Ninguna acusación constitucional y mucho menos, cualquier adefesio escrito por algún asalariado oficialista, podrá borrar la sensación que prima en el ambiente que hay mucho gato encerrado en el tema del vídeo de arrepentimiento y la desaparición súbita de Carmen Burga, la testigo del tema de las firmas falsas en la inscripción de Perú Posible. Procurar, en maniobra ociosa, convertir en pararrayos a Rafael Rey, es una idiotez monumental.

Cuando un régimen acude a los artificios de la maña jurídica o de la picardía, demuestra poca verguenza y una dramática falta de argumentos serios o contundentes. Por el contrario hace gala de miseria, exhibe su orfandad y confiesa su endeblez con descaro de perdedores. Poco favor, si alguno, el que rábulas pretendan barnizar, vía estupideces en forma de párrafos, lo que todos reputan como acciones profundamente inmorales.

Rafael Rey no es cualquiera. Tengo profundas discrepancias con este congresista, desde su posición sectaria en asuntos de religión hasta su deprimente entreguismo en lo referido a la Convención del Mar. Le denuncié hace años en el programa de César Hildebrandt por viajar con dinero del Estado a la canonización del fascista Escrivá de Balaguer y él me acusó de “confusionista”. Sin embargo, la prueba de mi aserto fue mostrada, a posteriori, por Hildebrandt, ante el público nacional. Entonces escribí un artículo El pinocho Rafael Rey. Pero ¡en el tema de la testigo y los planillones trucados, sí tiene razón! ¡Y qué razón!

Pretender que el hacha fujimorista, colección de robos, coimas, estafas y monras, muy pronto a ser superadas, pende sobre todas las colectividades políticas, como excusa para decir que se investigue al resto y no sólo a PP, es una imbecilidad de esas que pasarán a la posteridad. ¡Quienes la profieren no sólo no creen en lo que dicen, sino que descaradamente, rinden culto al salario que reciben por la emisión de tales disparates!

Un dato estadístico: si el presidente Toledo tiene algo así como 5% de aceptación y siendo el factor, hacia arriba o abajo, de esa misma cifra, entonces, hay que inferir que la nada se ha convertido en patrimonio nacional. Ante ello, la humildad y la cabeza gacha, se imponen como normas de conducta. La insolencia de ignaros y de pillos, deviene en infortunado giro para un gobierno en caída libre.

Al margen de la amplísima convocatoria del paro en curso, aparte del disparate de la lista de lavandería que son sus principales “reclamos”, muy lejos de la estulticia de aquellos que sólo quieren marchar por la Plaza 2 de Mayo, hay un jalón de orejas -de repente el último- muy severo a la administración Toledo. Casi ya no hay duda que nos encaminamos a una Asamblea Constituyente y a un penoso final accidentado.

La picardía es un cáncer político. No otra cosa es lo que ha ocurrido durante toda nuestra vida republicana. ¡Qué desastre!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!