(Por Juan Carlos Camaño).- Se reitera en el limbo gerencial mexicano que si el petróleo sigue perteneciendo de “alguna manera” a México, el país se hundirá, y se asegura que si EE.UU. se ve impedido de intervenir más explícitamente –o sea, más descaradamente aún-, en “la lucha del narcotráfico”, México se hará trizas en medio de la balacera cruzada entre diversas fracciones del poder “legal” e “ilegal”. Invariablemente, por una cosa u otra, EE.UU. está metido hasta los dientes, o buscando meterse, en todos lados. Aportando armas y disconformidades sutiles, puestas a multiplicarse en el boca a boca.
Asistimos a una más de la muchas batallas signadas por la sangre y el fuego. Una batalla envuelta en una inmensa acción sicológica a escala masiva, que se desparrama aquí y allí para que “todos” terminemos aceptando que si “irremediablemente” debe haber un descuartizador de descuartizadores, que ese sea EE.UU., para “remedio” y veneno a la vez de un estado de situación económica y social irrespirable.
En tal contexto, la matanza de periodistas no cesa. En sus “Comentario a Tiempo”, el colega Teodoro Rentería –vicepresidente por México de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP)-, retomó, ahora en un extenso informe, un tema que hace temblar a la profesión, se vea la cuestión desde adentro de México o fronteras afuera. Vuelve nuestro colega a hablar de la inalterable impunidad: se amenaza, se desaparece y se mata y nunca se sabe, aunque más no sea por error, sobre sospechosos, autores materiales o ideólogos. Nada de nada. Con cada muerte se abre una tumba y se archiva un expediente.
Informa el compañero fundador de la FAPERMEX que en el actual período de gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa “el panorama es dantesco: 49 (periodistas) asesinados, más de 1 por mes, y 9 desapariciones forzadas, una cada cinco meses”.
Reiteramos, lo dicho en incontables ocasiones: Estremecedor. Tanto o más que la impotencia que genera reclamar y exigir justicia sin más respuestas que el silencio oficial. No saben, no contestan. Nos desafían a chocar contra un muro.
Rentería repasa la luctuosa lista, sin que se le escape que en el sexenio en que gobernara Vicente Fox Quesada, subordinado de George W. Bush, “se asesinaron a 5 periodistas por año, 30 en total y fueron secuestrados 6 por año”. No se recuerda que haya ocurrido nada igual en estos últimos diez años en ninguna otra parte del mundo. Ni en Irak –tras la invasión de EE.UU. y sus aliados- se ha llegado a tanto.
En el informe aludido, donde se da cuenta que ha habido “115 asesinados de 1983 a la fecha”, se resalta la labor de organizaciones que, aun ninguneadas “por la gran prensa”, han alzado su voz, sin desmayos, sin claudicar, sin retroceder a pesar de los riesgos. Cita, entonces, a la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos (FAPERMEX), al Club Primera Plana (CPP) y a la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP). Todas ellas vienen exigiendo justicia, sabiendo que el reclamo cae sistemáticamente en saco roto, en virtud de que existe libertad para matar, sin importar la vida perdida y el dolor de los colegas, amigos y familiares de las víctimas. Nunca mejor, lamentablemente, aquello de que “la guerra es la guerra”.
Cuando Rentería dice: “la gran prensa ignora nuestras denuncias” no es que se está lamentando, está dejando en evidencia el comportamiento patronal: las muertes de los trabajadores de la prensa son rutinas, accidentes de trabajo. “Prefieren – señala el periodista mexicano con el dedo a la gran prensa- mencionar a organizaciones extranjeras con cifras sesgadas, por debajo de la realidad, que a las condenas en demanda permanente de justicia de las Asociaciones nacionales y regionales con verdadera representatividad”. Es común que la gran prensa nos ignore, ha afirmado siempre la FELAP. No sólo en México.
La FELAP analizó en reiteradas ocasiones ese tipo de comportamientos, destacando que obedecen a intereses patronales, a la entronización del mayor lucro por sobre la vida. Esas patronales que día a día derriten salarios y menoscaban las condiciones laborales –degradando la calidad profesional-, persiguen como único fin el crecimiento de su tasa de ganancia. Nada es casual. Ni una línea acerca de las denuncias de nuestras organizaciones en la prensa de “la libertad de prensa” no es casual. No es casual el bloqueo informativo contra nuestras organizaciones, cuando la muerte de periodistas se convierte en masacre metódicamente implementada. En la pugna de intereses entre el patrón y el asalariado, no es casual que el patrón intente, o imponga, el silencio a las organizaciones que lo confrontan con el fin de mejorar la calidad de vida de los periodistas-trabajadores de prensa. Es una lucha. Llamémosle, sin más, lucha de clases, con sus consabidos problemas de relación de fuerzas.
Por eso, pues, apelar a nuestros propios medios sigue siendo un eje clave por el que hacer pasar la prioridad. Se trata de demostrar, a cómo dé lugar, que no hacemos silencio y que siempre estaremos decididos a que otros no logren convertirnos en invisibles.
– Juan Carlos Camaño es Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP)
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