Un homenaje a la maestra coreógrafa y bailarina ecuatoriana Susana Reyes en sus 25 años de arte y compromiso con los pueblos.
Susana Reyes es mi hermana.
Nació entre el hambre y la necesidad. Cargó su mundo desde guagua. Nunca nos presentó la renuncia a su pondo natal y a su médula espesa originaria. Jamás nos pidió que nos apiadásemos de ella y de lo nuestro.
Mi hermana es además,
con todas sus sangres y las ajenas,
un pedazo de calle llena de gente.
No tengo ya la memoria clara, lo confieso, de cuándo la conocí: en qué esquina, en qué quebrada, en que relleno, en qué aguacero. Como tampoco me acuerdo cuando conocí San Roque, La Alameda o la Cuenca.
Nunca supe de ella por dónde entró, ni me he puesto a pensar por dónde se irá, y menos aún, a dónde se le ocurrirá llevarme.
Cuento que la pillé varias veces en la calle precisa bailando o acolitando. No se cuánto tenía mi hermana. Pero daba. Daba luz a los ojos hechos para llorar y no para ver.
Y un día se me descubrió como el mar: Masas de Mujeres la vivaron luego de que mi hermana bailara a las lavanderas. La cubrieron de amor desde ese momento. Luego la buscaban para que dance lo mismo y lo mismo. Se lo sabían de memoria y en las reuniones nocturnas del Comité del Pueblo, los follones y los chales abrigaron palabras de identidad profunda, de somos lo mismo, de por favor llamarale.
Fue cuando entendí que tenía una hermana especial. Entre mi hermana y las otras había un abismo que no era la academia. Ella no traía nada nuevo, ni rótulo a la entrada, ni título colgado. Solamente que les contaba su vida que era la de ellas en la danza de ellas.
Y la luz derramada del poder contarles su propia vida derrumbaba las murallas y los paredones construidos para separar a ’los cultos y las cultas’ de la masa.
Su chusma en cambio luchaba sin tapujos y se organizaba. Entre huelgas y marchas, entre sindicatos y comunas, entre combates y descansos, entre el fuego de la esperanza, aparecían los pies desnudos de mi hermana aferrados al pavimento con cuerpo y todo. Una magia de unidad se producía. Mi hermana se alimentaba de cada voz rebelde, de cada búsqueda amorosa, de cada futuro soñado.
Y de su lado y junto a ella, con sus camaradas, en respuesta comprometida y con los tereques al hombro, se organizaron. Fundaron la Coordinadora de Artistas Populares.
Mi hermana, con ellas y con ellos, gritaba a todo pulmón: ¡si los ricos tienen artistas para sus fiestas, los pobres tienen artistas para sus luchas! Y yo... Cada vez que la veía y la oía, me erizaba entero desde mi especialidad en su danza, pues soy público y testigo de cargo. Y que orgulloso estuve siempre de ser su hermano.
¿Hablo en pasado? Bueno... Me turban talvez estas memorias presentes a las que se les acostumbra a hablar con los ayeres. Vengo entonces a arrojar mi piedra sobre el remanso dormido para que suene en ondas y estalle en gotas y nos grite y moje a todos.
En las retrospectivas se documentan las lunas viejas, pero sin el viento y la garúa del entonces. Por eso, invoco ahora a la danza que las sostiene. Y para que la memoria nos llegue entera a todas, a todos, invoco también a los adoquines eternos, a la brea y a las piedras, a la bronca y al silencio.
Esta retrospectiva será entera, porque a mi hermana siempre le dio por contarnos su vida que estuvo expuesta, regada, abierta, en cada instante, en cada presentación de sus 25 años de carrera artística y que, pidiendo disculpas por mi frágil memoria, creo que son más.
No tengo dudas de mi hermana, de su vida y de su historia. Nos las ha contado plenas: segundo a segundo, paso a paso.
Y no vengo a reclamar recuerdos. No vengo a sacar en cara lo que hizo mi hermana en su entorno, en esta patria, la misma de su gente, de su lavandería y calle, que se nos va ahora rematada en pedacitos, consumida en la migración y el saqueo.
Lo que pido ahora es ese su fuego, nuevamente, como siempre, para encender la lumbre que nos apagaron, que dejamos apagar.
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