La primera vez que tomé contacto con Javier Diez Canseco fue en la Plaza Bolívar el 28 de julio de 1978 en medio de lo que por ratos era una reñida trifulca entre apristas e izquierdistas a pocos minutos de iniciarse el discurso de inauguración de la Asamblea Constituyente de ese año a cargo de Víctor Raúl Haya de la Torre. Javier había salido a procurar calma, por el lado del aprismo estaba Alan García quien solo atinaba a mirar hacia el cielo.

El apurado diálogo sólo consistió en invocaciones, todas fallidas, a la calma a los contendientes que llenaban la plaza como en los mejores días en que la Nación expresaba su militancia popular. Con Augusto Valqui Malpica pretendimos contribuir a una paz inexistente y una cicatriz en mi ojo izquierdo me lo recuerda con frecuencia.

Pasaron los años y debíamos viajar a Puno a tomar contacto con grupos de jubilados. Estábamos en el aeropuerto esperando un avión que debía salir sobre las 10 de la mañana, el ingeniero Carlos Repetto Grand, su esposa, doña Teresa, el abogado Jesús Dongo Avalo y quien esto escribe. Llegó apurado y él creía que con atraso Javier Diez Canseco que también viajaba a Puno. Entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde en que por fin salió la aeronave tuvimos el gusto de oír y ver la charla animada y polémica que sostuvieron Repetto y Javier quienes se conocían de años atrás. Diez Canseco canceló su participación y se quedó en Lima, nosotros sí arribamos a la Altiplanicie y cumplimos la tarea que nos había sido encomendada.

En otra oportunidad, años después, charlamos in extenso y sobre un muy polémico tema con Javier, el economista PF y el autor de estas líneas. El acápite, ríspido y retador por donde se le mire, no encontró acuerdo ni plataforma común: la anulación del Concordato entre el Estado peruano y el Estado vaticano. Ni Javier se comprometió a mocionar la idea para el debate en el Congreso y tampoco marcó distancia con la Iglesia Católica. No obstante nuestros discrepantes pareceres en las antípodas, nunca carecimos de la cordialidad y altura que fue característica de su amistad.

En otra ocasión y cuando Javier era presidente de la Comisión Investigadora de los robos del fujimorismo fui a verlo al Congreso y bajo la atenta y fraterna coordinación de Javier Mujica Petit. No pude cumplir mi cometido, una citación judicial que jamás conocí me fue "recordada" en el recinto legislativo, un viernes por la tarde por añadidura y mi humanidad dio con su entonces robusta figura en Requisitorias del cruce del Paseo de la República y la Av. Canadá. Javier increpó a medio mundo y fue gallardo en la defensa de un modesto hombre de prensa, pero "debía ponerme a derecho" y así lo hice sólo que con un pequeño descanso forzoso de tres días que terminó el lunes a primerísima hora en el Palacio de Justicia. Los dos Javieres no escatimaron llamadas o alientos y su respaldo hizo algo más llevadero lo que fueron algunas horas de espera obligada. A posteriori conté a Diez Canseco qué me había dicho un general de la Policía acerca de su charla con él. Las carcajadas conjuntas fueron bastante sonoras aunque a mí me costaron el encierro definitivo, el oficial estaba muy molesto con Javier y a mí me espetó: "la insolencia del parlamentario lo ha fregado a usted". ¡Bah! Cosas que hoy son recuerdos anecdóticos.

La última vez que le vi, pocos meses atrás, fue en casa de Ricardo Letts que celebraba, como todos los agostos, su cumpleaños en casa. Entonces le pregunté a Javier si estaba considerando escribir algo integral de su producción parlamentaria y me dijo que no, que tenía problemas de tiempo. No sé, a ciencia cierta, si para entonces, ya padecía la enfermedad que culminó con su existencia terrenal.

Parlamentario de lógica y polémica, Javier Diez Canseco representa al combatiente que hizo de su pasión un ariete y no pocos le tenían terror, sobre todo, los amigos de lo ajeno. Sin duda alguna ha sido de los mejores representantes que con enorme información versada expuso, llevó adelante denuncias y proyectos y peleó por lo que fueron sus convicciones. Esa entereza no puede ser puesta en tela de juicio y hoy que ha partido el Poder Legislativo pierde a un magnífico representante del que se podía discrepar o hasta criticar pero había que ser muy sólido para refutarle y serio para confrontar con sus puntos de vista.

No pocas veces recibí sus notas escuetas o incisivas sobre algún punto de vista que hubiera expuesto en Señal de Alerta. A veces con humor, otras con acidez muy característica en él pero siempre con amistad esa que hoy ya no podré continuar porque el interlocutor Javier Diez Canseco ya no está por estos lares.

A su familia nuestro pésame más sentido. A sus correligionarios el reto que deja su ausencia representa un desafío.

Convirtamos, estoy seguro que él lo diría, el dolor en creación heroica y hagamos que el Perú, la patria que él amó, sea madre y no madrastra de sus hijos y que sigamos luchando por una Nación libre, justa y culta.

¡Javier Diez Canseco, descansa en paz!

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