Después de 32 años, finalmente se supo que Mark Felt, ex funcionario del FBI, era la Garganta Profunda que “destapó” el escándalo Watergate bajo la presidencia del republicano Richard Nixon.
El periodista John O’Connor, de la revista Vanity Fair, definió el caso como “el más grande misterio sin resolver para el periodismo moderno”, protagonizado por “la persona anónima más famosa en la historia de Estados Unidos”.
Los nombres de Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros del Washington Post que en 1972 salieron del anonimato, vuelven a ser noticia. En segundo plano, se menciona a Ben Bradlee, director del diario entre 1968 y 1991, periodo durante el cual el periódico obtuvo 18 premios Pulitzer. En un discreto tercer lugar, reaparece el nombre de Katherine Graham, su propietaria, fallecida el 17 de julio de 2001.
Sin embargo, detrás de todo este alboroto hay otra historia oculta mucho más antigua y compleja. Se trata del vínculo de los dueños del Washington Post con uno de los más influyentes grupos económicos internacionales, un poder en las sombras que algunos ya definen como “gobierno global”.
Ante esto, el caso Watergate y Garganta Profunda constituyen una anécdota.
Los Meyer
Graham es el apellido de casada de Katherine Meyer. Era hija de Eugene Meyer, un especulador que llegó a ser líder de los banqueros demócratas bajo el gobierno de Franklin D. Roosevelt.
Meyer fue agente en Estados Unidos del banco francés Lazard Frères, lo que le permitía estar en contacto con las altas finanzas internacionales, como la banca Rothschild, Kuhn-Loeb Company, Warburg Company, Lehman Brothers, Goldman Sachs, J.P. Morgan y la familia Roosevelt.
Hoy, pocos recuerdan que Meyer fue el primer presidente del Banco Mundial en 1947.
Katherine Meyer Graham también heredó todos estos vínculos. En la década de los 60, ingresó al Club Bilderberg, un aparentemente inofensivo grupo que oculta a una de las redes internacionales más herméticas de control financiero por encima de fronteras, bancos locales y gobiernos.
Misiones de “rescate”
Cuando Estados Unidos decide participar en la Primera Guerra Mundial, debe movilizar la economía nacional a su favor. El Departamento del Tesoro recomienda crear una agencia gubernamental de préstamos. En abril de 1918, nace la Corporación de Finanzas de Guerra (CFG), con autoridad para prestar hasta tres mil millones de dólares mediante la emisión de bonos. Eugene Meyer es el director administrativo.
En los seis meses que opera, la CFG presta cerca de 71 millones de dólares a empresas productoras de artículos de consumo y firmas financieras que dan préstamos aprobados por el gobierno.
Cuando el conflicto termina, Meyer no quiere que la corporación se disuelva. Aunque ya no existe su justificación original, decide continuar con su misión de rescate financiero “todo propósito” y propone usar a la CFG para subvencionar las exportaciones estadounidenses a Europa. En marzo de 1919 impulsa en el Congreso una ley que autoriza el gasto de mil millones con este propósito. Cuando un año después esa ley llega a su fin, renuncia a la CFG.
Meyer regresa a finales de 1920, apoyado por banqueros y empresarios preocupados por dificultades en la economía agrícola. Gestiona en el Congreso el reflotamiento de la CFG y logra que el Tesoro le suministre fondos. En tiempo de paz, la Corporación de Finanzas de Guerra otorga préstamos para solventar exportaciones. En esta etapa, que dura hasta enero de 1925, presta unos 300 millones de dólares a cooperativas agrícolas y bancos rurales
En octubre de 1929 estalla el crack de la bolsa en Wall Street, que inicia la etapa conocida como Gran Depresión. El Presidente Herbert Hoover llama a Meyer en enero de 1932 para idear un plan de rescate para los bancos. Así nace la Comisión para la Reconstrucción Financiera (CRF). El presidente de la junta de directores del nuevo organismo es Meyer.
El Tesoro suministra 500 millones de dólares a la comisión y el Congreso la autoriza a endeudarse por mil 500 millones. A los seis meses, esa cantidad aumenta al doble. Una década después, la RFC es “la mayor corporación de los Estados Unidos y la organización bancaria más variada del mundo”, según Jesse H. Jones, quien fue su presidente de 1933 a 1945. Ante las quejas de corrupción y favoritismo político, la RFC fue disuelta en 1953.
Herencia macabra
Eugene Meyer ya era millonario pero encuentra un tiempito libre para operar en favor del banco Lazard Frères, de París, fundado en 1876.
A 129 años de su creación, esta casa tiene filiales en Londres y Nueva York. Se especializa en fusiones y adquisiciones, financiación de proyectos y privatizaciones. En los años 90, efectuó más de 200 operaciones de reestructuración de deudas de empresas, por un monto total de casi 300 mil millones de dólares.
