Istambúl
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Desde que el ex-presidente de la Comisión Europea Romano Prodi hizo público el informe de la Comisión Europea sobre la adhesión de Turquía, el 6 de octubre de 2004, y dio una respuesta que presentó como «positiva pero prudente», el debate sobre la adhesión turca se ha extendido ampliamente en los países de la Unión Europea. En el pasado, el asunto se discutía regularmente en Estados Unidos, Israel y, por supuesto, en Turquía, pero los países europeos parecían poco interesados a pesar de los frecuentes llamados del gobierno turco.

Sin embargo, desde la publicación del informe el debate se ha generalizado, sobre todo en Francia y Alemania, Estados fundadores de la Unión Europea.

Tanto los partidarios como los oponentes a la apertura de las negociaciones para la adhesión de Turquía a Unión Europea han desarrollado su argumentación en torno a diferentes puntos que trataremos de analizar aquí de manera racional.

Un país mayoritariamente musulmán en un contexto de «choque de civilizaciones»

El prejuicio más presente en el debate se expresa mediante la siguiente pregunta: ¿Puede una sociedad mayoritariamente musulmana ser democrática y laica? La interrogante sería obligatoriamente chocante si la aplicáramos a una sociedad históricamente cristiana, como la de Francia, preguntándonos si puede ser democrática y laica. Lo cierto es, sin embargo, que esta pregunta es centro del debate.

Para empezar, habría que tener en cuenta que fuera de Francia y Portugal, los Estados miembros de la Unión Europea son democracias confesionales o ecuménicas, no laicas.

Después, sería conveniente preguntarse qué es lo que haría que una religión sea intrínsecamente más compatible que otra con la democracia. Recordemos que en un Estado laico las cuestiones religiosas quedan en el plano privado mientras que las cuestiones políticas son de carácter público. En ese sistema de separación estricta las convicciones religiosas no deben interferir con la administración, lo cual es tan justo para los demócratas cristianos como para los demócratas musulmanes.

Finalmente, hay que observar que la inquietud sobre el Islam expresada cuando se trata de un país de las dimensiones de Turquía no se aplica en cambio a un Estado pequeño como Bosnia-Herzegovina, que nadie tiene la intención de apartar de la Unión Europea.

Esa voluntad de basar la Unión Europea en una supuesta identidad cristiana había aparecido ya en textos de los demócrata-cristianos especialmente interesados en esta apareciera mencionada en el preámbulo de la Constitución europea y fue estimulada por la Santa Sede a través de múltiples iniciativas.

Los mismos protagonistas se oponen a la adhesión turca aunque, lo «políticamente correcto obliga», evitan a menudo de abordar de frente el asunto de una oposición supuestamente infranqueable entre el cristianismo europeo y el Islam turco.

Sin embargo, esta tendencia general tiene sus excepciones. Un colectivo de diputados UMP [1] adoptó un tono mucho más agresivo para exhortar al presidente francés Jacques Chirac a oponerse a la apertura de negociaciones con Turquía durante la cumbre europea del 17 de diciembre de 2004.

Retomando el tradicional argumento de los opositores de la adhesión turca que afirma que Turquía no está en Europa, dichos diputados expresan también una desconfianza frente al Islam. Para ellos, la incorporación de Turquía es ni más ni menos que «el último avatar de la conquista del imperio romano de Oriente, Turquía no pretende ya acabar con el imperio de Occidente sino penetrar en él con la bendición de Casandra de la Comisión Europea». Los autores estiman que si los «islamistas» del AKP desean un acercamiento con la Unión Europea es porque se trata de la condición necesaria que les impone un descenso en la influencia de los militares, «los únicos que impiden que el país caiga en un Islam radical».

Llevados por su emoción, esos autores llegan a defender la democracia europea, amenazada según ellos par el Islam turco, aconsejando el restablecimiento de la dictadura militar en Turquía.

Este ataque frontal es, sin embargo, una excepción. Lo que señalan generalmente los enemigos de la adhesión turca es una dimensión geográfico-cultural nebulosa cuyos contornos espirituales y fronteras geográficas -sobre todo al este- se cuidan mucho de definir.

