Cuando el 26 de junio de 1945 delegados de 50 naciones reunidos en la ciudad norteamericana de San Francisco daban su aprobación a la Carta constitutiva de la ONU, no sembraban una entidad inamovible e intocable.
En todo caso daban forma, lo mejor que pudieron en su época, al aparato internacional de discusión de los posibles futuros litigios sin necesidad de llegar a la dura experiencia de la recién concluida Segunda Guerra Mundial, hecatombe que costó 65 millones de vidas y la destrucción de buena parte del planeta.
Sin embargo el nuevo organismo, sin dudas necesario antes y ahora, no podía ser ajeno a las contradicciones e intereses que planteaba la nueva realidad post bélica.
De la victoria contra el eje reaccionario Roma-Berlín-Tokio emergieron naciones con fuerte personería internacional dada su participación en los más recientes acontecimientos.
Por un lado, los Estados Unidos intencionalmente sumado a los combates de forma tardía y con su poderío material intacto en razón de que su territorio fue ajeno a los enfrentamientos armados.
Del otro lado, la Gran Bretaña de fuerte militancia anticomunista que le hizo dilatar hasta lo infinito la apertura de un segundo frente en Europa; y en la silla opuesta, la Unión Soviética, que llevó el peso de la destrucción del nazismo alemán y emergía ahora como potencia de signo socialista junto a las demócratas populares instauradas en Europa del Este al paso del Ejército Rojo.
Estos países claves, junto a Francia, integraron el Consejo de Seguridad, con privilegiadas atribuciones en relación con los restantes miembros de la ONU, mantenidas intactas hasta hoy.
Sin dudas que la Carta constitutiva adoptada el 26 de junio de 1945, justo seis décadas y media atrás, sembró principios inviolables como la no intervención en los asuntos internos de los Estados; la prevalencia del diálogo y los arreglos políticos sobre el uso de las armas; o la defensa de la paz internacional, entre otros.
Pero en otros aspectos, muchos de ellos relativos a la estructura y desempeño del máximo organismo internacional, el tiempo ha impuesto otras realidades que debieran ser tomadas en cuenta.
Con toda razón, cuando la ONU cuenta ya con más de 190 miembros, muchos de ellos con fuerte influencia política y económica, vale plantearse la revisión de la existencia del Consejo de Seguridad y sus atribuciones, capaces hoy de pasar por encima de la voluntad de la Asamblea General, donde cada país en igualdad de derechos, expone sus criterios y asume posiciones.
Es hora, en pocas palabras, de democratizar a la ONU precisamente para defender y hacer cumplir mucho mejor los principios éticos, jurídicos y políticos de la convivencia global presentes en la Carta constitutiva.
Constituye una lucha donde las naciones del Tercer Mundo, —venidas a la ONU luego de largas guerras anticolonialistas y de liberación, y aún vapuleadas en sus derechos por los intereses imperiales— claman por el lógico espacio que les pertenece a tono con la igualdad entre los pueblo que consta en los pilares fundacionales de las Naciones Unidad.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter