Los festejos del 6 mayo, en Londres, y la conmemoración del 9 de mayo, en Moscú, reflejan las diferencias entre dos mundos con valores totalmente opuestos.

El rey Carlos III porta los símbolos del viejo Imperio.

El espectáculo de la monarquía
en Reino Unido

El 6 de mayo nos mostraron desde Inglaterra la coronación del más grande de todos los reyes. La prensa británica nos garantizó primero que este monarca no tiene absolutamente ningún derecho político, que sólo tiene una función de representación.

¿De verdad? Entonces, ¿con qué derecho, siendo aún príncipe de Gales, durante el reinado de su madre, modificó un centenar de veces el orden del día de la Cámara de los Comunes y además hizo excluir de ese órgano legislativo a los súbditos que no le agradaban? Los expertos nos aseguran que sus intervenciones se limitaron a proyectos de ley de poca importancia. Pero, ¿con qué derecho pudo el príncipe decidir, en lugar de los diputados, que no tenían mayor importancia?

Siendo príncipe de Gales, el ahora rey Carlos III se convirtió en el protector de la Hermandad Musulmana, organización política secreta creada por el MI6 durante la colonización de Egipto y hoy en día prohibida en numerosos países musulmanes debido a su actividad terrorista, notoriamente probritánica.

En 1993, el entonces príncipe de Gales se convirtió en patrocinador del Oxford Centre for Islamic Studies, desde donde la Hermandad Musulmana y el MI6 actuaron en todo el Medio Oriente, siguiendo la tradición de Lawrence de Arabia. El príncipe Carlos puso en ello tanto empeño que los conocedores comenzaron a llamar la capital británica «Londonistán», por la gran cantidad de cabecillas de la Hermandad Musulmana que allí residían –entre ellos había un saudita que se llamaba Osama ben Laden. El príncipe Carlos incluso viajó 120 veces a la región del Golfo para reunirse allí con los monarcas que apoyaban la Hermandad Musulmana.

Durante el ungimiento, se despliega un paraván ricamente bordado para que el público no sea cegado por el resplandor divino –Dios baja del cielo para consagrar al monarca cuando el arzobispo de Canterbury lo unge con el aceite sagrado traído de Jerusalén.

Un mundo que llega a su fin

Bajo el nombre de Carlos III, el príncipe de Gales acaba de convertirse en monarca de Antigua y Barbuda, de Australia, de Bahamas, de Belice, de Canadá, Granada, Jamaica, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Reino Unido, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas así como de las Islas Salomón y Tuvalu. Destacamentos militares de esos reinos lo escoltaron durante el festejo.

Un centenar de jefes de Estado y de gobierno viajaron a Londres para participar en la coronación o enviaron representantes a la ceremonia. Pero las imágenes oficiales de la BBC no mostraron a esas personalidades, consideradas simples invitados.

Por supuesto, los norcoreanos, los sirios y los rusos no eran bienvenidos. Los chinos sí fueron invitados… y provocaron gran revuelo enviando al vicepresidente Han Zheng, presentado en Reino Unido como el responsable de la represión contra los manifestantes probritánicos de Hong-Kong.

Por lo demás, la ceremonia de coronación no ha cambiado desde la descolonización del Imperio británico. Al parecer sólo se han retirado de las joyas reales algunas piedras preciosas robadas a la India.

Por supuesto, sería estúpido evaluar una ceremonia tradicional según los criterios de nuestra época. Pero resulta interesante ver que los británicos siguen viendo ciertos símbolos de tiempos antiguos como si todavía fuesen de actualidad... en pleno siglo XXI. Por ejemplo, un suntuoso paraván bordado fue desplegado alrededor del rey en el momento de su ungimiento con el aceite consagrado traído de Jerusalén, para evitar que el resplandor divino cegara a los asistentes. ¿De verdad alguien tuvo miedo de perder la vista? Al final de la coronación, el rey Carlos III fue proclamado «lugarteniente de Dios en la Tierra». ¿Cómo pudieron los ministros de las numerosas religiones representadas en la ceremonia prestarse a esa mascarada?

Más que festejos por la entronización de un nuevo rey, lo sucedido en Londres parece sobre todo el homenaje fúnebre a un mundo, el entierro de la dominación que Occidente llegó a ejercer sobre una parte de la Humanidad.

El 9 de mayo, los rusos no celebran conquistas militares fuera de sus fronteras sino el espíritu de sacrificio que sus soldados demostraron en la defensa de la Patria.

La fiesta de la Patria

El 9 de mayo Rusia festeja la victoria de los pueblos de la URSS sobre el nazismo. La población soviética sufrió tanto como la de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. En ese conflicto murieron 27 millones de soviéticos –más de la mitad eran miembros del Ejército Rojo. De cada 7 soviéticos uno murió en esa guerra. Esa proporción es muy diferente en otras latitudes (un alemán de cada 10, un francés de cada 83… un estadounidense de cada 655).

La URSS se unió frente al enemigo. El secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Josef Stalin, liberó a los prisioneros de la guerra civil –los gulags estaban llenos de comunistas disidentes–, puso fin a las persecuciones religiosas y estableció una alianza con la iglesia ortodoxa. Aquel periodo trágico, que los pueblos soviéticos denominaron «la Gran Guerra Patria» fue también una época sagrada de reconciliación y de unidad nacional.

Las conmemoraciones del 9 de mayo son, por consiguiente, la ocasión en que se rememoran los horrores de la guerra y sobre todo la capacidad de los pueblos para luchar y salvarse juntos, ayudándose unos a otros. En la actual coyuntura, los rusos tienen conciencia de que los nacionalistas integristas contra los que luchan en Ucrania son los herederos de aquellos que se unieron a los nazis para exterminar a los judíos, a los gitanos y a los eslavos (la ideología en vigor en Kiev afirma que los ucranianos no son eslavos sino descendientes de una tribu vikinga –los Varegos– que se mezclaron con los eslavos).

Desde 2012, millones de rusos conmemoran la Gran Guerra Patria participando en un gran desfile donde portan los retratos de sus familiares muertos en defensa de la Patria.

El Regimiento Inmortal

Tradicionalmente, desde 1965, los rusos desfilan el 9 de mayo, el Día de la Victoria, en homenaje a sus abuelos y bisabuelos caídos en la lucha contra el nazismo. Desde 2012, ese desfile se generalizó en la Federación Rusa. Los rusos lo llaman «el Regimiento Inmortal». Hoy, además de rendir homenaje a los héroes de la Patria, los participantes desfilan como sucesores de los caídos y seguidores de su ejemplo en la defensa de la Nación. No son chovinistas imbuidos de un nacionalismo exacerbado sino patriotas dispuestos a sacrificarse por su país.

Debido a los últimos atentados perpetrados en suelo ruso, muchos de esos desfiles fueron suspendidos este año. El presidente Vladimir Putin estará presente en el tradicional desfile militar de la Plaza Roja. En Occidente se describe al presidente Putin como un dictador que vive rodeado de lujos, lejos del pueblo. Pero sus conciudadanos saben que eso es falso. Vladimir Putin es de cultura rusa y, como la gran mayoría de sus compatriotas, sabe que el lujo no debe hacerle olvidar su condición de humano.

Dos mundo diferentes

Los súbditos de Carlos III se muestran fascinados por la magnificencia de la Corona. Los conciudadanos del presidente Putin estiman que portar joyas y piedras preciosas robadas no es precisamente una muestra de nobleza. Para ellos sólo tiene valor lo que se gana con esfuerzo propio.