El ex-ministro francés de Asuntos Europeos, hoy eurodiputado UMP, Alain Lamassoure [2], fue el primero en razonar así en la prensa francesa (aunque personalidades como Valery Giscard d’Estaing se habían opuesto durante entrevistas a una posible adhesión turca). Sobre esa base, los diputados UDF Hervé Morin, Michel Mercier y Marielle de Sarnez [3] desarrollaron más tarde una argumentación que mezcla el discurso geográfico-cultural y las preocupaciones institucionales: si se extiende indefinidamente, la Unión Europea se hace ingobernable lo que hace imposible la integración interna.

Una Europa en vías de extensión indefinida sería una Europa en vías de disolución que se reduciría definitivamente a una zona de libre intercambio, incapaz de rivalizar políticamente en el futuro con Estados Unidos y China. Pedían por tanto que las fronteras infranqueables de la Unión Europea fuesen el Atlántico, el Mediterráneo y el Bósforo recomendando, como Lamasoure una asociación con Turquía.

La objeción puede parecer convincente, aunque circunstancial. Es fácil adivinar por qué aparece ahora, cuando se trata de la candidatura turca, y no antes, por ejemplo, sobre el caso de la Polonia católica.

Ante estos procedimientos dilatorios pocos son los que recuerdan, como Luc Ferry [4], que la construcción de un espacio común tendría que tener como bases una voluntad de «vivir juntos», Estados de derecho, criterios democráticos, en suma, el ideal anticomunitarista de los Derechos humanos.

En realidad, la dimensión comunitaria constituye también el tema central de la argumentación entre los partidarios de la adhesión turca. Estos piensan que Turquía es un país musulmán cuya integración sería de interés para la Unión Europea. Michel Rocard [5] denuncia así la lógica según la cual Turquía no sería aceptada en Europa en nombre de una identidad cristiana que llamada a garantizar la cohesión de esta última.

Al contrario, la adhesión turca sería un buen recurso para evitar el «choque de civilizaciones». En un texto ampliamente difundido, el ex-ministro griego de Relaciones Exteriores, Georgios A. Papandreu [6] retomaba este argumento e insistía, poniendo como ejemplo la política que él mismo dirigió en Grecia a pesar de una oposición ancestral entre ambos países, con el fin de enviar un señal positiva al mundo musulmán.

Los comentaristas olvidan aquí el problema chipriota, aunque la división de la isla encarna las tensiones históricas que persisten entre los mundos helénico y turco. No tienen en cuenta el rechazo de los grecochipriotas al plan Annan de reunificación de la isla, el pasado 24 de abril, considerando implícitamente que este problema encontraría su solución natural si existiera la voluntad política de hacerlo.

La prensa anglosajona e israelí subraya, por su parte, que Turquía -país «islámico moderado»- es la nación que mejor puede desarrollar la lucha contra el terrorismo islámico. Esta puede servir de puente entre culturas y permitir evitar la «guerra de civilizaciones».

Recordemos aquí esta noción de «guerra de civilizaciones» no describe una agresividad objetiva de los pueblos musulmanes sino que fue establecido como teoría en el seno del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos para estigmatizar un objetivo colonial. En el pasado y hasta hace algunos años aún, Occidente representaba el dogmatismo y el Islam la tolerancia. No fue sino a partir del 11 de septiembre de 2001 que los medios de comunicación estadounidenses impusieron la amalgama entre Islam y odio, Islam y terrorismo, acuñando así un nuevo temor en lugar del miedo al comunismo, desaparecido con el derrumbe de la URSS.

La idea de un Estado musulmán moderado opuesto a los «islamistas», que a simple vista puede aparecer halagüeña, introduce en realidad en el debate europeo, retomándolo por su cuenta, el venenoso argumento de una oposición inevitable y mortífera entre Oriente y Occidente.

En ese sentido, Amir Taheri, autor de la oficina de relaciones públicas Benador Associates, expresó en el Gulf News su alegría ante una posible adhesión turca que sería un factor estabilizador en la región y crearía un vínculo entre Europa y el Islam [7]. Ese argumento fue particularmente promovido durante los comentarios sobre los atentados de Ankara, en noviembre de 2003.

Autores como Henry J. Barkey [8] , ex-jefe de planificación política del Departamento de Estado, o como el colaborador de la CIA Shlomo Avineri [9] estimaron que esos atentados conducirían naturalmente a Turquía hacia «Occidente» en la guerra contra el terrorismo y que, en esas condiciones, la adhesión a la Unión Europea sería una consecuencia natural [10]. Sin embargo, unos pocos analistas, como Zeyno Baran y Andrew Apostolou [11], expresaron su temor de que esos atentados tuvieran como consecuencia un recrudecimiento de medidas antiterroristas incompatibles con los criterios de adhesión.

