Ciertamente George W. Bush no es de los que meditan, ni mucho menos de los que tienen el valor de recapacitar. Su ignorancia y prepotencia son una mezcla fatídica, alimentada por los poderosos intereses ultraderechistas que le llevaron a la Casa Blanca y le han sostenido contra todas las banderas durante todo este tiempo.

Por consiguiente, nada que atender de los tibios reclamos del congreso de mayoría demócrata, ni tampoco de aquellos que en las calles de la Unión no se esconden para hablar de sus frustraciones y desconciertos con respecto a las políticas presidenciales.

Por eso este enero W. Bush tuvo la desfachatez de proclamar, en su más reciente mensaje a la nación, que no saldrá un solo soldado de Iraq, porque, afirmó, “las tropas están haciendo bien su trabajo y deben concluirlo sin contratiempos”.

El sentido es claro. Elevar el número de militares ha sido un éxito, según el Presidente, y por tanto para los meses por venir ni pensar en reducir la cuota de efectivos en Iraq. En todo caso habrá que remitir a otros para alcanzar no se sabe que “victoria”.

Y todo a pesar de que su tiempo en la Casa Blanca está por cerrarse y que las encuestas más recientes confirman que casi 70 por ciento de sus conciudadanos rechazan su actuación al frente del ejecutivo.

Pero así de seso hueco es el hombre sobre el que ha recaído la tarea de dirigir a la primera potencia imperial del orbe. Donde todos ven un pantano sin salida que devasta vidas de ambos bandos, él percibe un desempeño eficaz y seguro de sus soldados, que de paso se entregan a la práctica de la tortura y al trasiego clandestino de pretendidos terroristas.

Y cuidado. El Presidente ni siquiera se mostró turbado durante su diatriba cuando demandó del legislativo la restitución del espionaje interno y se vuelvan a violar los derechos ciudadanos mediante el “pinchado” de teléfonos particulares, la intercepción de correos electrónicos y el hostigamiento contra todo aquel estadounidense que no se muestra “patriota”, sin faltar, desde luego, las amenazas contra Irán, definido como un nuevo desafío al cual el gran gendarme global debe hacerle frente.

De manera que las cuentas están más que claras. W. Bush no ha cambiado un ápice, ni cuando el congreso mayoritariamente republicano le brindaba un yes rotundo a sus locuras, ni tampoco ahora en que una oposición demócrata de moderada temperatura ha pretendido colocarle bridas de seda.

Burla es todo cuanto conoce y ejerce este pícaro mediocre.

Agencia Cubana de Noticias