Los autores del citado documento injerencista olvidan que la pluralidad de partidos existió en la mayor de las Antillas antes de alcanzar la independencia formal, y ocultan que tal sistema solo sirvió como instrumento imperial para su dominación neocolonial.

Entre el primero de enero de 1899, cuando se estableció la inicial intervención militar norteamericana y el 20 de mayo de 1902, se produjo un reacomodo de las fuerzas políticas. Decenas de partidos surgieron y se fusionaron, disolvieron y reaparecieron, y ninguno presentaba el programa que la joven república demandaba.

En 1908 existían en la Isla 50 grupos y partidos de diferentes posiciones, aunque todo podía resumirse en el predominio de dos tendencias: conservadora y liberal.

La lucha de tales agrupaciones en los primeros 20 años de república no solo tuvo expresión en las urnas, sino también en el terreno de las armas. En 1912, por ejemplo, se produjo el alzamiento del Partido Independiente de Color, y cinco años más tarde los Liberales protagonizaron la acción bélica conocida como La Chambelona.

Ambos sucesos fueron originados por las contradicciones entre la casi siempre existente media docena de partidos.

Frente a la grave crisis económica iniciada en 1929 y el terror desencadenado por el dictador Gerardo Machado, la actitud de los políticos tradicionales no pudo ser más absurda. Incapaces de unirse, subordinaron todo a los intereses personales y de grupos y proliferaron los partidos y organizaciones con las posiciones más diversas.

Esa división de las fuerzas y tendencias, estimuladas hábilmente por Estados Unidos, determinó el fracaso de la Revolución, tras el estallido insurreccional del 12 de agosto de 1933. Cuando todo apuntaba a la necesidad de reagrupar fuerzas, el fraccionamiento fue mayor que nunca antes.

En 1936 acudieron a las elecciones presidenciales, primeras celebradas después de la caída de Machado, 13 partidos. Singular "ejemplo" de democracia pluripartidista, cuyo resultado más notable devino la elección del presidente Miguel Mariano Gómez con solo el 20 por ciento de los votos.

Después de 11 años -1933-1944- de poder tras el trono de Fulgencio Batista como hombre fuerte, renacen las esperanzas populares con Ramón Grau San Martín y su Partido Auténtico.

Grau ganó los comicios de 1944 con el 44,71 por ciento de los votos y el pueblo saludó aquella victoria con alegría, pero bien pronto el entusiasmo y las fundadas esperanzas populares se trocaron en amarga decepción. Ese gobierno y el siguiente de Prío, también Auténtico, convirtieron en política oficial el vicio, la corrupción y la dependencia de EE.UU.

La actividad política se convirtió, cada vez más, en sinónimo de pillería y entreguismo a los intereses del imperio.

En 1952, con el consentimiento y apoyo de Washington, Fulgencio Batista se instaló en el poder por un golpe militar, con el cual la Casa Blanca impidió que el control del país se le fuera de las manos ante el casi seguro triunfo electoral del Partido Ortodoxo.

Batista eliminó la Constitución de 1940, suprimió el Congreso e implantó un régimen de ordeno y mando. El desconcierto de los partidos tradicionales fue total y una vez más, en momentos decisivos, aquel sistema pluripartidista mostró sus debilidades y se convirtió en factor de división.

Del pluripartidismo se sirvió Batista para legitimar y dar continuidad a su sangrienta tiranía mediante dos farsas electorales. La de 1954, donde resultó electo con el 45,61 por ciento, a pesar de que hasta los muertos votaron, y en 1958, cuando su candidato resultó aprobado con el ridículo 15,19 por ciento, frente al 54,12 por ciento de abstención.

Conocidos estos datos no resulta difícil comprobar las razones de Bush y Condoleezza para querer ese tipo de elecciones en Cuba.

Agencia Cubana de Noticias