La coalición de países árabes –cuyo cuartel general está en realidad bajo el mando de oficiales israelíes– reconoció haber bombardeado la ceremonia fúnebre en honor del padre del ministro del ministro del Interior de los «rebeldes» yemenitas, ataque que costó la vida a más de 150 personas.

En un desmentido inicial de las acusaciones, Arabia Saudita afirmaba que la coalición no había realizado ataques aéreos contra Sanaa aquel día. La monarquía saudita reconoció posteriormente que el ataque fue obra de la coalición pero ahora afirma que fue organizado sin conocimiento de Riad.

Resulta difícil decir qué es peor para el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed Ben Salman, oficialmente comandante en jefe de la guerra contra Yemen:
 haber sido traicionado por el ministro yemenita del Interior, el general Jalal al-Ruichene, quien fue nombrado con su consentimiento por el presidente Abd Rabbo Mansur Hadi y luego se pasó al bando de la rebelión houti;
 haber ordenado el criminal ataque aéreo contra una ceremonia fúnebre, matando a 150 civiles
 o declarar públicamente que no controla la coalición que oficialmente dirige.