La ausencia de Andrés Townsend Ezcurra nos llena de nostalgia, pero también constituye un motivo especial para reflexionar sobre su valioso legado. Su compromiso con la democracia así como su lealtad desinteresada e invariable tuvieron una proyección desde su ciudad natal, Chiclayo, a todo el Perú y luego hacia toda Indoamérica, en una mágica simbiosis de ancestros sajones y vascos.
Hombre de limpieza acrisolada, decencia, pluma privilegiada, buen humor, fina inteligencia y mejores devociones familiares, atesoró un hogar ejemplar, del cual, con su señora esposa Anel, que aquí nos acompaña, tuvieron cuatro hijas, dos de las cuales han continuado con sus predilecciones. Me refiero a Josefina, valerosa periodista; y Anel, comprometida política, que cuando postuló al Congreso en el 2001, fue ungida como la parlamentaria con el mayor número de votos y fue una decidida Ministra de la Mujer y Desarrollo Social.
Supo, en un infatigable peregrinaje, difundir el concepto de pan con libertad que aprendiera de su maestro tan querido y admirado como lo fue el Dr. Haya de la Torre. Los que vimos de cerca su actuación y lucha cotidiana, estamos en capacidad de testimoniarlo. Recuerdo las gratas conversaciones que sostuve con Andrés cuando venía a conversar con el presidente Belaúnde, y él tenía la gentileza de pasar media hora antes para abordar temas de integración latinoamericana.
En 1956 comenzará su labor diplomática en las Naciones Unidas, donde participó en el debate y redacción del Pacto de Derechos Sociales, Económicos y Culturales. Ahí hicieron una fraternal amistad con Manuel Félix Maúrtua, quien valoraba su sensibilidad por los más desposeídos y en especial su versación en los temas de derechos humanos.
Actualmente se habla mucho sobre la integración internacional y somos testigos cómo proliferan nuevos bloques y organismos, algunos con perfil político y otros orientados más a lo económico y el comercio. Sin embargo, es justo decir que Andrés Townsend Ezcurra como un verdadero apasionado y visionario de la integración de América Latina, escribió los primeros capítulos de este proceso.
Su visión geopolítica, pero también de solidaridad con los pueblos oprimidos del hemisferio, se refleja en la creación del Parlamento Latinoamericano, ya que sin ser la política exterior en el Péru de sustento congresal, como lo es en EEUU, inicia y promueve una diplomática parlamentaria que se proyecta a través de la OEA y posteriormente con UNASUR, CELAC, CARICOM, SICA, entre otros.
En 1964 al crearse el Parlamento Latinoamericano, se reunieron en la Cámara de Diputados de Lima, delegaciones de los Congresos o Asambleas provenientes de prácticamente todos los países de la región. Por primera vez se juntaban representantes populares de los pueblos de Latinoamérica y de todas las corrientes políticas, de izquierdas, centro y derechas, con el propósito de debatir los problemas de integración de nuestra América. Pudimos ser testigos cómo se juntaron parlamentarios de un amplísimo espectro político que incluía a conservadores de Colombia, radicales de Argentina, comunistas de Chile, adecos de Venezuela, colorados de Paraguay y socialdemócratas de Brasil, entre otros. El Parlamento nació como una institución de latinoamericanos, fundada por latinoamericanos y para Latinoamérica.
El prestigio de su vocación continental quedó en evidencia, luego de producido el golpe del 1968 que cerró el Congreso Nacional. Sus colegas del Parlamento Latinoamericano no le aceptaron a Townsend su renuncia y de forma unánime le pidieron que continuara con ellos, dada su autoridad y erudición, como Secretario Ejecutivo de dicha entidad.
Andrés Townsend Ezcurra estaba plenamente consciente que la tarea de forjar el sistema democrático en Latinoamérica aún no estaba concluida, y que aquellos que defienden los valores de la democracia y el estado de derecho, sufrirían persecuciones, destierros y exilios. Él mismo tuvo que abandonar nuestro país en varias oportunidades, pero las adversidades no cambiaron un ápice sus sólidas convicciones políticas y su firme defensa de la moral pública.
Su larga experiencia como Diputado, Constituyente y Senador, forjaron en él cualidades dignas de un estadista. Townsend no era un intelectual ajeno a la realidad nacional, sino el político de acción comprometida con las reivindicaciones que reclamaba el pueblo y que él fue capaz de interpretar de forma lúcida.
En los momentos de hedonismo político que atraviesa la República, cuánta falta nos hace la presencia de Andrés Townsend Ezcurra, su rectitud, su honradez, su amor por la patria, su lucha contra la corrupción, así como su tenaz empeño en pos de la integración continental.
Albergaba sentimientos de solidaridad y bonhomía y nunca cobijó rencores ni venganzas. Tenía un corazón noble y una esencia generosa que lo motivó siempre a encontrar coincidencias, convergencias, en lugar de confrontaciones y divisiones, pues era plenamente consciente, de acuerdo a la doctrina hayista, que la política se sustenta una incesante evolución.
Al celebrarse su primer centenario, el espíritu de este patricio de la democracia, está presente en este Congreso, del que fue su Presidente, donde persevera como ejemplo para que las nuevas generaciones persistan en este sistema democrático, para que sigan teniendo fe en él, a pesar de sus incongruencias, por la defensa de los intereses permanentes de la nación.
En síntesis, hablar de Townsend es referirse a la tolerancia sin claudicaciones, a la conciliación para bien de los pueblos.
Todo ello constituye un legado que debemos preservar por su valor cívico, moral y por ende ético y que las generaciones jóvenes tienen el deber de imitar, tal como destacaba Goethe al decir que “un noble ejemplo hace fácil la acción difícil”.
Muchas gracias.
Discurso pronunciado en el Salón Raúl Porras Barrenechea, Congreso de la República.
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