No hay visos de mejora en la industria editorial del libro, la cual se enfrenta a los desgastes de la economía de mercado: el monopolio, la extinción de los puntos de venta, el nulo interés por los bienes culturales y la falta de políticas públicas para desarrollar este nicho, que de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en 2003 tuvo un valor de mil 656 millones de pesos.

El escritor y director de Editorial Colibrí, Sandro Cohen, expresa: “el libro está fuera de la conciencia nacional. El libro no existe. Antes sí, pero tesoneramente la derecha mexicana ha hecho que desaparezca de la conciencia del mexicano promedio”.

De ello da cuenta el Estudio Estratégico y Programa Sectorial para Elevar la Competitividad y el Desarrollo Sustentable de la Industria Editorial Mexicana, elaborado por la Fundación Mexicana para la Innovación y Transferencia de Tecnología a la Pequeña y Mediana Empresa (Funtec), la Secretaría de Economía y la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem).

El diagnóstico devela el estado crítico del mercado y destaca que más que mejorar su desempeño, la dinámica del libro se debilita. En 2005 se produjeron 0.60 libros por habitante, lo que significa una reducción del 5 por ciento con respecto a 1998. Además, identifica como problema de fondo la ausencia de políticas públicas a favor de la cadena productiva del libro.

José María Espinasa, presidente de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes (AEMI) expone: “El libro atraviesa por una crisis que ya ha durado 30 años, crisis de una profundidad creciente que empezó con un pequeño deslizamiento y que ahora va hacia el precipicio. La industria editorial sigue mirando hacia el Estado, como única posibilidad de rescate”.

El también coordinador editorial de El Colegio de México reitera que el gobierno emite leyes y conceptos con carácter demagógico para mantener a la industria editorial en estado de coma.

“El Estado no ve en la industria editorial su importancia, no tanto por los ceros que pueda manejar, sino por la influencia que tiene en el comportamiento social. La lectura crea un tejido social mucho más resistente”.

El exdirector de Grupo Editorial Planeta México y Grupo Patria, Sandro Cohen, subraya que el libro no es una mercancía cualquiera.

“Los libros contienen ideas, universos con los que hay que convivir. A veces hay que descifrarlos o son ellos los que descifran a uno. Las editoriales que están publicando el pensamiento, la creación de los mexicanos, están a la deriva porque no están consideradas como una inversión a futuro en la identidad nacional”.

El desplome

“En los dos últimos años la producción de libros pasó por una situación crítica, lo que contrasta con el mayor crecimiento económico de ambos años. Durante el proceso de recuperación y crecimiento económico, la producción de libros siguió una tendencia decreciente”, señala el Estudio Estratégico.

Y es que el volumen producido disminuyó a una tasa anual de 5 por ciento, mientras su valor se incrementó en 6 por ciento: “En mayo de 2006, el precio relativo se incrementó en 114 por ciento respecto del mismo mes del año anterior, lo que trajo como consecuencia una disminución en el volumen de producción de libros de 69.5 por ciento”.

En 2001, de acuerdo con el INEGI, la edición de libros y similares produjo un volumen de 58 millones de ejemplares, cantidad que descendido para 2005 a 47 millones.

“La cadena editorial forma parte de un grupo de sectores con los registros más bajos de productividad de toda la industria mexicana. La edición de libros era el segmento que mayor valor generaba por hora trabajada; sin embargo, en 2005 presentó las mayores caídas, su productividad es 5.50 pesos inferior a la registrada en 1994”, explica el diagnóstico. De 1993 a 2005, el rendimiento de la cadena editorial creció únicamente 34 por ciento.

El estudio explica que esta situación se agrava por el aumento en los costos salariales, mientras que la contratación de mano de obra declinó en uno por ciento anual y el personal ocupado se contrajo en 18 por ciento.

Por otro lado, la inversión por hombre ocupado representó apenas una décima parte de la registrada en 1994. “El coeficiente de inversión –centavos de cada peso de ingreso destinado– en ningún año fue superior al 10 por ciento, incluso alcanzó valores inferiores al 5 por ciento, lo que implica un deterioro a sus activos”, sostiene el diagnóstico.

La rentabilidad también disminuyó, alcanzando en 2003 sólo el 43 por ciento de lo obtenido en 1994. El estudio establece que la baja en los niveles de rentabilidad afecta los niveles de inversión, lo que a su vez impacta de manera negativa a la productividad, los ritmos de crecimiento y la competitividad del sector.

Desde 1997 la demanda cayó y se estancó, en 1999 creció en un promedio anual de 6 por ciento y en 2004 y 2005 el dinamismo fue decreciente. El plan sectorial asiente que la venta de ejemplares ha crecido a una tasa media anual del 5.1 por ciento, es decir, que de 115 millones en 1999 aumentó en 157 para 2005.

