AL AIRE. Contradictoria, la participación del oyente genera mayor comunicación.

Siempre estaba su denuncia, su dato puntual, su concepción ideológica bien de izquierda y con algunos trazos anarquistas. Si no le pasaban su mensaje ardía Troya: perseguía y retaba a productores que habían decidido alguna vez no pasar su mensaje. Hay varios conductores de radio que en toda su carrera siempre tuvieron mensajes de Bela. Incluso el periodista Carlos Ulanovsky la cita como una oyente emblemática en uno de sus libros sobre la historia de la radio. Pero ¿hay muchas “Bela de Almagro”? Con características diferentes, hay una especie de “raza” que se dedica a llamar a las radios: es una ínfima minoría que levanta un teléfono, logra comunicarse, deja su voz en un contestador y finalmente alcanza el tan deseado éter radial.

Con su ironía habitual, el periodista Orlando Barone pinta al oyente medio: “Insulta, denuncia, sermonea, chupaculos, miente, fantasea y delira desde su celular o teléfono fijo. A lo mejor en su vida cotidiana ni se nota. Pero instigado por un programa de radio adquiere una monstruosidad inenarrable. El oyente llamante es un anónimo al que la sociedad acepta y distingue escuchándolo, aunque no sepa quién es ni si llama diez veces falseando la voz o cambiando de nombres. Es un pacto de confianza vil en la escena pública”.

Siguiendo esta línea de pensamiento, no casualmente causó furor en la blogosfera y en YouTube el programa radial de Diego Capusotto, donde ironiza con llamados de oyentes fabricados que ven la vida como si todo el tiempo estuviéramos al borde del precipicio, con una estereotipada “inseguridad” donde “los pibes chorros” asesinan a cien ciudadanos “decentes” (Blumberg dixit) por minuto. O aquellos con ideología macartista que ven izquierdistas por todos lados. El “Montonero Cobos, renuncie” ironizado por Capusotto como mensaje radial, para algunos ya se convirtió en un hit. Tiene que ver con el típico llamador de radio Continental, que odia al gobierno actual, acusan a los Kirchner de “montoneros” y defienden a rajatabla a sus ídolos agropiqueteros Biolcatti, Buzzi y De Angeli.

Entre los llamadores conocidos a distintas radios está “Juan de Devoto” con una visión “facha” y conspirativa en la cual los judíos son los titiriteros del mundo; Alcides Acevedo, que se dedica a refutar sobre todo a los programas que destacan algunos aspectos positivos del peronismo; “Angel de Congreso”, que basa todos sus mensajes en el Pacto de San José de Costa Rica, o “Ricardo de Villa Urquiza”, que defiende a rajatabla al kirchnerismo y rastrea como ninguno todos las gaffes del diario La Nación y de los gurúes de la city. “Pami de Castelar”, un oyente que habitualmente cita a Marx, Brecht y que, con sus mensajes puros e inmaculados, irradia la melancolía de cuando “la revolución estaba a la vuelta de la esquina”. Cuando no le pasan su mensaje, intenta nuevamente cambiando su nombre e incluso, cuando no lo consigue, según cuentan algunos productores se pone a llorar en el teléfono rogando que lo hagan.

Oidores, radioescuchas, llamadores, oyentes o como se los quiera denominar, vienen tomando parte del aire desde la época en que Hugo Guerrero Marthineitz les dio lugar. Pero no todos los conductores tienen la misma postura. “En mis programas no hay oyentes al aire, porque si vos les das demasiado lugar a los mensajes el programa te lo terminan haciendo los demás” afirma Antonio Carrizo. En tanto, Oscar Gómez Castañón señala que “los oyentes me corregían el sumario, me tiraban pautas e intereses. Al oyente hay que mantenerlo en dosis prudentes, eligiendo las llamadas o emails más representativos”. A su vez un oyente, “Ricardo de Villa Urquiza”, dice al ser consultado por Acción que “Cooperativa y Nacional son los únicos que pasan los mensajes aunque sean críticos. Las demás sólo pasan los favorables al programa y contrarios al Gobierno”.

En el libro Siempre los escucho, de Carlos Ulanovsky, Matías Martin recuerda a varios de los que califica como “oyentes-monstruos” de su programa Basta de todo: “Como Rafa, al que le patina la erre y le falta claridad al hablar, pero le sobra simpatía y picardía. Cada llamado suyo era un show. Se fue convirtiendo en una celebridad dentro del ciclo y llegó un momento en que todos esperaban sus mensajes”. Y a propósito de los oyentes que pasan a estar frente al micrófono, está el caso del guionista Carlos Barragán: “Cuando ocurrió el atentado a la AMIA, le escribí una carta muy visceral a Lalo Mir, que era un buen referente para mí. Era un texto muy duro. Y Lalo la leyó al aire y eso provocó un debate interesante. Luego mandé otra. En diciembre del 94 lo fui a ver y dos meses después, muy generoso él, me llamó para Animal de radio”.

Una simple llamada a una emisora, por lo tanto, puede generar diferentes disparadores: vehiculizar una queja, obtener una respuesta, un minuto de fama, un dato que la impunidad del contestador puede filtrar y que sirve para destapar algo oculto, deschavar errores de los periodistas o mostrar estados de ánimo sociales. Un ida y vuelta radial que no necesita de telefonistas que sólo registran llamados, sino de productores-periodistas que sepan insertar los mensajes de “María de Caballito” o “José de Lanús” cuando se trata de contenidos interesantes, que saltan muros, que rompen la unidireccionalidad y generan una comunicación más real. Entonces, ahí sí, “gracias por llamar”.

Nota publicada en www.acciondigital.com.ar.