Es célebre el refrán no es bueno cambiar de caballo a la mitad del río. Tal vez originada en la respuesta de Abraham Lincoln para aceptar su segunda postulación, en 1864, a la Presidencia de Estados Unidos –entonces ya consolidados–, y una vez resuelta la guerra entre el Norte y el Sur, que devendría en la emancipación de los negros, gracias al apoyo del pueblo a la propuesta de Lincoln para la liberación de quienes, hasta Martin Luther King, llevaron hasta sus últimas consecuencias la lucha contra la discriminación racial y la esclavitud. Éste dijo: “Recuerdo la historia de un viejo granjero holandés que, en cierta ocasión, comentó que en medio del arroyo era preferible no cambiar de cabalgadura” (Ensayos, discursos y cartas de Abraham Lincoln; editorial Pax. Recopilación, introducción y comentarios de Don E Fehrenbacher).
Traigo lo anterior como prólogo a esta nota, pues hay rumores de que Enrique Peña Nieto y su grupo compacto (Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, César Camacho y Emilio Chuayffet, los tres mosqueteros mexiquenses que, como los de Alejandro Dumas, son en realidad cuatro) tienen pensado un cambio de piel y de nombre para su partido político (el sonorense Plutarco Elías Calles lo bautizó como Partido Nacional Revolucionario, PNR, en 1929; el michoacano Lázaro Cárdenas cambió su nombre a Partido de la Revolución Mexicana, PRM, en 1939; y finalmente Miguel Alemán lo llamó Partido Revolucionario Institucional, PRI, en 1946).
Carlos Salinas de Gortari también intentó modificar su nombre, pero no pudo. Tal vez Peña, que tiene como ídolo a Álvaro Obregón (no al Obregón de Vasconcelos ni al Obregón de Adolfo de la Huerta, sino al Obregón de Huitzilac, por lo de Atenco y el 1 de diciembre) para darnos más distractores se atreva a otro cambio de piel y de nombre. Aunque le acarree más problemas de los que ya tiene y empezará a tener no más allá de mediados de este año (con todo y los 55 fines del Pacto por México) que engloban la agenda peñista y su alianza con los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y Acción Nacional (PAN); son iniciativas financieras, políticas, económicas y sociales para el primer semestre de este año y las otras para el segundo (El Universal, 9 de enero de 2013).
La reportera Ariadna García nos cuenta que César Camacho Quiroz y su grupo están preparando la convocatoria para la 21 Asamblea Nacional de un PRI eufórico por su victoria presidencial, que se celebrará no como parecería, el 4 de marzo –aniversario del PRI–, sino antes de la última semana de febrero. Tal vez porque quieren celebrar los 54 años del Revolucionario Institucional al que enemigos y analistas le cargan los años del PNR y del PRM, para achacarle 71 años… Tres partidos, y uno sólo verdadero, como tríptico electoral.
El pragmatismo aconseja descartar esa tentación, pues hay varias consultas en las urnas de aquí a mitad del sexenio, empezando por la disputa de Baja California, donde un aliado del peñismo de Atlacomulco, Carlos Hank hijo, habiendo sido presidente municipal de Tijuana, a toda costa quiere la candidatura para gobernador de la entidad. Y están en la lucha sorda el diputado federal Fernando Castro Trenti y dos presidentes municipales, Carlos Bustamante y Francisco Pérez Tejada. Todo se reduce al PRI, porque el PAN está muerto electoralmente y sólo el PRD postularía a Castro Trenti, si el PRI no lo escoge primero.
Como sea, el PRI tantea el terreno para un cambio de piel y de nombre, que mucho le gustaría a Peña para empatar con Calles-Cárdenas-Alemán. ¿Necesita el priísmo una manita de gato? Tal vez sí. Pero la PRI, como le dicen los oaxaqueños (con Nelson Murat resucitado, con cirugía, peinado a la punk, y con su hijo incrustado en el peñismo), no está para cambios de esa naturaleza. Ha de seguir cruzando el Rubicón rumbo a las elecciones en 14 entidades del país. Le han salido bien las acciones al peñismo, y en una de ésas, su audacia le habla a la oreja (vía telepromter) y se atreve a la transformación radical del PRI, que al fin y al cabo el poder presidencial va invicto.
Los expresidentes del montón: Luis Echeverría, que agoniza; Salinas, el peñista de las mil y una perversidades (que estaría de acuerdo con esos cambios, pero que con sus alas de cera no se acerca tanto al fuego del poder); y Ernesto Zedillo, sin interés alguno, dejan que los peñistas tengan la última palabra; ya sea que consulten o no. “Será una buena oportunidad –advirtió Camacho Quiroz– para revisar los documentos básicos, ponerlos a tono, ir más adelante para que el PRI sea alternativa” (El Universal, 9 de enero de 2013).
Quieren un PRI a la Peña Nieto, que al fin y al cabo las tiene todas consigo. El Revolucionario Institucional, tras su descanso por 12 años, parece un ave fénix al resucitar de sus cenizas zedillistas. Otra vez vivito y coleando, tras Zedillo, cuando su entonces secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, quiso ser el candidato presidencial y lo sacaron de la jugada tras los homicidios de Acteal, cuando presumió que se había bebido algunos tequilas y no supo –dijo– de aquella matanza. Coartada etílica para zafarse, tardíamente, de ese crimen de lesa humanidad. Pero Peña, Camacho, Osorio Chong y Videgaray traen entre ceja y ceja lo del cambio de piel y nombre para que el partido, que nació en 1946, concluya su vida útil. Y que de sus entrañas surja un partido con sello peñista, con el que quieren ganar las elecciones al postular a Videgaray (con Mario Di Costanzo entonces sí a la Secretaría de Hacienda). Esto con el PRI como tal, o con el “nuevo” PRI tras su asamblea y su 67 aniversario.
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