Con más razón, vale añadir, cuando la historia demuestra fehacientemente que las intenciones del pretendido aliado, a lo largo de penosos siglos, no han sido ni son otras que apoderarse de la Patria y convertirla en una extensión de sus dominios globales.

De manera que tocar a las puertas del eterno hostilizador, aceptar sus convites, acaparar sus dádivas y regalos, rendirle cuenta de acciones y actos, recibir sus monedas y no desprenderse de sus faldas, indica que no hay patriotismo ni lealtad real en lo que se dice o se hace, sino puro, sucio y despreciable mercenarismo.

Quienes así actúan desconocen desfachatadamente el legado político del Héroe Nacional José Martí cuando advirtió, horas antes de morir en combate, donde estaba el verdadero enemigo de Cuba y del resto de América Latina. Pasan por alto sin rubor la afirmación del Titán de Bronce Antonio Maceo de que preferible era vencer o morir en el empeño libertario a contraer deudas de gratitud con un vecino insolente y ambicioso como Washington.

Y pisotean la sentencia bolivariana de que los Estados Unidos parecen estar destinados a plagar de miserias y ruindad nuestras tierras a nombre de una pretendida “libertad”.

Por supuesto, los oportunistas y calumniadores no faltan, y cuando el dedo acusador les desgarra las máscaras, se apresuran en hablar de que los revolucionarios no han dudado en apoyarse y aceptar socorro ajeno en su lucha.

A ellos vale contestar que la solidaridad nunca ha sido un acto de compra venta, y que los patriotas legítimos han tenido la suficiente visión y responsabilidad como para no liarse con quienes extienden una mano y en la otra se reservan la factura de cobro.

El Generalísimo Máximo Gómez no vino a luchar con los cubanos desde República Dominicana a cambio de haciendas, esclavos y elevados cargos públicos. Che Guevara y sus compañeros no cayeron en Bolivia a la busca de hacerse magnates energéticos o del estaño; los cubanos que marcharon a Angola a defender la integridad de ese país y propiciar la independencia de Namibia y el fin del apartheid en Sudáfrica, no combatieron por anexarse yacimientos de petróleo o minas de diamantes.

Y esa es la gran diferencia entre patriota y mercenario, entre internacionalista y entreguista. Allá con su carga los cipayos que, para su deshonor, marchan, como condenó Martí, a los “ejércitos del Norte a pedir armas con las que matar a sus propios indios”.

Agencia Cubana de Noticias