Para el 53 por ciento de los colombianos las elecciones presidenciales que se acaban de celebrar, en la cuales fue electo el candidato Álvaro Uribe, se abre una esperanza de paz.
¿Pero cómo piensa el otro 47 por ciento de sus conciudadanos que no concurrieron a las urnas a depositar su voto?

Ciertamente la abstención electoral es también una forma de votar, es decir es una manera de expresar la inconformidad con un sistema que cada cuatro años celebra elecciones para que tanto desde el Palacio Presidencial como desde el Parlamento se repita la misma historia, mientras la violencia mas encarnizada continúa cobrando víctimas inocentes.

Lo que se discutía en la tribuna pública entre los aspirantes presidenciales eran fórmulas mágicas para resolver el conflicto por el que atraviesa el país por cerca de 50 años. En realidad desde aquella jornada trágica en que fue asesinado el líder populista Jorge Eleicier Gaitán, Colombia no ha visto la paz. De lo que se trata en realidad es de la guerra civil más prolongada en la historia del continente americano. Situación que se ha ido agravando en la misma medida que el narcotráfico ha hecho su aparición en los últimos años de este complejo proceso que ha desarticulado a la sociedad colombiana.

Lo que comenzó en el año 1948 como una lucha entre Liberales y Conservadores se ha transformado en una guerra cruenta, criminal, salvaje, donde participan, guerrilleros de varias denominaciones de izquierda, los llamados paramilitares de la derecha y el ingrediente desmoralizador que aportan los traficantes de cocaína que con sus inmensos recursos económicos procedentes de sus ventas en Estados Unidos y el resto del mundo, han contribuido a corromper el proceso democrático de ese país, a tal punto, que nadie puede asegurar con toda certeza que no hay personaje de la vida publica colombiana que en un momento de su vida no haya tenido alguna relación con los llamados carteles de la droga.

Se acusa a los guerrilleros de recibir dinero del narcotráfico. Se acusa a las paramilitares de tener estrechas relaciones con los traficantes. Se acusa a los políticos, Liberales y Conservadores de nutrir sus fondos de campaña con dineros de los grandes capos de la cocaína. Inclusive, el propio Presidente electo, Álvaro Uribe, se le ha señalado como que estuvo vinculado al cartel de Medellín en sus tiempos de Alcalde de esa ciudad colombiana.

De manera que no es fácil que Colombia salga de ese laberinto en que ha caído, precisamente por culpas y responsabilidad de los políticos que cada cuatro años van a las urnas sólo a disputarse el poder para después no hacer nada por el país.

Las personas mas lucidas y sensatas de Colombia entienden que lo primero que hay que hacer para resolver la crisis de la nación es acabar con el narcotráfico. ¿Pero como? ¿Hay forma para hacerlo? ¿ Puede eliminarse a los productores y traficantes de cocaína mientras exista un mercado consumidor que esté dispuesto a pagar millones y millones de dólares por la droga?.

La respuesta es ¡No! Y mientras haya un mercado dispuesto a consumirla, habrá droga en Colombia y no habrá paz en el país. Esa es la verdad. Y el nuevo Presidente, si no lo sabe, debiera saberlo. Lo demás es el cuento de nunca acabar.