Una vez más, nos enfrentamos a controversias sobre cómo el Pentágono y sus subcontratistas privados omnipresentes entorpecen las investigaciones libres en Irak. «Se ha pagado a intelectuales musulmanes para ayudar en la propaganda estadounidense» relata el New York Times. Periodistas, intelectuales y religiosos toman el dinero del Tío Sam, o, en este caso, de una compañía de Relaciones Públicas de Washington, y esto es perturbador y contraproducente, desde el punto de vista moral. Evidentemente, los musulmanes prudentes no querrán escuchar los consejos de asesores estadounidenses; los religiosos que se oponen a la insurrección sunita pueden ahora ser catalogados en su conjunto como responsables corruptos.
Hay un grave problema con esta visión de los hechos. Históricamente, eso no tiene ningún sentido. Estados Unidos dirigió muchas operaciones secretas y oficiales, conocidas con el nombre de «CA», durante la Guerra Fría. Sobre todo a través de la CIA, Washington gastó cientos de millones de dólares en la publicación de libros, revistas, periódicos; en la creación de radios, organizaciones, asociaciones juveniles y de mujeres; en becas de estudios, fundaciones académicas, salones de intelectuales y comunidades, y en el pago directo a personalidades que creían en los ideales que los Estados Unidos consideraban dignos de estima.
Es difícil evaluar la influencia de esos programas secretos, pero cuando un importante dirigente del Tercer Mundo escribe que un libro occidental liberal muy conocido tuvo un enorme impacto en su evolución intelectual, se puede considerar que ese programa verdaderamente tuvo una influencia. Eso no debería ser tan duro para los estadounidenses, educados para apoyar esas actividades, aun cuando algunos pueden cuestionar su eficacia.
¿Sería tan difícil acaso apoyar acciones clandestinas más agresivas a fin de desarrollar la democracia en Irak? Déjeme establecer un paralelo con la Guerra Fría. Es bien conocido que la CIA apoyó financieramente al periódico británico Encounter. Ese diario influyó en los debates en torno a los servicios de inteligencia occidentales de los años 50 a los 70. Al analizarlo en el tiempo, comprobamos que esa debe ser la más eficaz de las acciones intelectuales no militares que los Estados Unidos hayan organizado. ¿Puede alguien pensar seriamente que el gran intelectual Raymond Aron se comprometía cuando escribía de forma regular para esas publicaciones o para las revistas francesas también fundadas por la CIA? E incluso, aunque Aron u otros en Encounter pudieran haber sospechado que sus cheques eran firmados por los contribuyentes estadounidenses, ¿acaso su perspicacia y sus reportajes eran por ello menos pertinentes y verdaderos?
En contra de lo que se admite comúnmente, la financiación de los intelectuales por la CIA para proyectos de «propaganda» con frecuencia se realizó de forma muy indirecta. En mi experiencia y mis lecturas de informes que abarcan las actividades de la CIA en Europa y en el Medio Oriente, jamás vi casos en los cuales los agentes estadounidenses manipularan el producto final. Lo que es de lamentar, es que los agentes de la CIA no suelan tener las competencias lingüísticas para tratar las regiones que cubren y, en realidad, no tienen con qué juzgar las ventajas de los textos de los proyectos.
Es probable que la democracia en Irak esté al menos tan errada como podía estarlo en Europa Occidental tras la derrota de Hitler. El verdadero reproche que podría hacerse a la administración Bush es que otorgó tales responsabilidades a una empresa de Relaciones Públicas (en el caso citado anteriormente, el Lincoln Group) y que no pudo hacerse nada para proteger el anonimato. Sin embargo, hay que reconocer una cosa al Pentágono: esa parece ser la única agencia gubernamental que trata al menos de formar cuadros iraquíes para conquistar a la población. La CIA parece haber abandonado su misión histórica en esa región.
La administración Bush no debería tener miedo en intensificar su «propaganda» clandestina en Irak y en cualquier otro país del Medio Oriente. La historia, en estas últimas grandes batallas de ideas, está firmemente de su lado.

Fuente
Washington Post (Estados Unidos)

«« Hearts and Mind » in Irak», por Reuel Marc Gerecht, Washington Post, 10 de enero de 2006.