Como resultado de la intensa campaña de prensa desplegada por EE.UU., para una buena parte de la opinión pública norteamericana y de no pocas personas en el orbe, el programa nuclear iraní constituye una amenaza a Occidente, algo que Teherán ha negado insistentemente.

Probablemente, en estos días, las luces de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el Departamento de Defensa en su totalidad y el Consejo de Seguridad Nacional deberán permanecer encendidas hasta altas horas.

Una evaluación que arroje un probable alto costo de la aventura militar pudiera ser una de las causas. También pudiesen catalizar la decisión los intereses del Complejo Militar Industrial, siempre a la caza de contiendas que le permitan probar nuevos sistemas de armas e incrementar dividendos.

En evitación de arriesgar tropas, -por demás, demasiado ocupadas y desangradas en Afaganistán e Iraq- una contienda a golpe de misiles, aviones no tripulados y soldados robots podría ser una alternativa valorada.

A tono con tales presupuestos, sería de esperar, que la guerra contra Irán devenga un enfrentamiento puramente tecnológico y en tanto, podríamos estar a punto de presenciar un devastador contencioso.

En profundo análisis en una de sus reflexiones, el líder revolucionario cubano Fidel Castro definió certeramente el probable enfrentamiento como “una lluvia de misiles”.

Volar desde distancia la central electronuclear de Bushehr, la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz, la de agua pesada de Arak y otras, pudieran ser desagradables eventos que las imágenes televisivas de tiempos cercanos nos permitan presenciar, muy a pesar nuestro.

Imposible predecir ahora si las televisoras estén dispuestas a recoger igualmente las posibles respuestas iraníes, acaso también devastadoras. Así lo ha vaticinado el Presidente Mahmoud Ahmadinejad en recientes declaraciones recogidas por la agencia de prensa iraní Fears.

A la vista del nuevo conflicto en el Golfo Arábigo Pérsico, el motivo, en tanto combustible, ya existe; también la posible chispa y puede saltar en el momento en que los medios navales norteamericanos traten de inspeccionar algún buque iraní que entre o salga de ese país o, acaso, sea otro incidente el que la haga brotar y puede estar en muchos lugares y formas.

Con sus objetivos real y aparente ya trazados, suficiente información sobre el adversario, consecuente satanización del mismo y el cálculo de riesgos, Estados Unidos ha completado todos los ingredientes necesarios para el inicio de una probable acción bélica contra Irán.

Ante tan oscuros vaticinios, no sabemos si como parte del cálculo de riesgos surgido de las evaluaciones y pronósticos preparados por los analistas de la Casa Blanca y el Pentágono, existan claros y objetivos vaticinios sobre lo más importante: lo que el propio Washington ha etiquetado como “bajas colaterales”.

Entre ellas pudieran estar los miles o decenas de miles de civiles iraníes o acaso neoyorquinos o israelitas que pudieran pagar con sus vidas por un enfrentamiento decidido a miles de kilómetros de sus hogares, en refrigeradas oficinas, por bien vestidos señores animados por oscuros intereses.