Hace unos años se hizo un esfuerzo, liderado por los países económicamente más poderosos, para determinar la secuencia de bases del genoma humano (Proyecto HUGO).

el logro de esta hazaña hacia 2003. Algo pasó entre tanto. Celera Genomics, empresa privada liderada por Craig Venter, con menos recursos económicos y humanos, pero con más ingenio y empuje que sus competidores financiados con elevadas sumas provenientes de arcas públicas, consiguió el hito durante este año.

Un logro, sin duda importante, pero que ha tenido una repercusión mucho mayor de lo que realmente merece. Tanto a nivel científico, como en el plano de lo meramente popular, el grupo del Dr. Venter ha realizado una gesta digna de elogio. Su "caballo genómico" se adelantó a corceles más caros, pero que todavía tardarán meses o años en alcanzar al "Alazán" de Celera.

Paradójicamente, el conocimiento de las secuencias de DNA contenidas en los cromosomas humanos no va más allá de lo que supondría para un explorador tener el perfil de un continente. Todavía queda un abismo por elucidar... Dónde están los ríos y montañas, los lagos y senderos... Imaginen al primer explorador que se aventuró en el seno de la Amazonia conociendo únicamente el perfil de la costa donde anclaba su barco. Poca cosa.

Eso es precisamente lo que supone el conocimiento del genoma humano. Lo que realmente tiene más relevancia de cara al conocimiento del cuerpo humano es cómo y por qué funcionan las proteínas. El conocimiento de la relación entre estructura y función de estas macromoléculas lleva mucho más tiempo que la determinación de la secuencia génica que lo ha originado, pero aporta mucho más al conocimiento básico y aplicado.

Después de saber la secuencia de DNA que da origen a una proteína, se tardan años en determinar los aspectos más importantes relativos a su función. Es lo que se denomina proteómica. Mucho más lenta que la genómica, pero al fin y al cabo la que dará la clave de la función de los genes. El tener el mapa del genoma es un buen punto de partida, pero no el fin en sí.

Hace años que se conocen secuencias de DNA que codifican proteínas cuya función se desconoce. En este sentido, el conocimiento de esas secuencias de DNA carece de valor. En ninguna revista científica de renombre aceptarían la publicación de una secuencia cuyo producto no se sabe para qué sirve. Si por casualidad cayera en nuestro planeta una gran nave espacial extraterrestre en perfecto estado y con una tecnología totalmente desconocida, tener el catálogo de los millones de piezas que la componen sería necesario.

De ahí a saber el funcionamiento de cada sistema, el papel desempeñado por cada pieza, los principios físicos, químicos, biológicos del funcionamiento mecánico y el mantenimiento de la vida en la nave, habría un abismo. Puede ser que la opinión pública se haya maravillado con el espectacular avance de Celera, pero no se exciten demasiado... Todavía faltan muchos años para que tan siquiera tengamos un conocimiento mediocre del funcionamiento de nuestro cuerpo.