Juez presidente del Tribunal Supremo Roberts, vicepresidenta Harris, presidenta de la Cámara de Representantes Pelosi, líder Schumer, líder McConnell, vicepresidente Pence, mis distinguidos invitados, mis compatriotas estadounidenses, hoy es el día de Estados Unidos. Este es el día de la democracia, un día de historia y esperanza, de renovación y determinación. A través del crisol de los años, Estados Unidos cada vez ha sido sometido a pruebas, y Estados Unidos ha enfrentado los desafíos. Hoy celebramos el triunfo, no de un candidato, sino de una causa, la causa de la democracia. El pueblo, la voluntad del pueblo, ha sido escuchada, y la voluntad del pueblo ha sido atendida.

Otra vez hemos aprendido que la democracia es preciada. La democracia es frágil. Y en este momento, amigos míos, la democracia ha prevalecido. (Aplauso).

Por eso ahora, en este suelo sagrado, donde apenas hace algunos días la violencia trató de sacudir los cimientos mismos del Capitolio, nos unimos como una nación con Dios, indivisible, para llevar a cabo la transferencia pacífica del poder, como lo hemos hecho por más de dos siglos. Al mirar hacia adelante en nuestro sendero tan únicamente estadounidense, inquieto, audaz, optimista, ponemos nuestra mirada en la nación que sabemos qué puede ser y qué debemos ser.

Agradezco a mis predecesores de ambos partidos su presencia hoy aquí. Les agradezco desde el fondo de mi corazón. (Aplauso). Y yo conozco, (aplauso), yo conozco la resiliencia de nuestra Constitución y la fuerza, la fuerza de nuestra nación, como lo hace el presidente Carter con quien hablé anoche, y que no puede estar con nosotros hoy aquí, pero a quién saludamos por su vida entera dedicada al servicio.

Acabo de prestar el sagrado juramento que cada uno de esos patriotas ha prestado. El juramento prestado por primera vez por George Washington. Sin embargo, el relato de Estados Unidos no depende de ninguno de nosotros solos, no de algunos de nosotros, sino de todos nosotros, de nosotros el pueblo, que busca tener una unión más perfecta. Esta es una gran nación. Nosotros somos gente buena. Y a lo largo de los siglos, en la tormenta y en el enfrentamiento, en la paz y en la guerra, hemos llegado muy lejos, pero todavía tenemos que llegar más.

Hemos de apresurarnos hacia adelante con velocidad y urgencia porque tenemos mucho que hacer en este invierno de peligro y de posibilidades importantes. Hay mucho que reparar, mucho que restaurar, mucho que construir y mucho que ganar. Poca gente en la historia de nuestra nación ha enfrentado tantos retos o encontrado un momento más desafiante o difícil que el momento en hoy nos hallamos.

Un virus que aparece una vez cada siglo, que silenciosamente acosa al país. Se ha cobrado muchas vidas, tantas como las que Estados Unidos perdió en la Segunda Guerra Mundial. Se han perdido millones de puestos de trabajo, cientos de miles de negocios cerrados, un grito en favor de la justicia racial que ya lleva 400 años nos empuja a movernos. El sueño de la justicia para todos ya no ha de ser dilatado. (Aplauso).

Un grito por la supervivencia surge del propio planeta. Un grito que no puede ser más desesperado o estar más claro, y ahora el surgimiento del extremismo político, la supremacía blanca, el terrorismo doméstico que debemos enfrentar y que derrotaremos. (Aplauso).

Para superar estos desafíos, para restaurar el alma y asegurar el futuro de Estados Unidos se requiere algo más que palabras. Requiere la más esquiva de las cosas en una democracia, la unidad. Unidad. En otro enero, en el día de año nuevo de 1863, Abraham Lincoln firmó la Proclama de Emancipación. Cuando marcó el papel con la pluma el presidente dijo, y cito “si mi nombre alguna vez entra en la historia, ha de ser por este acto, en el que he puesto mi alma entera”.

“En el que he puesto mi alma entera”. Hoy, en este enero, mi alma entera está puesta en esto: poder unir a Estados Unidos, unir a nuestro pueblo, unir a nuestra nación. Y le pido a cada estadounidense que me acompañe en esta causa. (Aplauso).

