¿Ha sido pura casualidad que la agencia noticiosa del Estado, Andina, ocultase o “descuidase” colocar la información exacta de la condecoración impuesta al jefe del Ejército chileno, Oscar Izurieta Ferrer, con la Orden Francisco Bolognesi en su máximo grado como sí informa El Mercurio del país sureño en su edición de hoy? ¡No, de ninguna manera! Ha sido acción puntual y errónea que desnuda la miseria moral y profunda hecatombe espiritual que habita y merodea en los pagos oficialistas. ¡No es otra la sinrazón!

Fue el ejército peruano y sus soldados desconocidos y rabonas heroicas del pueblo el que peleó en Arica con denuedo y valentía. Francisco Bolognesi respondió que lucharía hasta quemar el último cartucho y aquel 7 de junio de 1880, luego de la infausta y sangrienta batalla del Alto de la Alianza en Tacna pocos días antes, constituyó parte del gran holocausto que fue la guerra de invasión de Chile contra Perú. ¿No es acaso lección que deberían conocer y honrar los peruanos?

No sólo eso. El 13 de enero de 1881, hordas salvajes del invasor luego de la batalla de San Juan, dieron rienda suelta a su primitivismo más aberrante en Barranco y Chorrillos. ¿No debieran ser santuarios de respeto por los que murieron por la Patria? ¿qué clase de miseria empuja a unos descastados a usar el nombre de los héroes y los escenarios de la conflagración para regalar preseas como si de chapas de bebidas gaseosas se tratase? ¿qué clase de miseria gobierna el cerebro de una sociedad idiotizada al compás de una prensa aquiescente y adocenada que baila con la globalización y las danzas macabras de cómo se regala un país por concesiones y privatizaciones a granel?

El titular del Ejército chileno sostuvo en el 2005 que según su entender jamás rectificado, su país y Perú caminaban hacia una irremisible confrontación bélica. Ayer se otorgó una medalla a este mismo militar, Oscar Izurieta Ferrer. Y Andina y los diarios de hoy “sombrean” la noticia para restarle “importancia” y para que la gente no se dé cuenta cabal de la profunda erosión a la historia que aquella comporta ociosamente. ¿Por causa de qué no hicieron el acto en otra parte y sin citar el nombre de quien se inmoló peleando contra los invasores chilenos en Arica? El despropósito no puede ser más asqueante.

¿Qué clase de miseria es la nuestra que oblitera a la historia como parte fundamental de la memoria del pueblo y sólo quiere recordar el último e insignificante decenio? Los historiadores de plástico y los intelectuales a la carta protegen apellidos, cultivan la endogamia, cautelan que las calles y plazas pongan de relieve los supuestos heroicos de sus ancestros y ocultan las verguenzas y traiciones de estos mismos. Pero hoy en el 2008 el pueblo peruano tiene la oportunidad tristísima de ver cómo sus castas gobernantes practican la claudicación como política de Estado, olvidando la regla principal de supervivencia de los pueblos que consiste en analizar los errores para no volver a cometerlos.

¿Qué clase de miseria es la nuestra como para que el periodismo o lo que se empeña tercamente en parecerlo, no censure, condene, critique, analice, con dureza y rigor, lo ocurrido ayer y que hoy se morigera mañosamente? La semana pasada se hizo lo mismo cuando el Senado de Chile en el Establo condecoró por su “destacada trayectoria” al nuevo Fabián Novak, Javier Velásquez. Hoy, en menos de 7 días, se reitera el desaguisado, esta vez en los predios del Ejército y bajo el mando del general Donayre Gotch. ¿Se olvidó de la historia y que fueron soldados como él los masacrados y pasados –y “repasados”- a corvo sangriento entre 1879-1883?

¿Qué clase de miseria es la nuestra?

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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