por Luis Alberto Salgado T.; luissalgadot@aol.com

Quisiera poder saludar y felicitar a los trabajadores del Perú, hombres y mujeres, en este Primero de Mayo, decirles que hay que celebrar y estar orgullosos de lo logrado hasta hoy, transcurridos nueve años del siglo XXI, celebrar encontrarlos y encontrarnos todos en sosiego personal y con tranquilidad social, sin mayor conflictividad, al saber que el futuro inmediato y el mediato nos depara cosas buenas para todos; quisiera decirles que tenemos razones para estar contentos en este Primero de Mayo, pues sus hijos, aunque vengan períodos de desempleo, tendrán asegurada su educación de calidad y, en caso de enfermar, tendrán garantizada la atención porque, además, el Estado planifica y concreta eficaces y eficientes políticas públicas de salud, preventivas y curativas….pero no puedo hacerlo.

Quisiera poder felicitarnos todos porque aparte de un sistema educativo óptimo y eficiente, hay en el Perú, o por lo menos se avizora en la Patria, un Seguro Médico y un Seguro Social acordes con las jornadas de lucha del pasado, con la entrega que hicieron de sus vidas muchos hombres y mujeres en el siglo que terminó, en la esperanza que, algún día, se instalara la justicia social, serena, equitativa y razonable, para todos….pero, lamentablemente, no puedo hacerlo.

Y lo lamento, además, pues en mi formación aprista la conquista de los derechos sociales, y concretamente a la jornada de las 8 horas de trabajo, que se remonta a la segunda década del siglo pasado tiene una vinculación muy cercana, entrañable, de ninguna manera exclusiva ni excluyente, con los albores del aprismo que empezaron a forjar un grupo de jóvenes que formaban el llamado “Grupo Norte” de Trujillo dirigido por Antenor Orrego y que integró el fundador del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre. De manera que hay en esta fecha una especie de sentimientos encontrados por lo que uno piensa que deberíamos haber alcanzado ya transcurridos 90 años de esa gesta y lo que realmente tenemos en el Perú en el siglo XXI.

Pues más allá del recuerdo y homenaje a quienes en el Perú y en el mundo, precedieron en sus luchas como sindicalistas, luchadores/as sociales, o líderes políticos, a quienes hoy se preparan a conmemorar, o celebrar, el Día del Trabajo o de los Trabajadores, según el prisma con que se vean las cosas, esta fecha, nos plantea, una vez más, una exigencia de reflexión para la acción.

El hecho que en el Perú los derechos económicos y sociales, plasmados en los Tratados que obligan ineluctablemente a los Estados, para hoy, no para mañana, a concretar políticas públicas claras y sostenibles en favor de los trabajadores, hayan sido sistemáticamente incumplidos y violados impunemente desde inicios de los años 90, con plena conciencia, por quienes tenían la responsabilidad de respetar y garantizar esos derechos, nos plantea rediseñar una estrategia diferente, tan realista como pragmática para ir avanzando, verdaderamente, hacia formas mejores, más justas, de convivencia humana.

Los empresarios y el capital
Es probable que algunos empresarios y dirigentes empresariales comprendan que está en su mejor interés el replantear la forma de defender lo que consideran sus intereses inmediatos frente a los trabajadores y ante el Estado nacional. Como que percibieran que ya hay un desbalance muy grande y preocupante. Otros no lo comprenderán y añorarán formas aún más elitistas y ventajosas de organización social. La experiencia histórica es que la demolición de derechos económicos y sociales nunca dio buenos resultados y, a la postre, es receta para seguras situaciones de conflicto. El deterioro sostenido de las condiciones laborales, así como del poder adquisitivo de la gran mayoría de trabajadores en general, producido año tras año, mientras aumentaba exponencialmente la pobreza y la extrema pobreza de millones de seres humanos, si bien fue un factor de “ahorro” (por la drástica y absurda reducción de los llamados costos laborales vía reducción de salarios y beneficios laborales) y de ganancia inmediata, no ha sido, ni lo será, un factor de estabilidad social ni de seguridad a mediano y largo plazo, todo lo contrario. ¿Alguien habló de conflictos y conflictividad en el país?

