Tal vez no haya que dudar: personalmente el presidente norteamericano, Barack Obama, resulte honesto partidario de eliminar por completo el peligro nuclear a escala planetaria.
Pero ciertamente, el hecho de que, de alguna forma, ese riesgo haya sido conjurado en parte desde hace varias décadas, no es para nada éxito o mérito atribuible a Washington.
Los acuerdos iniciales para la limitación de las armas atómicas entre las primeras grandes potencias poseedoras de dichos artefactos, los Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética, tuvieron mucho que ver con la pérdida norteamericana del monopolio de ese tipo de mortíferos pertrechos.
También las gravosas erogaciones derivadas de sostener semejantes arsenales y la realidad de que desatar una guerra nuclear no agenciaba supervivencia para ninguno de los contendientes.
No puede olvidarse que sin necesidad alguna desde el punto de vista bélico, los círculos extremos de la Casa Blanca ordenaron los bombardeos atómicos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y el chantaje militar se convirtió para los Estados Unidos en codiciado instrumento hegemonista el cual comenzó a pasar a mejor vida cuando la URSS logró su primer artefacto nuclear.
Desde entonces, y todavía hoy, a pesar de suscrito el titulado acuerdo START Dos (por cierto, cuatro meses después de la fecha programada inicialmente), queda pendiente sobre la mesa el destino del sistema norteamericano de defensa antimisiles, engendro que busca promover el primer golpe nuclear sin posible respuesta del agredido.
Desde luego que el documento concluido entre Washington y Moscú este marzo es un paso de avance. De hecho, según se dijo, reduce las cabezas nucleares de ambas naciones a mil 550 para cada uno (recorte de más de 70 por ciento de las ya existentes), además de regular el número de portadores.
A ello se une la firma por Obama de la declaración donde Washington se compromete a usar las armas atómicas únicamente para “proteger sus intereses vitales y los de sus aliados”.
Pero de todas formas aún hay trecho por recorrer. El primero, la aprobación por el controvertido legislativo estadounidense del START Dos, lidia donde el presidente puede tener problemas con los sectores de derecha, junto al inconcluso asunto del escudo antimisiles, que pende sobre la efectividad de la letra del renovado protocolo de reducción de arsenales.
Nada, que en materia de poder respirar tranquilos en relación con el peligro de destrucción nuclear, aún no se ha dicho la última palabra ni entre las cabeceras atómicas del orbe ni entre los restantes países que ya cuentan con semejante poder destructivo.
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