En aquel entonces yo me repartía en el aire cantando tus canciones y lejos estaba tu muerte y la mía. Mi corazón de estudiante estallaba al compás de “esa voz” y se trepaba como una enredadera en el pentagrama de una partitura tratando de alcanzarte desde mi garganta en una vieja casona de Adrogué donde aprendí a escucharte y a recostarme en el regazo del folclore que más me estremecía.

Guitarra, regalo de mi padre y un poncho salteño que mi madre cosió me iluminaron el amino de peñas y kermeses por años. Ese que vos en el registro más alto de la esperanza pusiste -aquella tarde- en el Teatro LaSalle , después de la amenaza de bomba. Y allí cantamos, en ese escenario abierto y a la vez sombrío que anunciaba el terrorismo de estado y ahí pude, aún ya

sin lecciones de canto, gritar con vos muy fuerte, mientras se quemaba en el cielo la luz del día, “Todavía cantamos, todavía pedimos. Todavía soñamos, todavía... esperamos”.

Periodista, directora del Observatorio de Medios de la UTPBA.