El argumento del «choque de civilizaciones» está tan presente en la gran prensa occidental que los dirigentes turcos decidieron responder presentando su cultura religiosa como una ventaja, aún tratándose de un país laico.

Retomando declaraciones de George W. Bush en una entrevista concedida a periodistas del Washington Post durante la cumbre de Davos, en enero de 2004 [12], Recep Tayyip Erdogan declaró que Turquía había sido atacada precisamente por que simboliza la coexistencia posible entre Islam y democracia. Durante la entrevista se alejó sin embargo de la propaganda estadounidense al declarar que los sospechosos arrestados no eran miembros de al-Qaeda.

Antes que él, Kemal Dervis, ex-ministro turco de Economía, retomando por su cuenta las tesis de Samuel Huntington sobre Turquía, país que este último ve como «dividido» entre Oriente y Occidente, afirmaba que al golpear a Turquía los terroristas demostraban no haber entendido la naturaleza mundial de «la lucha por el alma de Turquía» [13]. Por consiguiente, llamaba firmemente a los dirigentes europeos a no rechazar a Turquía para no alimentar el enfrentamiento «profetizado» por Huntington.

Turquía, ¿caballo de Troya de EE.UU. o estabilizador regional?

Los lazos históricos del país con Estados Unidos permiten a los opositores de la adhesión turca argumentar que se convertiría en un caballo de Troya estadounidense dentro de la Unión Europea, pero raramente hacen de ello un elemento central.

En un texto que denunciaba principalmente la violación de la democracia que representaría la ausencia de voto en el parlamento sobre la apertura de negociaciones con Turquía, Robert Badinter [14] resaltaba que el apoyo de Washington a la adhesión turca era quizás una manera de impedir el surgimiento de una Europa poderosa.

En el sentido opuesto, esta reacción había sido denunciada por Dominique Moisi [15]. Según él, la creencia de que existe un complot norteamericano no sería más que un síntoma de que Europa no está lista para aceptar un país musulmán.

Los partidarios de la adhesión resaltan que los lazos turcos con Estados Unidos e Israel deben llevar a favorecer la adhesión como factor de estabilidad en el Cercano Oriente. Anclada en la UE, Turquía podría incluso servir de mediador en el conflicto israelo-palestino y contribuir a la estabilidad del Cáucaso.

Recordemos que en el plano estratégico, la adhesión de Turquía es un viejo sueño de Washington, que sigue deseando una superposición entre el futuro gran mercado transatlántico y la OTAN. Vista desde el Pentágono, Ankara estaba en manos de militares dedicados y lo demás no importaba. Tel Aviv, que mantenía relaciones privilegiadas con los militares turcos, podría esperar además tener la oportunidad de comenzar a introducirse a su vez en la Unión.

Para Alon Liel [16], ex-consejero de Ehud Barak, Turquía representa una oportunidad para Europa ya que, además de que dispone de la población joven de la que tanto carece el viejo continente, Europa ganaría una introducción geoestratégica en el Medio Oriente y un poderoso ejército. Según él, la consecuencia sería que Bruselas se volvería tan importante como Washington en la región. Estima que esa situación desviaría Turquía de Israel y Estados Unidos pero que ambos países se beneficiarían en definitiva porque ello estabilizaría la región.

Parece que este análisis sigue en vigor en los círculos de decisión estadounidenses y que es por eso que Washington favorece tanto la entrada de Turquía en la UE. Esta política parece sin embargo el legado de viejas concepciones que no se adaptan a las evoluciones actuales. Ya dentro de la Unión los lazos de Ankara con Estados Unidos e Israel serían quizás menos estrechos, sobre todo teniendo en cuenta que Turquía ya ha cambiado.

En los últimos años la OTAN podía contar con el régimen militar turco, después con los mismos militares ante un poder civil débil. En aquella época Turquía era el aliado de Israel frente al mundo árabe. Pero todo cambió desde hace dos años. Estados Unidos invadió Irak e instaló allí una fuerza permanente de 140,000 hombres.

El pueblo turco se opuso a esa invasión y, en un acto de democracia que puede servir de ejemplo a Occidente, el parlamento turco prohibió a Estados Unidos utilizar las bases de la OTAN que se encuentran en su territorio para cometer su crimen. El Pentágono se vio obligado a modificar su plan de ataque y a posponer la invasión durante tres semanas. El Estado Mayor respetó la decisión del poder civil.