Por otro lado, mientras los gobernantes actuales del Perú, persisten en aferrarse a un modelo económico fracasado y decadente, y creen que todo se reduce a que las inversiones “vengan como vinieran” al Perú, sin preocuparse en qué condiciones quedan los trabajadores; en los países con mayor desarrollo cultural, tecnológico, económico y social sí se plantean la exigencia de concretar políticas decisivas que protejan a sus clases trabajadoras y cuestionan severamente la ortodoxia arrogante y obtusa de los años 80 y 90. Y reflexionan sobre la falsa certeza que subyacía al Consenso de Washington.

Perú, mayo del 2009

Despedidos por centenas de miles durante los años 90, excluidos de golpe fueron puestos al margen del sistema económico/productivo. Hoy, miles de jóvenes citadinos laboran en bancos, tiendas y otros servicios bajo el sistema de “service” o tercerización, en el sector privado de la economía en jornadas de 10 ó 12 horas diarias sin derecho a horas extras, ni a vacaciones, ni seguro médico ni social. A esas horas se agregan un promedio de dos horas para ir al centro de labores y regresar a sus hogares. ¿En qué momento y condiciones pueden estudiar, y hacer deporte o simplemente divertirse, lo cual es una actividad humana necesaria, para sorpresa de algunos? Otros miles laboran en el sector estatal bajo el régimen eufemístico de “servicios no personales”, igualmente sin mayor derecho que una remuneración. Similar situación de indefensión afecta a quienes laboran en el campo en actividades agroindustriales, agroalimentarias o agropecuarias. ¿Así estamos protegiendo a nuestra juventud?

Problema adicional es el desempleo encubierto a través de las distintas formas de subempleo que son otro factor de un deterioro ampliado de la calidad de vida de la población.

Si a lo anterior le agregamos el hecho que el salario mínimo vital se mantiene en 550 soles mensuales (uno de los más bajos de la región sudamericana) tenemos un escenario que se comenzó a instalar en los 90, se mantuvo durante el régimen de Alejandro Toledo y subsiste, lamentablemente, durante el gobierno de Alan García.

Cohesión social, consenso nacional y proyección a todo el Perú

Por lo anterior, modestamente, estimo muy necesario que las diferentes organizaciones sindicales, federaciones y confederaciones, y los y las trabajadores en general, se propongan alcanzar sus propios consensos, a fin que logren una mayor cohesión y que ello puede hacerse sobre plataformas comunes que son proporcionadas por los pactos y convenios internacionales que como, por ejemplo, el Convenio 169 y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales cubren y protegen a todos y todas los/as trabajadores/as y obligan legal, política e internacionalmente a todos los Estados, desde presidentes de la República, pasando por ministros, fueros laborales y poderes judiciales.
Quizás el mejor presente, actual y vigente, posible y real, que puedan hacerse los y las trabajadores/as es el de comenzar a ser solidarios entre sí mismos, pero no sólo eso, también y no menos importante, solidarios con quienes son aún más débiles y vulnerables que ellos, los y las desempleadas. Esto los –nos- hará a todos más fuertes y será poderoso argumento ante el actual Estado para que replantee con toda la preocupación y seriedad del caso sus actuales equivocadas políticas laborales y sociales.

Creo que no todos perciben ni sopesan el impacto que esta situación laboral prevaleciente en el país tiene en la atmósfera general de las relaciones sociales y en la relación Estado-sociedad. Las evidentes deficiencias y asimetrías de un sistema productivo y económico que beneficia ostensiblemente a una minoría transmiten una fuerte sensación de injusticia y malestar que en el balance provisorio atenta contra la democracia misma.

En este Primero de Mayo, saludo y reconocimiento a los hombres y mujeres dignos del Perú, honor y respeto a quienes cayeron ofrendando sus vidas por la causa de los trabajadores, y reflexión y claridad para seguir el camino de la justicia social con libertad y dignidad para todos. Y en lo que se refiere a los apristas, la comprobación y el compromiso de que queda aún mucho por hacer.