No podemos permanecer impasibles ante la oposición al reconocimiento de un Estado de Palestina al igual que existe el Estado de Israel, aunque con las fronteras de 1967, como exigen las resoluciones del Consejo de Seguridad y el Derecho Internacional. Hamás venció en las últimas elecciones democráticas en Palestina, supervisadas por instituciones internacionales. Los políticos de la extrema derecha de Israel y de Estados Unidos dicen que ese gobierno no vale porque “no reconoce a Israel”. Nunca podrán reconocer al Estado de Israel si antes éste no regresa a las fronteras de 1967, devuelve los Altos del Golán, abandona Cisjordania y deja libre del todo a Gaza, destruye el muro construido sobre terrenos palestinos, reconoce el derecho al regreso a su tierra de los palestinos que padecen en el exilio desde hace medio siglo, devuelven mutuamente sus prisioneros y se retira de Jerusalén Este. También tiene que desalojar todos los asentamientos de colonos judíos edificados sobre territorio palestino. El derecho internacional lo exige.

Jean Daniel denuncia la identidad comunitaria y opta por la ciudadanía en su obra. El gobierno de Israel califica de “antisemita” a cualquier gentil que discrepe de su política belicista. Si el que opina es judío, éste “se odia a sí mismo”. Razonamiento tan falso como lo fue el concepto de superioridad de la raza aria que llevó al criminal Holocausto. Daniel no es partidario de nacionalismos e integrismos excluyentes y ha tenido que afrontar no sólo la cuestión judía en general, sino la de su propio judaísmo. Hay unos 15 millones de judíos en el mundo –de ellos, 5 millones están en Israel– y muchos han optado, según Jean Daniel, por encerrarse en “la prisión judía”. Así la describe: “Se puede salir de la religión, pero nunca se sale del pueblo judío y de su destino único, incluso si uno se declara no creyente. Se está condenado a la pertenencia”.

Esa prisión se encuentra “en las mentes”; sus muros invisibles son “la esencia, la eternidad, el absoluto”, y su carcelero, el mismísimo Dios, según Jean Daniel. De modo que, al final, resulta que “el judeocentrismo es un encarcelamiento común al pensamiento judío y al pensamiento antisemita”. Jean Daniel opta por situarse en una línea de disidencia en la que incluye a Baruch Spinoza, Heinrich Heine, Simone Veil, Henri Bergson, Hannah Arendt, Edith Stein y Edmund Husserl. Como Spinoza, escribe: “No consigo creer realmente que el pueblo judío, a pesar del milagro de su perennidad, sea el único testigo de la humanidad, así como el único instrumento de la divinidad. Y rechazo sobre todo que se comporte como si, con el pretexto de que se le persigue haga lo que haga, pueda abandonarse a hacer lo que le parezca, tanto bueno como malo. Como si en nombre de su elección o de su maldición, pudiera arrogarse una moral diferente a la de los demás”.

El Estado de Israel se desarrolla hoy “alimentando un nuevo antisemitismo árabe”, señala el autor. Y es que, en contra de lo que dicen muchos judíos, y no pocos gentiles, el fundador del semanario Le Nouvel Observateur no cree que nos encontremos ante el resurgimiento del mismo fenómeno antisemita en una tierra diferente. Los que sostienen lo contrario –“infieles, a mi modo de ver, al mensaje de Auschwitz”– no distinguen entre “las barbaries de las que fueron víctimas simplemente por haber nacido y existir” y las vicisitudes que ahora afrontan “a causa de lo que hacen, libre y soberanamente”.

Jean Daniel aporta con un importante instrumento intelectual y también una propuesta de conducta ejemplar y sencilla: “He llegado a la conclusión de que los judíos sólo deberían retener de su Elección la exhortación a ser los mejores, y de la Alianza, la obligación de hacer de Israel un faro de las naciones. Si esto se considera imposible, entonces todo el mundo es judío y nadie lo es. En este caso, la prisión es cruel, gloriosa, absurda, eterna. Como la condición humana. Pero el oficio del ser humano no consiste en elegir la servidumbre voluntaria”.

Fuente
Contralínea (México)