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La afirmación pudiera parecer una exageración. Pero en realidad el presidente de los Estados Unidos Barack Obama se encuentra encerrado dentro de un círculo del cual para salirse, tendrá que romper con puños de acero la estructura férrea creada por los tradicionales centros de poder que desde hace años controlan todas las decisiones de los presidentes norteamericanos que han pasado por la mansión ejecutiva.

Dice un refrán muy popular por cierto entre los cubanos, que las palabras se las lleva el viento. Y las promesas también. Es cierto que el presidente Barack Obama despertó las esperanzas de las grandes mayorías nacionales de su país, cuando frente a viento y marea levantó a lo largo de su campaña presidencial una serie de proposiciones que despertaron las más grandes expectativas en el pueblo norteamericano.

Hombre culto e inteligente que no pertenecía a las élites de poder- y sin compromisos con estas- hizo pensar a muchos que él era el hombre indicado para sacar al país de la profunda crisis, que había llevado a la nación norteamericana por un despeñadero, que al final serviría de tumba a la nación. La batalla presidencial, primero por alcanzar su postulación, y después la victoria frente a los Republicanos, no fue una tarea fácil para Obama.

Tenía que imponerse a poderosos intereses políticos y a grandes prejuicios raciales. Pero el discurso político del candidato Demócrata arrastró detrás de él, no sólo a los tradicionales miembros de su Partido sino que también atrajo a las minorías hispana y negra, a lo que se agregó la nueva generación de jóvenes norteamericanos que andaban en busca de alguien distinto a los políticos tradicionales de ambos Partidos.

Sus promesas de campaña sintonizaban con el sentir del país. Terminar con la guerra insensata desatada por Bush en Irak. Ordenar la salida de los soldados norteamericanos de ese país ocupado. El cierre de la cárcel establecida en la base naval de Guantánamo. La solución del conflicto militar en Afganistán. Y la negociación dialogada de las diferencias con los países adversarios, fuera Irán, Corea del Norte Venezuela o Cuba, fue también una promesa de su campaña presidencial.

Si bien es cierto que las medidas económicas tomadas por la nueva administración han servido para paliar el desastre financiero heredado de los Republicanos de Bush, sin embargo quedan pendientes las anteriores promesas no cumplidas hasta ahora por el joven negro mandatario norteamericano.

En cuanto a Cuba, no basta con levantar las restricciones de viajes de los cubanos residentes en Estados Unidos. Eso como un comienzo, está bien. Pero no basta. ¿Por qué no sentarse a discutir con el gobierno cubano todas y cada una de las diferencias que separan a las dos naciones?
¿Por qué el presidente no ha dado pasos más decididos y firmes para avanzar por el camino que conduzca a cumplir las promesas que le hizo al pueblo norteamericano a lo largo de su campaña presidencial?

La respuesta hay que buscarla más allá que en la falta de voluntad del presidente. La respuesta hay que buscarla en el círculo de hierro que rodea al joven mandatario negro norteamericano. Ahí está la clave. De manera que hasta que el presidente no tome la firme resolución de romper el cerco que le tiene prisionero, no podrá decirse que en la Casa Blanca hay ahora alguien bien distinto a todos los demás que han pasado por el cargo de Primer Mandatario de la nación norteamericana.

Romper el círculo de hierro, ese es el problema. Mientras tanto, todo seguirá igual. Nada habrá cambiado. Pero algo nos queda. Nos queda la esperanza.