Unirse para combatir a los enemigos que enfrentamos, la ira, el resentimiento y odio, el extremismo, la anarquía, la violencia, la enfermedad, la falta de empleo y la desesperanza. Con unidad podemos hacer grandes cosas, cosas importantes.

Podemos corregir los errores. Podemos poner a la gente a trabajar en buenos puestos. Podemos enseñar a nuestros niños en escuelas seguras. Podemos superar a este virus mortífero. Podemos premiar, premiar el trabajo y reconstruir la clase media y que haya cobertura de salud para todos. Podemos conseguir la justicia racial y podemos hacer otra vez a Estados Unidos la fuerza conductora del bien en el mundo.

Sé que hablar de unidad puede parecerle a algunos en estos días como una tonta fantasía. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y sé que son reales. Pero también sé que no son nuevas. Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal estadounidense de que todos somos creados iguales con la fea y dura realidad del racismo, el nativismo, el miedo, la demonización que nos han separado desde hace mucho.

La batalla es perenne y la victoria nunca es segura. A lo largo de la Guerra Civil, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, el 11 de septiembre, por medio de luchas, sacrificios y pérdidas, nuestros mejores ángeles siempre han prevalecido. En cada uno de esos momentos, suficientes de nosotros, suficientes de nosotros, se han presentado para impulsarnos hacia adelante a todos, y eso es lo que podemos hacer ahora.

La historia, la fe y la razón muestran el camino, el camino hacia la unidad. Nos podemos ver entre nosotros no como adversarios sino como vecinos. Podemos tratar al otro con respeto y dignidad. Podemos unir fuerzas, dejar de gritar y templar los ánimos. Porque sin unidad no hay paz, sino amargura y furia. No hay progreso, solo un ultraje agotador. No hay nación, solo un estado de caos.

Este es nuestro momento histórico de crisis y desafío y la unidad es el camino a seguir adelante. Y debemos aprovechar este momento como los Estados Unidos de América. Si logramos hacerlo, les garantizo que no fracasaremos. Nosotros nunca, jamás, jamás, jamás hemos fracasado en Estados Unidos cuando hemos actuado juntos.

Y por ello hoy, en este momento, en este lugar, comencemos todo de nuevo, todos nosotros. Comencemos por escucharnos el uno al otro otra vez. Escuchen al otro. Miren al otro. Muestren respeto por el otro. La política no tiene porque ser un incendio furioso, destruyendo todo a su paso. Cada desacuerdo no tiene porque ser la causa de una guerra total. Y debemos rechazar la cultura en que los hechos propios son manipulados, e incluso creados artificialmente. (Aplauso).

Mis compatriotas estadounidenses, tenemos que ser diferentes a todo esto. Estados Unidos tiene que ser mejor que esto y yo creo que Estados Unidos es mucho mejor que esto. Basta mirar alrededor. Aquí estamos a la sombra de la cúpula del Capitolio, y ya se mencionó antes, completado durante la Guerra Civil, cuando la propia Unión estaba literalmente pendiendo de un hilo. Sin embargo resistimos. Prevalecimos.

Aquí estamos, mirando a este enorme paseo donde el doctor King habló de su sueño. Aquí estamos donde hace 108 años, en otra toma de posesión, miles de manifestantes trataban de bloquear el paso de valientes mujeres que marchaban en favor del voto. Y hoy celebramos la toma de posesión de la primera mujer en la historia de Estados Unidos elegida para un cargo como este, la vicepresidenta Kamala Harris.

¡No me digan que las cosas no pueden cambiar! (Aplauso).

Aquí estamos, al otro lado del Potomac, del cementerio de Arlington, donde los héroes que dieron toda la talla y última medida de su devoción, descansan en paz eterna. Y aquí estamos, pocos días después de que una turba desenfrenada supusiera que podía recurrir a la violencia para silenciar la voluntad del pueblo, para frenar el obrar de la democracia, para sacarnos de este territorio sagrado. Y eso no ocurrió. Y nunca ha de ocurrir. Ni hoy día, ni mañana. Ni jamás. Nunca jamás. (Aplauso).

