Autor: Miguel Badillo *
Sección: Oficio de Papel

10 JULIO 2011

Hace unas semanas ese papel lo hicieron el Ejército y Los Pinos con el caso Hank Rhon, ya divulgado en todos los medios. Y apenas la semana pasada, otros dos políticos. La maestra priista, panista y panalista Elba Esther Gordillo y su pupilo, el veracruzano Miguel Ángel Yunes, se encargaron de darnos otra prueba de cinismo y desfachatez, sin descartar la terrible corrupción que envuelve al sistema político mexicano. Esto explica por qué en unas elecciones locales como las del Estado de México, casi el 60 por ciento del padrón electoral se abstuvo de votar.

En este nuevo circo político que apenas empieza, Gordillo y Yunes se acusaron verbalmente del desvío de cuantiosos recursos públicos y confirmaron su complicidad en acuerdos políticos sucios con el presidente de la República.

Primero, Gordillo acusó a Yunes de haber desviado 50 mil millones de pesos de las arcas públicas cuando fungió como director general de una de las instituciones más importantes en materia de salud de México, como es el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), y pidió a las autoridades federales investigarlo y abrirle un proceso penal.

Yunes respondió y acusó a Gordillo de exigirle desviar 20 millones de pesos mensuales de los fondos del ISSSTE, para financiar el Partido Nueva Alianza (Panal), fundado por la dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Aquí además de fraude hay peculado, delitos electorales, abuso de poder, tráfico de influencias y cinismo, mucho cinismo.

La inmundicia de estos dos políticos forjados en el sistema priista es vieja y muy conocida por muchos, y en los próximos días se esperan más acusaciones que sólo confirmarán cómo se ha ejercido el poder político en México desde el siglo pasado, en perjuicio de todos los mexicanos.

Con tales señalamientos, Felipe Calderón debería ordenarle a alguno de sus empleados en el gabinete, por ejemplo al secretario de la Función Pública, Salvador Vega Casillas, y al secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, que investiguen las cuentas personales de ambos políticos y las finanzas de las instituciones públicas en las cuales han estado involucrados. Seguramente se encontrarían con muchas sorpresas, pero a Calderón lo que menos le interesa es abrir un frente contra la maestra Elba Esther, quien según sus declaraciones, operó de todas las formas posibles para llevarlo a Los Pinos. Y eso, en política, no tiene precio, aunque ella misma se lo esté cobrando con cargos públicos para su yerno y otros empleados.

La inamovilidad del presidente de la República ante el balconeo que le hizo su amiga y aliada Elba Esther Gordillo obedece a nuevas presiones de la maestra para obtener más poder, más cargos públicos y más beneficios económicos. Calderón, de quien dicen que tiene mecha corta, ahora más bien parece que la tiene apagada, pues ha hecho uso de esa de vieja práctica de los políticos de agazaparse ante las críticas y dejarlas pasar hasta que se agoten, para después cínicamente levantarse como si nada hubiera pasado.

Calderón sabe que si Gordillo cuenta todo lo negociado, le daría la razón a las críticas de Andrés Manuel López Obrador, quien desde hace más de cuatro años les ha dicho que son la mafia del poder.

En el revire mediático de Yunes, el viejo político jarocho dio un indicio a la autoridad que podría ser una mina informativa para llamar a cuentas a la lideresa magisterial. El exdirector del ISSSTE advirtió que la profesora debe aclarar los manejos sobre sus cuentas personales y del magisterio.

Una historia que cuentan los allegados a la maestra es aquella que narran de cómo Gordillo le encargó a su entonces colaborador Tomás Ruiz, experto en cuentas públicas y destacado en el manejo financiero, revisar todas sus cuentas personales bancarias y los movimientos financieros en el extranjero, para asegurarse que toda la fortuna acumulada con fondos magisteriales estuviera bien ordenada, que no faltara algo y, sobre todo, que nadie pudiera reprocharle y mucho menos acusarla penalmente.

Para tal misión, le pidió a Tomás Ruiz que hablara con Francisco Yáñez, en ese entonces director general de la Lotería Nacional y uno de los beneficiados por la política de presión de Gordillo a Calderón, y le dijo que él le entregaría las cuentas bancarias y todos los movimientos financieros de la maestra.

Acostumbrado a obedecer, Tomás buscó diligentemente a Yáñez y le informó de la misión encomendada por su jefa Gordillo. El director de la Lotería le respondió que sí, pero nunca le dijo cuando. Conocedor del carácter de la maestra, Tomás volvió a solicitarle una y otra vez la información, pero la respuesta de Yáñez siempre fue la misma.

Pasaron semanas y Elba habló con Tomás para preguntarle cómo iba con su encargo. Con pena, Tomás se quejó de que Yáñez todavía no lo entregaba la información financiera, pese a que en tres ocasiones se la había solicitado. Enojada y con el control que acostumbra ejercer sobre sus subalternos, la lideresa le ordenó a Tomás volver a buscar a Yáñez y exigirle la información, bajo la amenaza de que se trataba de una orden directa de ella y nadie, pero nadie, cuestiona una decisión de la maestra. Y si no, que le pregunten a Rafael Ochoa Guzmán.

Así lo hizo Tomás, pero esta vez le dijo a Francisco Yáñez que la maestra lo había regañado porque no había cumplido con lo ordenado, por lo que le suplicaba que le entregara los documentos para revisarlos y, como seguramente se trataba de muchas cuentas bancarias e información financiera, se llevaría varios días en ello.

Sereno, con la confianza que le daba mantener una relación estrecha con la maestra, Yáñez le dijo a Tomás que no se preocupara, que él hablaría con ella y que estuviera tranquilo, porque esa información nunca se la daría a él.

De inmediato Tomás buscó a Gordillo y le dio la respuesta. Días después, la maestra le dijo a Tomás que no se preocupara más, que ella y Yáñez revisarían las cuentas. El exdirector de la Lotería convenció a su jefa Gordillo de lo peligroso que era soltarle las cuentas personales bancarias a Tomás Ruiz, por lo que era mejor que él siguiera administrando su inmensa fortuna.

*Periodista

Fuente: Contralínea 241 / 10 de julio de 2011