Además, Estados Unidos otorgó una autonomía total al Kurdistán iraquí y lo está guiando hacia la independencia, poniendo así en peligro la integridad de Turquía, Siria e Irán. El Estado Mayor turco dio por tanto su apoyo al poder civil y Ankara se acercó a Teherán y Damasco. Turquía desea hoy entrar en la Unión y participar en la formación de un ejército europeo para salir del círculo tan estrecho del que forma parte junto a Washington y Tel Aviv. Los que creen, en el Departamento de Estado, que podrán manipularla en el futuro como lo hicieron antes se equivocan: no podrán hacerlo mientras ocupen Irak.

Uno de los pocos en percibir esos cambios y enunciarlos en la prensa fue el analista estadounidense Ian Bremmer [17] quien, aún compartiendo el análisis de Liel sobre el carácter positivo de esa adhesión para Europa, se pregunta qué podría ganar Washington en ese asunto. La posición de Bremmer es solitaria en la discusión.

Él piensa que Washington no obtendrá ninguna ventaja en la formación de una Europa poderosa con la entrada de Turquía... a no ser, por supuesto, que el objetivo del apoyo norteamericano sea justamente despertar la desconfianza de los europeos que aborrecen a Washington.

Dimensión geoestratégica y economía: las casi ausentes

Es de notar que tanto entre los partidarios como entre los adversarios de la adhesión, la dimensión geoestratégica es dejada al margen y la dimensión económica está totalmente ausente mientras que el discurso se concentra en la cuestión étnico-religiosa o en el choque de civilizaciones, o sea en las problemáticas establecidas por la administración Bush, que parecen haberse integrado enteramente al debate sobre la construcción europea.

Todos esos argumentos parecen elaborados sobre une visión de la Unión Europea como factor de crecimiento económico y de enriquecimiento que podría anclar sólidamente a Turquía en «Occidente», pero no como una entidad política capaz de tener una política extranjera y de seguridad autónoma, incluso independiente.

Los propios turcos no destacan ese elemento. Aunque se trata objetivamente de una de las cartas de triunfo de la candidatura turca, el poderío militar de Turquía y la posibilidad de desarrollar más fácilmente una defensa europea, si ese país se convierte en miembro de la Unión Europea, son raramente mencionadas. Este último punto fue solamente esbozado en una tribuna de Abdullah Gul en el International Herald Tribune, en diciembre de 2003 [18], poco antes de su reemplazo por Erdogan a la cabeza del gobierno y su traslado al ministerio de Relaciones Exteriores.

En cuanto a la cuestión económica, hay que señalar que, contrariamente a ciertos países de nuevo ingreso en la UE, Turquía llena ya los criterios de Copenhague, lo cual no resolvería sin embargo los problemas ligados a la diferencia de desarrollo económico con la UE.

Hay que ver también que la integración de España y de Portugal fue precisamente un incentivo para las economías de ambos países. Sin embargo, fue así únicamente gracias a un sistema de redistribución de la riqueza en el seno de la Unión muy debatido en el momento de la ampliación de esta a 25 miembros. Esta cuestión en particular no es específica de Turquía sino, una vez más, el resultado de las decisiones políticas en práctica en Europa.

Si Turquía se incorporara a la UE -teniendo en cuenta la duración de las negociaciones, eso no sería antes de diez o quince años, como señala el embajador Jean-Daniel Tordjman [19]-, se convertiría probablemente en un Estado eje. Primeramente, sería el segundo Estado más poblado de la UE -lo que le daría un peso primordial debido al sistema de ponderación del voto en función de la población de cada país. Más importante aún, Turquía ofrecería a Europa una entrada geoestratégica en el Cercano Oriente y un poderoso ejército capaz de tomar parte en una defensa común.

Turquía quiso en el pasado utilizar su cultura musulmana para volverse hacia los Estados árabes, pero se enfrentó a un rechazo. Jacques Chirac a subrayado por eso que la pregunta no se limita solamente a aceptar o a excluir a Turquía sino a determinar si es mejor que esté dentro o fuera de la Unión.