Pese a que representan el 70 por ciento de los mil 452 puntos de venta censados en 2004, las librerías son seriamente afectadas por el declive de la industria editorial. Tan sólo en 1996, captaron el 45 por ciento de la venta total, en 1998 su participación fue 36 por ciento, hasta que en 2002 sólo obtuvo el 27 por ciento. A nivel nacional, la cobertura de librerías se limita al 5 por ciento de los municipios del país. En tanto las bibliotecas y los centros de documentación adquirieron, en 2004, 85 por ciento menos libros que en 2002.

Existen estimaciones que ubican un cierre del 40 a 43 por ciento de librerías en los últimos 10 años. Ello supone que a mediados de los años noventa existían en el país cerca de mil librerías y que cada año habría cerrado un promedio de 40. De acuerdo con Educal, que distribuye y comercializa productos editoriales de Conaculta, se han perdido 20 librerías al año. El diagnóstico estima que de seguir la tendencia actual, para el 2010 habrá solamente 431.

Si bien no tan acelerada como el declive de las librerías, los editores cada vez son menos: “El número ha decrecido a una tasa media anual del menos uno por ciento.

Si no se consideran a los editores dedicados al subsector de libros de texto, en los próximos tres años se habrán reducido en 6 por ciento anual. Lo que pondría en riesgo la producción editorial mexicana y la vulneraría más frente a la competencia del exterior”, revela el estudio.

Al respecto, las exportaciones de libros se han encogido de manera progresiva y la balanza comercial se ha vuelto deficitaria. Las primeras se han reducido en 6 por ciento, mientras que las importaciones se han incrementado poco más de un punto: “El esfuerzo exportador del período de 1998 al 2004 se ha reducido en un 50 por ciento y la comercialización al exterior es el 65 por ciento de todo lo importado”.

La piratería y la reprografía azotan la salud editorial. Según el Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor (Cempro), dos de cada 10 libros tienen un origen ilegal y cuatro de cada 10 son fotocopiados.

“La industria formal sólo surte al mercado el 40 por ciento de las ventas totales y el precio de un ejemplar pirata puede llegar a ser hasta un 50 por ciento menor al que se pagaría en una librería”, expresa el informe.

Eslabones fracturados

México es más importador que productor de papel y hay un ineficiente abasto de celulosa. La Comisión Nacional Forestal destaca que en 2003 el país produjo 334 mil toneladas e importó 736 mil más, de las que el 90 por ciento provino de Estados Unidos. Ese mismo año, México produjo 4 mil 60 millones de toneladas métricas de papel y consumió 5 mil 580 millones.

“Para las pequeñas empresas compradoras de papel es complicado encontrar un proveedor que acepte vender volúmenes reducidos, mientras que los grandes proveedores ofrecen mejores condiciones de venta a las empresas de mayor tamaño”, anota el estudio. Y es que los precios para adquirir papel e impresión se han incrementado a una tasa de 4.33 y 4.31 por ciento, respectivamente, de 2000 a 2005.

En forma analógica, la impresión, aunque considerada competitiva y adecuada en nivel tecnológico, la Cámara Nacional de la Industria de Artes Gráficas (Canagraf) detectó como principales problemas en 203 empresas del Valle de México, maquinaria obsoleta, capital insuficiente, personal irresponsable y capacitación y tamaño físico reducidos.

Concentración y depredación

Las principales distorsiones en el mercado del libro, advierte el estudio, tienen que ver con el tamaño del mercado y la política comercial: “Existe una gran concentración, tanto de los puntos de venta, como de los consumidores. Ante la reducción y concentración del mercado los tirajes tenderían a disminuir”.

De acuerdo a la Caniem, de las 274 sociedades privadas dedicadas a la edición de libros, sólo nueve, consideradas en el rango de macro empresas, registraron en 2005 más de 200 millones de pesos, el 46 por ciento de las utilidades de toda la industria.

En tanto que las compañías clasificadas de proyecto inicial sólo facturaron el 1 por ciento, cuando representan el 33 por ciento del total de las corporaciones. “Por ello las empresas se deben ajustar a la baja para adaptarse a un mercado de lento crecimiento”, observa el informe.

El caso de Ediciones Sin Nombre y Editorial Colibrí es emblemático. José María Espinasa, director de la primera, admite que está al borde de la quiebra, mientras Sandro Cohen, declara que hace publicaciones sobre pedido.

“Las editoriales pequeñas se adelgazan tanto que el viento no los toca. No se suelen tener ediciones a color, se utiliza la propia capacidad u oficio de quienes lo hacen para correcciones, formaciones, diseño, tratando de que el libro no tenga un precio excesivo. Si un libro aplicara los parámetros de una edición comercial, se tendría que vender al doble y no lo compraría nadie”, describe Espinasa.

Sandro Cohen coincide: “No se puede sobrevivir haciendo tirajes de 100 ejemplares. Editorial Colibrí comenzó con 3 mil ejemplares y ahora publicamos sobre demanda porque no hay suficientes lugares donde poner los libros. No podemos exigir que nos pongan pilas de 300 libros a la entrada de las librerías”.

