Desde la época de Aristófanes, el humor político se ha dedicado a caricaturizar la realidad, y sobre todo, a los políticos que actúan en esa realidad. Siempre he creído que el humor político es esencialmente opositor. Es evidente que el humor oficialista no puede sostenerse mucho tiempo, pues rápidamente se transformaría en obsecuencia, y eso no hace reír a nadie.

Reflexionando al respecto se me ocurre pensar que el humor no sólo puede aliviar la angustia o descargar la bronca, sino que también puede ser una herramienta que ayude a preservar la dignidad del oprimido frente al opresor. Frente a las arbitrariedades de un déspota, la respuesta del débil puede ser un chiste, una caricatura, un guiño que le permita recomponer su dignidad dañada. Ante el autoritarismo, sea en lo laboral o en otros ámbitos, un apodo descalificador, un comentario burlón da fuerzas a quien lo dice. Se avala así lo dicho sobre que el humor político es opositor, opositor al poder. La confusión surge cuando algunos, mezclan el gobierno con el poder, como si ambos siempre coincidieran. Todos sabemos que no es así. En nuestra historia hemos tenido muchos ejemplos donde los gobiernos lucharon a brazo partido contra el poder, ejercido en realidad por el establishment.

Con el presidente Illia, los humoristas, al caricaturizarlo de tortuga, estábamos, muchas veces sin desearlo realmente, colaborando a desgastarlo. Lo que hacíamos no era oposición al poder, sino que objetivamente beneficiábamos al poder real. Incluso con Tato Bores, en su difundido Monólogo 2000, del año noventa, hicimos una autocrítica al decir él: “Ahí tuvimos un cacho la culpa todos porque los sindicatos, la C.G.T. le tiraba tortugas en Plaza de Mayo, los medios en contra, los periodistas en contra, los humoristas le hacíamos chistes. Éramos una manga de boludos que para que le voy a contar…”

Distinto fue el caso de Martínez de Hoz. Este personaje representaba fielmente el pensamiento del poder que gobernaba. Por eso durante el Proceso fue tan difícil –y peligroso- hacer humor, porque la clave del humor político es o debería ser, exagerar, caricaturizar, pero no mentir. Lo mismo podría decirse que sucedió durante la dupla Menem-Cavallo, o De la Rúa-Cavallo. Estos tipos también representaban al poder que actuaba a través de ellos. La diferencia residía en que el humor político podía tomarlos como blanco sin correr muchos riesgos, ya que ellos también habían optado por farandulizarse

El humor opina, desde una óptica distinta, pero opina. Y los humoristas no somos seres asépticos y apolíticos que vivimos en tappers. Como el burgués gentilhombre de Moliere que hablaba en prosa sin saberlo, los que estamos en los medios opinamos, seamos concientes o no, desde nuestra propia ideología, desde nuestro propio pensamiento político.

Y cuando hacemos humor político, se nota. La cuestión es que el receptor del mensaje, además de reírse, también lo note.

Nota publicada en la revista Caras y Caretas de junio.