“El estudiantazo chileno”, en tanto espectáculo que conmueve a los medios masivos en todo el mundo, comenzó en mayo de este año y tiene una fecha incierta de cierre. Hasta el momento, ha generado cerca de 1500 detenciones, centenares de miles de personas movilizadas y una represión feroz con sus consecuentes heridos.

Acredita fotogénicas modalidades de protesta en el espacio público, como maratones de besos y coreografías al son de Michael Jackson y Lady Gaga. En la web, el supuesto espacio donde se fraguan las nuevas revoluciones, el ingenio universitario creó el sitio yodebo.cl, en el que hasta la fecha 5000 estudiantes han publicado el monto de sus deudas por créditos universitarios, arrojando la suma de 130 millones de dólares.

Mientras tanto, los populares activistas cibernéticos de Anonymous (que amenaza con hacer volar por los aires a Facebook el próximo 5 de noviembre) llevaron adelante la operación “Mal Educados”, demoliendo páginas adversas a la protesta como la del Ministerio de educación y del partido de derecha UDI.

Una vez presentadas las credenciales de la importancia de este “Invierno chileno”, como también se conoce a estas movilizaciones, es necesario remontarse a otros tiempos, agregar otras cifras y penetrar en tramas más profundas. Siguiendo la lógica de la sorpresa, hermana de la espectacularidad, el primer puesto no lo ocupa la originalidad de las medidas, la presencia de las redes sociales ni la brutalidad de la represión ni las medidas aisladas y extremas de las huelgas de hambre.

Tampoco la tendenciosidad y la censura en los medios masivos, que generaron la ocupación de oficinas de Copesa, de medios gráficos, y la irrupción en el canal de televisión UCV. El fenómeno más sorprendente es el apoyo de amplios sectores de la población que colocan al “estudiantazo” en el podio de las movilizaciones desde el fin de la dictadura.

En la historia reciente, el movimiento estudiantil aprendió en el 2006 durante “ la Rebelión Pingüina ”, denominada así por el uniforme tradicional de los alumnos, que para extender su reclamo era necesario que las consignas fueran lo suficientemente abarcativas.

Los universitarios que reclamaban por el arancel de la Prueba de Selección Universitaria y del transporte escolar entendieron que la madre de las batallas por la educación era la derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), publicada en el Boletín Oficial el 10 de marzo de 1990, último día del gobierno de Pinochet. A partir de ese momento, sumaron la adhesión de los estudiantes secundarios y de vastos sectores docentes. Un año después, la presidenta Bachelet impulsaría, sin éxito, una reforma de esta ley.

En esta ocasión, enmarcados en el combate contra la LOCE , estudiantes, padres y docentes apuntan a la descentralización y privatización de la educación, fomentadas por el Banco Mundial. Estos dos procesos son absolutamente solidarios, si un municipio debe hacerse cargo de una dependencia educativa, los fondos propios le resultaran siempre insuficientes, dejando espacio al sector privado.

Además, la forma de lucrar con la educación en Chile excede a las cuotas, ya que estas se financian con créditos de bancos, quienes, como es de público conocimiento, se financian con intereses.

Las movilizaciones exigen que sea el Estado nacional quien financie y defina políticas de educación que busquen la universalidad y la calidad. En este sentido, también demandan que la educación privada evite, aún cobrando, generar un superávit.

En los cinco años que las separan, sorprende el crecimiento de la adhesión popular al reclamo. La justeza del reclamo y la brutalidad de los carabineros no es un factor que de por sí convoque a la solidaridad de las multitudes, el pueblo mapuche puede dar fe de ello. Tampoco puede pensarse que los cacerolazos que repican a lo largo del país son producto de que están en juego los intereses de los hijos de la clase media, ya que la LOCE , salvo escasas modificaciones humanitarias, no ha variado desde hace once años.
A estos factores, que son condiciones necesarias pero no suficientes, se suman otros que permiten acercarse más a una respuesta.

Piñera, por sus posiciones políticas, permite aglutinar a vastos sectores del campo popular y de la centroizquierda en su contra. Por este motivo y por su gestión deficiente, cuenta con el record de menor imagen positiva desde el final del gobierno de Pinochet, un magro 26%, es decir, es repudiado por izquierda y por derecha.

Piñera no logró presentar batalla en los múltiples frentes propios y heredados, como el de la inflación, los pueblos originarios, los afectados por el terremoto y los mineros (incluso aquellos rescatados sin reparar en gastos).

Es posible agregar algunos elementos para completar la caracterización que explicaría el apoyo masivo. Las movilizaciones cuentan con un fuerte componente de clase media, están presentes en todo el país, paradójicamente gracias a la descentralización, definen sus posicionamientos en asambleas sin prestar demasiada atención a los partidos del sistema, intentan modalidades alternativas de protesta que se suman (sin oponerse) a las tradicionales y utilizan las redes sociales sin ceder un centímetro en el espacio público, arriesgando la integridad física.

Todo esto, en un contexto generalizado de descontento con Piñera. Este conjunto, potente y polifacético, sazonado con el descrédito a las estructuras políticas convencionales, excede las demandas puntuales, condensa y expresa más cuestiones de las que enuncia, y se enfrenta en primera instancia a un Presidente cuyo capital político quedó sepultado en las profundidades de la mina de Copiapó.

Sin embargo, el objetivo principal del “Estudiantazo chileno” no es dejar en ridículo a Piñera sino combatir un modelo de educación, fomentadas por los organismos internacionales de crédito. Piñera puede estar debilitado como figura pero los intereses a los que se enfrentan lo exceden por completo. Si él se ve obligado a ceder en un plebiscito, como trascendió estos días, el sector financiero y el empresariado se verán obligados a utilizar todos sus recursos para defenderse.

Asimismo, la mayoría de sus medidas, desde adelantar las vacaciones de invierno hasta la obstinación del Ministro del Interior Hinzpeter de utilizar el decreto vigente de Pinochet para disolver protestas, han sido inútiles. Pero los llamados al diálogo y la posible convocatoria a un plebiscito para definir el futuro de la educación generaron fisuras en el movimiento, entre la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) y múltiples sectores fragmentarios que la acusan de ponerle techo a los reclamos.

En el temor a la institucionalización de la protesta, que implicaría dialogar con la política tradicional, se encuentra un posible germen del fraccionamiento y, consecuentemente, del debilitamiento de la columna vertebral del “estudiantazo”.

Es por eso que, en este momento, los estudiantes y la sociedad chilena rendirán el examen político para el que algunos se están preparando.

 Fuente: www.nos-comunicamos.com.ar.