Aunque la motivación inmediata del evento es la denuncia a Estados Unidos por su empecinamiento en proteger a terroristas que han servido como instrumentos de su política contra la revolución cubana, estará presente la tradicional posición de Cuba acerca de que un enfrentamiento global a ese flagelo, no puede ser unilateral ni exclusivamente militar y represivo.

Al acoger en su territorio a Luis Posada Carriles y a Orlando Bosh, responsables, entre otros hechos, de la voladura de un avión de Cubana de Aviación donde perecieron 73 personas, el asesinato de Orlando Letelier en Washington y la colocación de una decena de bombas en hoteles cubanos, Estados Unidos no sólo se desmiente sino que, de acuerdo a su propia doctrina, se hace cómplice del terrorismo.

El punto de vista sustentado por Cuba y apoyado por gobiernos e importantes fuerzas sociales de todo el mundo, privilegia las acciones multilaterales, la concertación y la movilización de la opinión pública internacional. Con esa lógica se avanza en la elaboración de una estrategia que comienza por no doblegarse al terrorismo, no caer en pánico por sus amenazas, ni exagerar su fuerza.

Así, la lucha contra el terrorismo será exitosa en la medida en que sea asumida en su real complejidad, se apliquen formulas apropiadas y se avance en la solución de los grandes conflictos sociales y en la erradicación de los factores que conceden virtualidad a la violencia en la lucha política, especialmente los odios inducidos por la opresión, las guerras y la ocupación extranjera, el racismo, y el chovinismo que alimentan la violencia.

Esas premisas consideran que en lugar de magnificar el terrorismo y utilizarlo como pretexto, para guerras y agresiones, es preciso abolir sus métodos.

El enfoque de la administración Bush, que ha promovido una cruzada mundial antiterrorista basada en una inédita escalada de violencia, no es consecuente con la idea de que el terrorismo se combate de modo más eficaz cuando se rechazan sus fines y se evita adoptar sus métodos.

En la medida en que a partir de la experiencia cubana, el mundo adquiera conciencia de las inconsecuencias de la política norteamericana, la credibilidad de ese país recibirá un rudo golpe.

Mucho se sabe ya acerca del expediente terrorista de Posada Carriles, aunque tal vez se ignore que en su obsesión por destruir la revolución cubana, Estados Unidos creó una monstruosa maquinaria que se convirtió en un peligro, no sólo para la propia sociedad norteamericana, sino para todo el mundo.

Los contrarrevolucionarios cubanos asociados a la CIA han estado implicados en el asesinado de Kennedy, en los escándalos Watergate e Iran-Contras, en el atentado que costó la vida a Orlando Letelier en Washington; realizaron acciones violentas en más de 10 ciudades norteamericanas y en más de 20 países europeos y de América Latina y a lo largo de los últimos 40 años, han secuestrado más de 50 aviones de pasajeros y realizado acciones violentas, con bombas y armas de fuego contra embajadas y oficinas comerciales cubanas en veinte capitales de tres continentes en los que han muerto varios diplomáticos.

No obstante, el encuentro tomará nota de la diferencia de enfoques existentes en los propios Estados Unidos donde importantes órganos de prensa se pronuncian contra la intención de acoger al terrorista y veinte congresistas han recordado al presidente los antecedentes de estos elementos que obran en documentos de la CIA y el FBI, incluso se han referido a que en 1989, al denegar la solicitud de asilo de Orlando Bosch, el Fiscal General argumentó que: «Los Estados Unidos no pueden tolerar la crueldad inherente al terrorismo como una forma de tratar disputas. Apiadarse de aquellos que lo utilizan, sólo produce más terroristas...»

Si en la administración norteamericana hubiera un mínimo de sensatez, sus estrategas mirarían hacía La Habana de los próximos días con la certeza de que una elite de personas inteligentes, positivas e interesadas en acabar de raíz con el terrorismo, seguramente aportaran valiosas ideas.

Seguramente Cuba, a la vez que exige justicia en los casos de Posada Carriles y Orlando Bosh, entre otros, ratificará sus puntos de vista acerca de que una verdadera coalición mundial antiterrorista, en la que participen todos los gobiernos y fuerzas sociales interesados en frenar a ese flagelo, sólo puede surgir de la concertación y el dialogo y nunca de la confrontación.

Esa concertación antiterrorista universal debe respetar escrupulosamente el derecho internacional, atenerse al espíritu y la letra de los convenios y tratados y ampararse en una legislación internacional apropiada y vinculante que sirva de base al esfuerzo mundial y excluya la impunidad.

Tal vez en La Habana se avance hacía una verdadera estrategia mundial contra el terrorismo y se perciba que la movilización de la opinión pública es una pieza clave en ese empeño.