropuerto y su expropiación con un valor de venta y su compra con otro precio comercial. Entonces la jugada era expropiar con un arancel para que el Estado pagara por esas tierras, vía la expropiación, otro monto. Así los dueños, actuales o antiguos, se beneficiaban pinguemente. También ganaba un estudio jurídico muy vinculado a las privatizaciones durante la década del fujimorismo delincuencial. Y en Corpac, como presidente del directorio, amiguísimo de Pandolfi, estaba Francisco García Calderón de vastísima y culta ignorancia en cualquier tema aeronáutico.

¿No puede acaso la imaginación vincular antiguas amistades y relaciones y ponerlas hoy redivivas en la actualidad en la PCM? Allí estuvo, hasta su defenestramiento escandaloso, Alberto Pandolfi y allí trabaja María Lila Iwasaki. Se conocían desde antes y el señor del Castillo que cree que todos son idiotas en Perú, dice que se equivocó. ¿No será que le hicieron cometer un yerro monumental y salvaje? ¿O sabía del asunto y creyó que nadie se iba a dar cuenta? ¿A cuántos ha hecho creer del Castillo que tiene algo más que proyecciones comerciales en su cerebro?

La confusión gobernante es de tal magnitud que en lugar de apoyar la marcha pacífica de los peruanos en Perú, lanzan desafortunados insultos sobre quienes sólo quieren reafirmar un trabajo político militante. ¡Y todo para evitar la paz de negocios ya conversados con empresarios que tienen cerca de 5 mil millones de dólares invertidos en Perú! ¡No es tanto el amor al chancho sino a los chicharrones!

Si en el país existieran partidos, esto no habría ocurrido y más de un infiltrado, de la rabanería caviar o la derecha momia, ya debería estar rumiando sus extravagancias en sus casas u oficinas particulares. Pero no es así, ocurre que las desconcertadas gentes que integran el gobierno cada día se desorientan más y más. ¡Qué vergüenza!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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