En caso de un cierre por parte de la Unión, Turquía solamente podría evitar la asfixia recurriendo a las poblaciones asiáticas de lengua turca lo cual desestabilizaría a todos los Estados de la ruta de la seda. Por el contrario, la integración a la UE convertiría a Turquía en el nexo entre dos mundo, conforme a la estrategia de la Puerta Sublime que por demás fue aplicada ya hasta el momento de la Primera Guerra Mundial.

[1«La Turquie n’est tout simplement pas l’Europe» (La Turquía no es simplemente la Europa), por un grupo de parlamentarios de la UMP, diario francés Le Figaro, 14 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 15 de octubre de 2004. Los firmantes de ese texto eran: Philippe Pemezec, diputado UMP de Hauts-de-Seine; Roland Blum, de Bouches-du-Rhône; Bernard Brochand, de los Alpes-Maritimes; Yves Bur, de Bas-Rhin; Nicolas Dupont-Aignan, de Essonne; Marc Le Fur, de Côtes-d’Armor; Lionel Luca de los Alpes-Maritimes; Richard Mallie, de Bouches-du-Rhône; Thierry Mariani, de Vaucluse; Axel Poniatowski, de Val-d’Oise; Georges Siffredi, de Hauts-de-Seine; Jean-Sébastien Vialatte, de Var.

[2«Pourquoi la Turquie ne peut pas entrer dans l’Union», (Porque la Turquía no puede entrar a la Unión europea) por Alain Lamassoure, diario francés Le Figaro, 6 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 6 de octubre de 2004.

[3«Turquie: débattre et voter» (Turquía: debatir y votar), por Hervé Morin, Michel Mercier y Marielle de Sarnez, diario francés Le Figaro, 12 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 13 de octubre de 2004.

[4«Le "non" serait une colossale erreur» (El no sería un error monumental), por Luc Ferry, diario francés Le Monde, 22 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 25 de octubre de 2004.

[5«Ne ressuscitons pas le rêve carolingien!» (No resucitemos el sueño carolino), por Michel Rocard, diario francés Le Figaro, 16 de novembre de 2004. Abordado en Voltaire el 17 de noviembre de 2004.

[6«Let the talks begin for Turkey’s bid to join the European Union», por Giorgio Papandreus, Taipei Times, 8 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 11 de octubre de 2004.

[7«Turkey enjoins Europe and Islam», por Amir Taheri, Gulf News, 5 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 6 de octubre de 2004.

[8«Blasts Won’t Shatter Turkey’s Ties to West», por Henri J. Barkey, Los Angeles Times, 30 de noviembre de 2003. Abordado en Voltaire el 1ero de diciembre de 2003.

[9«Have the bombers blundered?», por Shlomo Avineri, Jerusalem Post, 25 de noviembre de 2003. Abordado en Voltaire el 25 de noviembre de 2003.

[10Hay que tener en cuenta que estos dos autores defienden también la independencia del Kurdistán iraquí, rechazada por Ankara.

[11«A new front in the war», por Zeyno Baran y Andrew Apostolou, Washington Times, 11 de diciembre de 2003. Abordado en Voltaire el 11 de diciembre de 2003.

[12«Democracy And Islam Can Coexist», por Recep Tayyip Erdogan, Washington Post, 26 de enero de 2004. Abordado en Voltaire el 26 de enero de 2004.

[13«La Turquie et la fracture de civilisations» (Turquía y la fractura de civilizaciones), por Kemal Dervis, Le Figaro, 24 de noviembre de 2003. Abordado en Voltaire el 24 de noviembre de 2003.

[14«Turquie: paroles, paroles...» (Turquía: palabras, palabras...), por Robert Badinter, diario francés Le Monde, 22 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 25 de octobre de 2004.

[15«Europe is not ready to swallow Turkey», por Dominique Moisi, International Herald Tribune, 22 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 25 de octubre de 2004.

[16«Turkey will strengthen Europe», por Alon Liel, Ha’aretz, 5 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 6 de octubre de 2004.

[17«Would Turkey split the EU and the U.S.?», por Ian Bremmer, International Herald Tribune, 22 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 25 de octubre de 2004.

[18«My government has delivered», por Abdullah Gul, diario europeo International Herald Tribune, 12 de diciembre de 2003. Abordado en Voltaire el 12 de diciembre de 2003.

[19«Commençons au moins les négociations!» (Comencemos al menos las negociaciones), por Jean-Daniel Tordjman, diario francés Le Figaro, 6 de octubre de 2004. Abordado en Voltaire el 6 de octubre de 2004.