A todos aquellos que apoyaron nuestra campaña, la fe que ustedes colocaron en nosotros me hace sentir humilde. A todos aquellos que no nos apoyaron permítanme decirles, escúchenme mientras avanzamos hacia adelante. Atiendan a lo que hago y a la medida de mi corazón.

Si todavía no están de acuerdo, que así sea. Eso es la democracia. Eso es Estados Unidos. El derecho a disentir pacíficamente, con las protecciones de nuestra república, es quizá la mayor fuerza de esta nación. Pero escúchenme claramente, el desacuerdo no debe llevar a la desunión. Y les prometo esto, seré un presidente para todos los estadounidenses, todos los estadounidenses. Y les prometo que lucharé tan arduamente por los que no me apoyaron como por los que sí lo hicieron. (Aplausos).

Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo era una multitud definida por los objetos comunes de su amor. Definido por los objetos comunes de su amor. ¿Cuáles son los objetos comunes que amamos como estadounidenses, lo que nos define como tales?

Creo que lo sabemos. Oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, la verdad. (Aplausos). Las últimas semanas y meses nos han enseñado una dolorosa lección. Hay verdad y hay mentiras, mentiras dichas para obtener poder y beneficio.

Y cada uno de nosotros tiene un deber y una responsabilidad como ciudadanos, como estadounidenses, y especialmente como líderes, líderes que han prometido honrar nuestra Constitución y proteger nuestra nación, defender la verdad y derrotar las mentiras. (Aplausos).

Miren… (Aplausos)… Entiendo que muchos de mis compatriotas vean el futuro con miedo y trepidación. Entiendo que se preocupen por sus empleos. Entiendo que, como mi padre, se acuesten en la cama por la noche mirando al techo, preguntándose, ¿podré mantener mi cobertura médica, podré pagar mi hipoteca? Pensando en sus familias, en lo que vendrá después. Les prometo que lo entiendo.

Pero la respuesta no es volverse hacia el interior, retirarse en facciones rivales, desconfiar de aquellos que no se parecen… no se parecen a uno o recen de la forma en que uno lo haga o se informan de las noticias en la misma fuente que uno. Debemos terminar esta guerra incivil que enfrenta a los rojos contra los azules, al mundo rural contra el urbano, a los conservadores contra los liberales. Podemos hacerlo si abrimos nuestras almas en vez de endurecer nuestros corazones.

Sin embargo, si mostramos un poco de tolerancia y humildad, y si estamos dispuestos a ponernos en el lugar de la otra persona, como diría mi madre, sólo por un momento, ponernos en su lugar. Porque hay algo en la vida: no se sabe lo que el destino nos deparará.

Hay días en que necesitas una mano. Hay otros días en los que se nos llama a echar una mano. Así es como tiene que ser. Eso es lo que hacemos el uno por el otro.

Y si somos así, nuestro país será más fuerte, más próspero, más preparado para el futuro. Y todavía podemos estar en desacuerdo. Mis compatriotas estadounidenses, en el trabajo que tenemos por delante, nos vamos a necesitar unos a otros. Necesitamos toda nuestra fuerza para preservar… para perseverar a través de este oscuro invierno. Estamos entrando en lo que puede ser el período más duro y mortal del virus.

Debemos dejar de lado la política y finalmente enfrentar esta pandemia como una nación, una nación. Y les prometo esto. Como dice la Biblia, “Por la tarde las lágrimas pernoctan, por la mañana, júbilo”. Superaremos esto juntos. Juntos. Miren, amigos, todos mis colegas con los que presté servicio en la cámara y aquí en el senado, todos lo entendemos, el mundo está observando, mirándonos a todos nosotros hoy. Así que este es mi mensaje para los que están más allá de nuestras fronteras.

Estados Unidos ha sido puesto a prueba, y hemos salido más fuertes por ello. Repararemos nuestras alianzas y participaremos en el mundo una vez más. No para enfrentar los desafíos de ayer, sino los de hoy y de mañana. (Aplausos).

Y no sólo lideraremos con el ejemplo de nuestro poder, sino por el poder de nuestro ejemplo. (Aplauso). Seremos un socio fuerte y confiable para la paz, el progreso y la seguridad.

