No es concebible que instituciones oficiales o de cualquier índole pretendan limitar o normar el alcance de los lazos de sangre y de cariño, y mucho menos en contextos culturales como el cubano, donde el concepto de familia tiene una vastedad de elevadas proporciones.

Y justo ahora que el Consejo de Derechos Humanos, reunido en Ginebra, enfrenta, con la acción decidida de muchas naciones, las eternas falacias imperiales impuestas en ese terreno por los grandes centros de poder, vale recordar como en su acrecentada agresividad contra Cuba, el gobierno de George W. Bush no solo agita planes para "remodelar" a la Isla a partir de la hipotética destrucción del poder revolucionario, sino que ha llegado incluso a atentar contra los vínculos familiares al pretender colocarle severas barreras.

Deseoso en estos años de limitar los viajes y de evitar el envío de remesas a los cubanos de adentro por sus familias residentes en los Estados Unidos, y como parte de su ponzoña contra el pueblo cubano, la Casa Blanca ordenó que esa posibilidad fuese reducida de un tajo a una cifra limitada en monto y tiempo.

Pero a la vez, y ahí está la otra cara extremadamente antihumana del asunto, circunscribió el término de familia para tales trámites a aquellos integrantes más inmediatos en el hogar, es decir, lo que algunos llaman "el primer escalón de consanguinidad". Tíos, sobrinos y primos, por ejemplo, dejaron de ser parientes a partir del enfermizo plumazo del jefe del imperio.

Desde luego, toda la hostilidad enemiga apunta contra la integridad de la familia nacional. Desde los intentos de desalojar de sus viviendas y propiedades a aquellos que las hayan recibido en estos años de Revolución, hasta admitir que un cambio al capitalismo en la mayor de las Antillas supondrá tantos huérfanos que se necesitaría establecer instituciones de beneficencia que se ocupen de los niños que quienes quedarán desvalidos.

De la misma manera, el terrorismo y el cerco económico que se han ejecutado contra la nación durante más de cinco décadas, no han dejado de repercutir violentamente en los hogares, no pocas veces llevando el luto y la desolación.

De ahí que, junto a la defensa a brazo partido de la integridad y la independencia de la Patria, debe resultar uno de los principios cardinales de los revolucionarios la preservación y la confirmación de la familia como sustento básico del modelo de una sociedad nueva, donde el hombre y sus sanas aspiraciones resulten pilares esenciales del quehacer de todos.

Agencia Cubana de Noticias