¡Ni aquí ni en la Cochinchina opinar puede ser un delito! ¡Sólo las dictaduras o democracias truculentas pueden así considerarlo! Ejemplos en la historia latinoamericana hemos tenido muchísimos. Recuérdese a los gorilas argentinos que prohibieron el tango Cambalache y a los militares chilenos que hicieron lo propio con una de las estrofas del himno nacional sureño. El parlamentario Jorge Mufarech ha planteado una querella millonaria contra Pedro Salinas porque éste le espetó sus opiniones. Aún ganando -aunque nadie sabe qué- don Coco perdería. Y no poco. Dudo mucho que alguien tenga la suma demandada y el estropicio no puede ser más evidente.
Aquí hay mucho más que un periodista enjuiciado. El afán intolerante -y gratuito como innecesario- de que hace gala Mufarech- sólo engorda aquella tara que judicializa la política. Cualquiera que esté en estos menesteres sabe que está en el ojo de la tormenta. Si hace bien las cosas, es probable que las críticas sean benignas y entusiásticas.
En cambio, cualquier político, que merced a su miopía o mediocridad, meta la pata, es blanco de las opiniones que casi siempre son muy duras porque se generan en proporción inversa a la estupidez cometida. En el Perú nuestra fauna pública es esencial y militantemente bruta, sin horizontes y sin cultura de ninguna especie. ¿Quiere don Coco estar considerado en este renglón indeseable?
Por tanto, recurrir, so pretexto de la defensa propia, a las querellas, las citaciones, los proveídos y demás adefesios, es más de lo mismo del embeleco epidérmico en que se ha convertido la asquerosa política peruana.
No conozco a Mufarech y tampoco a Salinas. Por cierto al primero y en entrevista televisada con el desaparecido Bruno de Olazábal, le retraté como el ejemplo del no ejemplo por su estridencia y ruido ruidoso. Tengo la impresión que, hace dos años, don Coco se olvidó de enjuiciarme. A Salinas me vinculan algunos temas en común, sobre todo, en el cuestionamiento a una secta a la que él perteneció y que yo ataco frontalmente porque los sodálites están a la derecha del Opus Dei.
Este es un tema de principios democráticos. La opinión no puede ser castigada por ley alguna porque Sarmiento repetía siempre: ¡bárbaros, las ideas no se deguellan! Y Pausanias advertía: ¡pega, pero escucha! Discrepo con quienes practican un periodismo epidérmico, dentro del establishment en que son estrellas de confín limitado y conservador que les paga y alienta en su prédica formal y jamás cuestionadora del poder real. En ese grupo no estoy. Pero doy mi cabeza porque Salinas opine y diga cuanto quiera o defienda lo que tiene en agenda defender por convicción propia o institucional. ¡Y en esto hay que ser fanático e irreductible!
Haría bien Jorge Mufarech, en el silencio discreto que alienta las más nobles causas, en retirar esa demanda ridícula. Y, en cambio, discurrir por otras avenidas más creativas y genuinas en pro de la democracia y en la captura de tanto hampón hoy encaramado en ONGs, procuradorías, juzgados, curules y ministerios. De él depende esta decisión. Sólo que tiene que tener en cuenta que ya se está desbarrancando sin ton ni son.
Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
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