En efecto, por 188 votos a favor, tres en contra, y dos abstenciones, la Asamblea General de la ONU decidió este noviembre renovar su condena al cerco impuesto por la Casa Blanca a la mayor de las Antillas desde hace más de medio siglo, y que pretende imponer cambios internos en el país a partir de rendir por hambre y enfermedades a su pueblo.

Se trata de la votación anual número veintiuno que de forma consecutiva coloca al mundo frente a las apetencias y la insistencia criminal de las clases más retrogradas de la sociedad norteamericana, empeñadas en imponer a su cercano y tenaz vecino el modelo de dominación diseñado por el imperio para su aplicación a escala global.

Desde luego, no deja de ser un contrasentido que esa voluntad mayoritaria del orbe no pase de ser un pronunciamiento sin validez tangible, y en todo caso constituye una sentencia moral contra la potencia que gusta autoproclamarse ombligo del universo y meca de la democracia y la libertad.

El hecho es que el diseño de la Organización de Naciones Unidas establecido por las fuerzas reaccionarias desde los mismos orígenes de esa entidad, determinó que justo la Asamblea General de ese organismo, que reúne a todos y cada unos de sus miembros, no pueda establecer dictámenes ni sanciones de obligatorio cumplimiento, con lo que la voluntad y los criterios de los más en este planeta no tiene efectos en términos prácticos.

Ese absurdo carácter no vinculante determina entonces que grande tahúres internacionales, como los sectores estadounidenses de poder, se den el lujo de ignorar la voluntad política del resto del planeta.

En ese sentido, la Asamblea General ha sido el escenario para que, por ejemplo, Washington y sus aliados hayan desconocido cientos de declaraciones contra las agresiones sionistas al pueblo palestino, o contrarias al desaparecido régimen racista de África del Sur, o a favor de la independencia de numerosas naciones tercermundistas otrora colonias y neocolonias de las grandes potencias occidentales, así como infinidad de documentos promotores del desarme nuclear general y completo, o de la defensa del medio ambiente universal, por solo citar varios ejemplos trascendentes y reiterativos en la historia de la ONU.

No obstante, y a pesar de semejante situación, esta condena por veintiún años consecutivos al bloqueo norteamericano contra Cuba no deja de tener un tremendo valor moral y político, al hacerle entender claramente a los sucesivos gobiernos gringos que la mayoría del orbe no congenia con sus prácticas agresivas y abiertamente genocidas.

La votación y sus resultados pueden interpretarse además como el reconocimiento mundial a la resistencia y la tenacidad de una pequeña nación que, frente a frente al agresor, no cede en la defensa de sus derechos y prerrogativas a pesar de las arteras murallas que el Imperio intenta perpetuar en su contra.

Agencia Cubana de Noticias