Miren, todos ustedes saben, hemos pasado por mucho en esta nación. En mi primer acto como presidente, me gustaría pedirles que se unan a mí en un momento de oración en silencio para recordar a todos aquellos que perdimos en este último año por la pandemia, esos 400.000 compatriotas estadounidenses: madres, padres, esposos, esposas, hijos, hijas, amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Les rendiremos homenaje convirtiéndonos en el pueblo y la nación que sabemos que podemos y debemos ser.

Así que les pido que recemos en silencio por los que han perdido sus vidas y los que han quedado atrás y por nuestro país.

[MOMENTO DE SILENCIO]

Amén, amigos, este es un momento de prueba. Nos enfrentamos a un ataque a nuestra democracia y a la verdad. Un virus furioso, una creciente desigualdad, el aguijón del racismo sistémico, la crisis del clima. El papel de Estados Unidos en el mundo. Cualquiera de estos sería suficiente para desafiarnos profundamente, pero el hecho es que los enfrentamos todos a la vez y presentan a esta nación una de las responsabilidades más graves que hemos tenido. Ahora vamos a ser puestos a prueba.

¿Vamos a dar un paso adelante, todos nosotros? Es hora de ser audaces, porque hay mucho que hacer. Y esto es seguro. Les prometo que seremos juzgados, ustedes y yo, por cómo resolvemos estas crisis acumuladas en nuestra era. La cuestión es si estaremos a la altura de las circunstancias. ¿Dominaremos este raro y difícil momento?

¿Cumpliremos con nuestras obligaciones y transmitiremos un mundo nuevo y mejor a nuestros hijos? Creo que debemos. Estoy seguro de que usted también lo cree. Creo que lo haremos. Y cuando lo hagamos, escribiremos el próximo gran capítulo de la historia de los Estados Unidos de América, la historia estadounidense, una historia que puede sonar como una canción que significa mucho para mí. Se llama “Himno estadounidense”. Y hay unos versos que destacan, al menos para mí.

Y dice: “El trabajo y las oraciones de siglos nos han traído hasta este día. ¿Cuál será nuestro legado? ¿Qué dirán nuestros hijos? Háganme saber en mi corazón cuando mis días hayan terminado. [Estados Unidos de] América, [Estados Unidos de] América, te di lo mejor de mí.” Agreguemos, agreguemos nuestro propio trabajo y oraciones a la historia de nuestra gran nación.

Si hacemos esto, cuando nuestros días terminen, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos dirán de nosotros, que dimos lo mejor de nosotros, que cumplimos con nuestro deber, que sanamos una tierra quebrantada. Mis queridos compatriotas estadounidenses, cierro el día en el que empecé, con un juramento sagrado ante Dios y ante todos ustedes. Les doy mi palabra, siempre seré sincero con ustedes. Defenderé la Constitución. Defenderé nuestra democracia. Defenderé a [los Estados Unidos de] América.

Y les daré a todos, a todos ustedes, mantendré todo lo que… hago a su servicio, no pensando en el poder sino en las posibilidades, no en los daños personales sino en el bien público. Y juntos escribiremos una historia estadounidense de esperanza, no de miedo. De unidad, no de división. De luz, no de oscuridad. Una historia de decencia y dignidad, amor y sanación, grandeza y bondad.

Que esta sea la historia que nos guíe, la historia que nos inspire, y la historia que cuenten las eras venideras de que respondimos al llamado de la historia, de que respondimos al momento. La democracia y la esperanza, la verdad y la justicia, no murieron en nuestra guardia, sino que prosperaron, que Estados Unidos aseguró la libertad en el país y se izó una vez más como una señal para el mundo. Eso es lo que debemos a nuestros antepasados, unos a otros, y a las generaciones futuras.

Así que, con propósito y determinación, nos dedicamos a las tareas de nuestro tiempo, sostenidos por la fe, impulsados por la convicción y dedicados unos a otros y al país que amamos con todo nuestro corazón. Que Dios bendiga a los Estados Unidos de América y que Dios proteja a nuestras tropas. Gracias, Estados Unidos.