Nuestros chatos

La prodigiosa biodiversidad peruana se traslada, también, al campo social: tenemos chatos en los amplísimos recodos de nuestra vida política, intelectual, parlamentaria, periodística, jurídica, zoológica, etc. No hay una sola franja en el país en que no sea posible reconocer la presencia de los chatos.

La chatura tiene una virtud democratizante: estos especímenes no revisten importancia por el color de su piel, estatura, lugar de nacimiento, credo político o fe religiosa. Son chatos porque su horizonte mental es escaso, limitado, miope, carente de cualquier generosidad colectiva y en cambio feraz en la producción de egoísmos y brutalidades al por mayor.

La suma de los chatos produce chatura extrema y ¡ay! del país que tenga en los chatos su conducción o liderazgo.

Manuel González Prada hablaba de los gorilas politicantes. Y los chatos, personas con pocas aspiraciones o de moral diminuta, equivalen a esa calificación lapidaria del gran pensador.

Malos ejemplos hay muchos en la historia nacional. Chatos que fueron presidentes y terminaron por las patas de los caballos, escapándose del Perú, viviendo a cuerpo de rey en Francia y en Japón; medrando de los vaivenes criollos para retornar, no a servir al país, sino a seguir construyendo fortunas para las taifas de sus seguidores tan o más delincuentes que ellos.

Chatos que se guarecen en las entidades internacionales hay ¡por decenas! Bancos, organizaciones que dicen no ser gubernamentales y otras similares pero bien llenas de recursos dinerarios, son literalmente guaridas en que se esconden los chatos hasta que pasen las tormentas generadas por su paso mediocre en el Ejecutivo o Legislativo y siempre bajo el estigma candente de haber sido deshonestos y ladrones del dinero público.

El chato “discute” sobre el ministro tal o cual, sobre sus amores, desamores, ilusiones o desilusiones. Pero no distingue categorías geopolíticas y le es imposible adentrar estudios con más de dos páginas sin evitar el surmenage y tampoco descartemos la licencia médica con goce de haber. ¡No faltaba más!

A los chatos no les importa gran cosa el desarrollo portuario moderno, tecnológico, formidable del Callao con miras a consolidar su rol de mejor lugar de embarque para las exportaciones latinoamericanas hacia el Asia. El chato se regodea en las cuitas de pandillas o en el lenguaje soez del ratero de poca monta.

El chato en el Congreso, Ejecutivo, en la entidad pública, es un invidente de cuello y corbata (cuando la usan), que está negado a la posibilidad de aprehender el uso intensivo de la tecnología a todo nivel y es feliz con su pago mensual y seguro; con las menciones que de él hacen en los medios de comunicación que repiten su monumental estupidez por toneladas y tiene por doctrina: ¡5 años son pocos, hay que apurarse!

Mal ejemplo: los chatos quieren conservar la educación como un negocio millonario en que hampones lucran con el dinero de la gente a la que venden basura que no sirve para nada, que hacer cambios radicales, pulverizando a gavillas de rectores mafiosos que han robado a más no poder. Por eso se oponen, de ninguna manera por devoción digna hacia el desarrollo de un pueblo poco educado como el peruano.

¿Y qué decir de la prensa? Hay periodistas chatos que orientan sólo lo que el dinero paga para que sea visto. Son capaces de llamar intelectual a un imbécil (hay miles sueltos) y consagran a “formadores de opinión” que engolan la voz, ensayan poses y se aprenden recetas para cacarearlas frente a los micrófonos, cámaras o grabadoras.

Para nuestros chatos el peruano pentadimensional (Costa, Sierra, Selva, Mar de Grau y unidos por la columna vertebral de la tecnología), es inconcebible porque su miopía es cultural y social.

¿Qué producen los chatos? Basta con mirar al Perú contemporáneo sumido en el imperio insolente de la corrupción, con autoridades que amanecen en un bando y van a dormir ya con otras divisas que podrían cambiar al día sub-siguiente.

Son chatos los que dirigen los clubes electorales, mal llamados partidos que NO existen en Perú. Básicamente son remedos de agencias de empleos a las que asisten ganapanes y buscones que ¡eso sí! tienen doctorados y grados a granel. El ADN social peruano está fallado desde el mismo momento en que pusieron sus patas conquistadoras los socios Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque (este último en representación de la Santa Mafia).

Con los chatos NO se puede construir una Nación. Ellos vienen destruyendo al Perú desde hace centurias.