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Tortura
Cuando antepone sus propios intereses a los de sus ciudadanos, el Estado se transforma en un Leviatán e institucionaliza la tortura. Esta puede desempeñar 3 funciones: obtener información, inducir a la víctima a hacer confesiones falsas y servir de castigo disuasivo. Para poner fin a esas prácticas, la ONU adoptó una serie de instrumentos internacionales que incluyen la «Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes» (1948) y creó el Comité contra la Tortura, encargado de verificar la aplicación de la Convención.
Durante la guerra fría, sin embargo, Estados Unidos generalizó la práctica de la tortura en el Tercer Mundo, creando incluso dos escuelas de torturadores en Panamá (la Escuela de las Américas) y en Taiwán (la Political Warfare Cadres Academy). A pesar de ello, la práctica de la tortura seguía siendo ilegal y los encargados de aplicarla eran principalmente milicias o Estados aliados. Al proclamar la «guerra global contra el terrorismo», la administración Bush restableció el uso de la tortura, primeramente haciéndola pública fuera del territorio estadounidense y posteriormente legalizándola en los propios Estados Unidos. En una adaptación de las técnicas norcoreanas estudiadas por el profesor Albert D. Biderman, el uso de la tortura en Guantánamo, en Bagram y en las numerosas cárceles secretas de la CIA y de la Marina de Guerra estadounidense tenía por objetivo la conversión de inocentes en culpables induciéndolos a hacer confesiones falsas. El régimen Bush fabricaba así los «testimonios» de supuestos terroristas arrepentidos para justificar su propia versión de los atentados del 11 de septiembre y su guerra contra el terrorismo.
A su llegada al poder, la administración Obama prohibió el uso de la tortura. Pero la realidad es que nada ha cambiado ya que la CIA y la US Navy multiplicaron sus centros de interrogatorio “fuera de fronteras”.