De eso hablará el tiempo inmediato o mediato, habrá que poner el oído en la tierra a la espera de indicios.

Nuevamente fábulas, ahora en 3D, llevando y trayendo mensajes contradictorios a la hora de violar el derecho internacional, la soberanía de un país, el respeto a un juicio justo. Nuevamente EE.UU. metiéndose en territorio ajeno, matando y multiplicando hasta el máximo desconcierto la acción de su aparato de difusión y propaganda, para que el mundo no se entere de casi nada, o de todo lo superfluo, insustancial y tenebroso: puerta abierta para caerle encima a quién sea, a la hora que sea, con la democracia del Pentágono como punta de lanza.

La realidad relatada por la Casa Blanca es una nueva-vieja película yanqui, en la que se considera a miles de millones de personas subnormales, dispuestos a tragarse todos los trucos de las versiones oficiales desmentidas oficialmente. ¿Qué ocurrió en Pakistán, en “casa de Bin Laden”? ¿Cómo ocurrió? ¿Ocurrió?

Nuevamente EE.UU., hace un licuado de mentiras y medias verdades, lo envasa a tono con una parte para nada menor de su población y, sin más, lo ingresa a los hogares de miles de millones de seres humanos, en su gran mayoría preocupados, o desesperados, por la falta de educación, vivienda, salud, pan y trabajo. Y no conforme con la exposición de sus alardes de poderío armamentístico y cuerpos de elite, en franca demostración de impunidad, mete miedo alertando sobre las réplicas que teje la venganza. Un combo a la altura del amasijo bélico que se cuece en el complejo industrial militar yanqui-transnacional.

Masacres terroristas están en carpeta. Entonces, cuando vuelva a correr sangre: la duda. La gran duda respecto de los autores intelectuales y materiales. La duda que habrá de expandirse: ¿Los hombres y mujeres de Bin Laden, en la revancha? ¿Los propios comandos de la CIA, para azuzar el caos y redoblar represiones? ¿Quién? ¿Quiénes? ¿Por qué?

China ya disputa el principal lugar del podio de la economía mundial con EE.UU.. ¿Es hora, pues, de desbarajustarlo todo y entrar a saco en Irán? ¿De eso le susurra en privado el Pentágono al presidente Barack Obama? ¿Es tiempo de quebrarle el espinazo, de una vez por todas, a Afganistán? ¿Se trata, también, de obligar a Pakistán a que no intente repetirse en gesto alguno que se parezca al de un Estado doble agente y, a la vez, ceda aún más el control sobre su arsenal nuclear? ¿Es el momento de acelerar a todo o nada, en un mar de sangre, la apropiación de gas, petróleo, territorios y conciencias?

¿En qué fase de la planificación de un genocidio global nos encontramos, ante el riesgo más que cierto de que el siglo actual no sea un siglo de dominación norteamericano?

¿Acaso Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, ha quedado reducido a atender una gasolinera cercada por el fuego? Haber dado caza a Bin Laden parece, entre otras cuestiones, el triunfo de las obsesiones propagandísticas del imperialismo norteamericano. Haber matado a Osama Bin Laden desarmado –una versión- delante de su hija –la misma versión-, después de tomarlo prisionero –según se dijo entre tantas cosas que se desdijeron-, responde en toda la línea a un asesinato; consecuente con la lógica de justificar la tortura, el terrorismo de Estado y el exterminio necesario para que EE.UU. tenga, aunque improbable, posibilidades de no seguir adentrándose en su definitivo cono de sombras.