El escritor dice estar a favor de la diversidad del mercado, no obstante aclara que “hay una superconcentración de marcas que manejan unos cuantos autores. Los neoliberales dicen que en México se imprimieron tantos millones de ejemplares y hace diez años ni la mitad. Cierto, pero son miles de ejemplares de un mismo libro.

Bajo este tenor, Espinasa sostiene que no tiene sentido que haya más puntos de venta en un kilómetro, si todos van a ofrecer lo mismo: “El panorama es cada vez más monopólico y las lecturas que se ofrecen son de un abanico muy restringido. Las editoriales y las librerías se quitan clientes unas a otras, en lugar de captar clientes especiales para cada una; los editores reciben un libro y no cuestionan su calidad siempre que sean rentables”.

A nivel regional, en el Distrito Federal se concentra la actividad editorial en un 90 por ciento y produce el 80 por ciento de los libros del total nacional. Le sigue el estado de México con el 17 por ciento, Jalisco, 3 y Nuevo León, 2. Las entidades restantes suman el 0.7 por ciento del total nacional. El 38 por ciento de los puntos de venta se encuentran en el DF, así como el 34 por ciento de todas las librerías.

En cuanto al tipo de publicación, la producción está concentrada en libros de texto, especialmente de educación básica. Entre 1994 y 2006, el 59 por ciento del volumen total publicado correspondió a esta rama que aportó 2 puntos porcentuales al crecimiento del sector. “Los libros para la enseñanza secundaria son atendidos sólo por seis empresas, de las que dos concentran 40 por ciento del mercado”, especifica el análisis.

El análisis considera como una amenaza las políticas comerciales de las grandes librerías, que ofrecen rebajas a sus clientes y presionan a los editores para recibir mayores márgenes de descuento en el precio de distribución.

“El productor de libros fija el precio del catálogo incluyendo el descuento exigido por distribuidores o librerías. Lo que provoca que los precios finales se incrementen, que el volumen de ventas disminuya y en el largo plazo, los márgenes de ganancia de las editoriales tienden a deteriorarse”, destaca el informe.

Sandro Cohen señala que el precio de lista es un precio inflado, “para que el precio al que venden las grandes librerías sea rentable. Yo a Ghandi le doy el 50 por ciento, pero es un descuento muy inflado y para sobrevivir tengo que alzar el precio, y las pobres librerías no pueden exigir los descuentos de volumen que tiene Ghandi, porque venden poco y con eso no sobreviven”.

Industria amenazada

Como principales amenazas para lograr los objetivos de la industria editorial del libro, el estudio identifica la pérdida de estímulos fiscales, la no aprobación de la Ley del Fomento al Libro y la Lectura y la mayor intervención del gobierno.

En este último factor, el Estado fue el comprador de libros más importante durante 2004. La Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito (Conaliteg) solo produce 25 por ciento de los libros para primaria, el resto se adquiere de talleres e imprentas privadas.

El documento identifica como un obstáculo para mejorar el dinamismo de la inversión, las barreras institucionales derivadas del papel del gobierno como productor y distribuidor de libros, “situación que obliga a normar de manera excesiva y la reglamentación obliga a realizar inversiones muy fuertes y de alto riesgo”.

Hasta 2003 las editoriales tenían la opción de tributar Impuesto sobre la Renta (ISR) bajo un régimen simplificado, es decir podían reinvertir utilidades, pero de manera progresiva se han ido reduciendo los estímulos. Ahora los editores deben pagar en las mismas condiciones que otros contribuyentes. Sólo del IVA el libro continúa exento.

El diagnóstico advierte que las ventas de los libros son sensibles a los cambios en sus precios y estos varían en función de los incrementos en los costos de los diversos insumos.

“El libro tiene una elasticidad de precio muy alta , pues a cada incremento de uno por ciento en el precio real de los libros, la demanda se contraería en 38 por ciento. En caso de aplicar un 15 por ciento de IVA o ISR, la carga del impuesto recae por completo en el consumidor y la demanda de libros disminuiría alrededor del 20 por ciento”.

La Ley del Fomento al Libro y a la Lectura, cuyo eje principal es establecer un precio fijo al libro, fue vetada por el ex presidente Vicente Fox en 2006. “La razón –opina Espinasa– fue que pesó más el dogma económico.

“El veto a la Ley del Libro para mí fue como la gota que colmó el vaso. Hemos tenido muchas dificultades para sobrevivir y pensamos que ahora sí íbamos a tener la posibilidad de obtener más lugares donde colocar los libros. Si no se aprueba la Ley del Libro, vamos a seguir en nuestra supervivencia raquítica, con una librería por cada 250 mil habitantes”, lamenta Cohen.

Fecha de publicación: Julio 1a quincena de 2007