Yo creo como viejo aprista en la unidad continental y en el desarme colectivo simultáneo. Necesitamos más escuelas y menos cuarteles. Más mantequilla y menos cañones. Y aplaudo, lógicamente, la propuesta del compañero González-Posada y de setenta y un congresistas peruanos para convocar a una Cumbre de Desarme y exigir a Estados Unidos repromulgar la directiva Carter derogada por Clinton, según la cual se prohibía al gobierno y a las empresas norteamericanas vender armas sofisticadas a la Región.

Desgraciadamente, el obstáculo es y será Chile. Ellos, los chilenos, tienen la teoría del Mar Presencial Tricontinental que es la versión indoamericana del espacio vital nazi de 1939, en cuya virtud el Reich se anexó Austria, se apoderó de Danzig (Polonia) para reunificarse con Prusia y desató una guerra de exterminio. Chile tiene la teoría del espacio vital acuático, lo que no sólo es hegemonía en el Océano Pacífico, sino el aprovechamiento geopolítico de las aguas peruano-bolivianas del lago Titicaca. Para eso necesitan las bayonetas.

Se vuelve a repetir la historia. Perú tuvo la hegemonía en el Pacífico hasta el dos de mayo de 1866. A partir de esa fecha Chile comenzó a armarse marítimamente, siguiendo el visionario sueño de Diego Portales de ser los amos del mar y destruir cualquier posibilidad peruano-boliviana.

El Gobierno del coronel Balta fue informado en 1870 por el cónsul peruano en Valparaíso que Chile había mandado construir en Londres dos blindados; el Blanco Encalada y el Cochrane, abiertamente superiores a la Independencia, la nave más poderosa de nuestra Armada. Se intentó entonces adquirir en Turquía el acorazado Fehlz-Bolend. La inteligencia chilena intrigó con el Sultán para impedir el perfeccionamiento de la compra. Esa unidad, desplazaba seis mil toneladas de registro, tenía una velocidad de 14 nudos, una coraza de 7’, cuatro cañones de 400 mlm., y 23 cañones de tiro rápido. Compramos, en cambio, los inservibles monitores Manco Cápac y Atahualpa (navegantes por años del Mississippi) que permanecieron fondeados en el Callao y en Arica.

La casta política fue ciega. Se dedicó a rencillas intestinas. Chile tuvo así dos acorazados gemelos, la corbeta Chacabuco y O’Higgins; la Esmeralda, la Covadonga, el Magallanes, el Abtao. La flota peruana tenía naves compradas por Pezet tres lustros atrás. Basadre lo dice brillantemente: “Las diferencias a favor de la escuadra chilena eran múltiples: en la juventud de las naves, en la modernidad de elementos bélicos, en tonelaje, en el número de buques y sus cañones a flote, en la calidad y cantidad de los transportes, en el desplazamiento de las unidades, en el espesor del blindaje, (que no podía ser perforado ni por los más poderosos de los anticuados cañones peruanos). País de costa larga y accesible, a la que otrora llegaron los conquistadores españoles, la expedición libertadora y las huestes peruano-chilenas de la Restauración, sin embargo, el Perú -excepto en los tiempos de Ramón Castilla y de la guerra del 66- había carecido de conciencia naval.”

La guerra estaba perdida de antemano. José Antonio de Lavalle, quien partiera en misión a Chile, tratando de conjurarla -y a quien no se advirtió de la existencia del Tratado secreto peruano-boliviano del cual vino a enterarse a bordo de la nave que lo llevaba a Valparaíso-, según recuerda en sus Memorias prologadas por Félix Denegri Luna, estuvo entre los pocos que pensaban que el conflicto bélico estaba perdido de antemano. El almirante Rodgers y otros diplomáticos norteamericanos así lo vaticinaban. Les sorprendió que el solitario Huáscar, muralla ambulante del Perú, estabilizase el enfrentamiento por meses. Lavalle recuerda en sus Memorias que, empero, en el Perú todos estábamos por la lucha. Los periódicos, los partidos, los mercaderes, los importadores, los exportadores, recibieron con júbilo el 5 de abril de 1879. Grave irresponsabilidad.

Si el Perú hubiera adquirido, como dice Mercado Jarrín, un solo blindado similar al Cochrane, debido a sus efectos disuasivos, la guerra no se habría generado. Pero, hoy nos encontramos con que Chile tiene un destructor, once fragatas, siete corbetas, cuatro submarinos, 544 misiles. Es decir, una preparación bélica agresiva. ¿Quién va a atacar a Chile?. Nadie. Son ellos. Son los chilenos los que se preparan para atacar. Ricardo Lagos es un socialista social-patriota, social-chauvinista. Chile es más hechura de Pinochet que de la democracia. Son militaristas. Y muchos pueden cantar la Internacional pero creen más en el himno antiperuano de Yungay.

Por eso, ante la utopía romántica de una Cumbre de Desarme debemos ir al realismo. No se trata de decir que por ser un país pobre debemos permanecer desarmados. Ni pasar por la vergüenza de rematar cuarteles y licenciar a la tropa los fines de semana para ahorrar; y menos diezmar a las Fuerzas Armadas, invitando al retiro a infinitos oficiales competentes sin darles audiencia, dictándoles resoluciones inmotivadas, aplicando normas no publicadas en el diario oficial. Se ha eliminado arbitrariamente a la élite castrense, entre ellos, al general Rubén Alatrista, héroe del Cenepa. Y se hostilizó, agravió y enlodó a los héroes de Chavín de Huántar. Héroes aunque su hazaña haya acontecido en los días del siniestro Fujimori.

Los profanos toledistas quieren anular al Ejército de las decisiones castrenses para someterlas en la dimensión bélica al poder civil. Recordemos lo que pasó con la jefatura civil de Piérola en la batalla de Chorrillos, cuando los chilenos embriagados saqueaban y asesinaban en esa población, en enero de 1881. El coronel Canevaro le decía a Piérola: “Con mi fortuna y con mi vida le respondo a usted de que esta noche doy cuenta de los chilenos si me confía cinco a siete mil hombres para ir a sorprenderlos, en medio del desorden y borrachera que inevitablemente les habrá traído el saqueo de Chorrillos, y cuya prueba está allí en aquellas llamas que divisamos.”

De igual criterio era el coronel Cáceres. Piérola no aceptó. Como dice Químper en su manifiesto de mayo de 1881: “Piérola en Miraflores se portó valientemente como individuo; pero como director de la guerra hizo lo que en San Juan y en Chorrillos: no dio una orden ni se le ocurrió una idea”.

Una nación, un Estado, para seguir siéndolo, exige previamente que el territorio no sea mutilado ni avasallados los súbditos. Primero ser un Estado, luego socialistas. Recuerden: no limitamos con el Vaticano. El ejército chileno no es la Guardia suiza.