Lazard Frères también tiene experiencia en asesorar a gobiernos deudores. En 2003 se convierte en consultora para la refinanciación de la deuda pública argentina (52 mil millones de dólares). Por la “asistencia” en la renegociación con acreedores privados, cobra 190 mil dólares mensuales.
En 1933, el magnate compra en una subasta el Washington Post, un modesto periódico fundado en 1877 que estaba en bancarrota a consecuencia de la Gran Depresión.
Cuando en marzo de 1946 nace el Banco Mundial, Meyer es nombrado presidente. Renuncia menos de seis meses después.
Ese año, el hombre de negocios coloca a su yerno Philip Graham como editor general del Washington Post. El esposo de su hija Katherine era un encantador abogado que cuando se casó no tenía un centavo. Graham se suicida en 1963 y ella se encuentra con la mayoría absoluta del capital del diario, de la revista Newsweek y el 50 por ciento del International Herald Tribune.
De ama de Casa a “dama de hierro” de la Prensa
En 1997, Katherine Meyer Graham publica Personal History, una autobiografía de más de 600 páginas, que al año siguiente gana el Premio Pulitzer. En el libro se presenta como una ama de casa rica y sin preocupaciones, madre de cuatro hijos, que a los 46 años se ve al frente del Washington Post.
“Yo era inferior a los hombres con los que trabajaba. No tenía experiencia en negocios ni dirección y mis conocimientos sobre política, economía y otras materias con las que tenía que tratar eran escasos”, escribe. “Una mujer al frente de una compañía era algo tan singular en aquellos días que yo destacaba a la fuerza. Al menos en la mayor parte de los años 60, vivía en un mundo de hombres, que apenas hablaban con otras mujeres que no fueran sus secretarias”.
Katherine describe su evolución hasta convertirse en una especie de “dama de hierro” del periodismo estadounidense. Lo que nunca relata es cómo ingresa al poderoso Club Bilderberg, llamado así en recuerdo de la localidad de Holanda donde se creó en 1954.
Un selecto Club Internacional
La Enciclopedia Británica dice que las selectas reuniones anuales del grupo se efectúan en “una atmósfera de estricto secretismo”. Los miembros replican que sólo integran “un club privado”, al que asisten personalidades de todos los países, líderes de la política, la economía, las finanzas y los medios de comunicación, así como algunos científicos y profesores universitarios.
“El mundo está gobernado por personajes que no pueden ni imaginar aquellos cuyos ojos no penetran entre los bastidores”, escribió Benjamín Disraeli en su novela Coningsby (1844). La definición le viene bien al grupo Bilderberg. Disraeli era protegido del Barón de Rothschild, cuyo verdadero nombre era Mayer Amschel Bauer, así que sabía de qué estaba hablando. Miembro del conservador Partido Conservador, el escritor recibió el título de Lord de Beaconfield y en 1867 llegó a ser Primer Ministro de Gran Bretaña.
Bilderberg nació por iniciativa del príncipe Bernardo de Holanda, quien quería limpiar su imagen fascista durante la Segunda Guerra Mundial. Es un grupo supranacional compuesto fundamentalmente por personalidades del mundo de los negocios, la industria y la política que inicialmente reunió a los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). A este club se adhiere por contactos confidenciales y sus miembros tienen prohibido hablar sobre los temas tratados y las decisiones que se toman.
Algunos periodistas asisten esporádicamente a las reuniones anuales pero no pueden informar nada. En 1976 el reportero Gordon Tether fue despedido del Financial Times cuando intentó publicar un artículo demasiado explícito sobre el grupo.
Poder privado, gobierno mundial
Un integrante del Club Bilderberg es el profesor Anders Aslund, ex diplomático sueco, investigador de pacifismo en la Fundación Carnegie de Washington y ex consejero económico de los gobiernos de Rusia y Ucrania. Aslund dice que el grupo es “una red privada de personas influyentes de Europa Occidental y Estados Unidos. Aproximadamente 110 personas participan cada año. La idea es debatir cuestiones políticas y de alta economía".
Según declaró Aslund algunos años atrás, algunos asistentes participan casi siempre: los máximos responsables del FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, y los directores de los Bancos Centrales de Alemania y Francia. También concurrían Vernon Jordan (Lazard Brothers), Jurgen Schrempp (Daimler-Chrysler), Paul Allaire (Xerox) y Katherine Graham, directora del Washington Post, o su hijo Donald.
Bilderberg tiene un “brazo político”: la Comisión Trilateral. Su fundador es David Rockefeller, dueño del Chase Manhattan Bank, quien participa de todas las reuniones del grupo desde 1954. El 1 de febrero de 1999, Rockefeller declaró a Newsweek International: “Algo debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo”.
Esta es la historia que nunca “destapará” el Post.
Bambú Press
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