Cuando un mandatario lanza anzuelos y distrae, obtiene respiro, pero confiesa, a la vez, que su yerta soledad política es más grande que la de todos los peruanos. Ni los panegíricos a que están obligados los saltimbanquis con sueldo, pueden disimular lo que es una orfandad impresionante en calor popular, ideas de Estado, o, siquiera, cualquier principio razonable de supervivencia.

El presidente no es responsable porque la Constitución establece inmunidad. ¿Qué hay de sus adláteres? Cualquier régimen político próximo los va a seguir señalando como los fautores de la profunda corrupción que campea en los pagos gubernamentales y privados. Hasta cabe la posibilidad inverosímil que la mafia fujimorista asemeje a una cáfila de párvulos, sin perjuicio de recordar que aquella hacía sus negocios en dictadura y los actuales mediocres lo hacen al amparo de una supuesta democracia reconquistada.

El daño moral es sumamente profundo. Los más jóvenes aborrecen la corrupción connatural de los gobiernos de fuerza como el que capitanearan Fujimori y Montesinos. Pero ¿quién les explica porque hoy se repiten múltiples inconductas en una administración “democrática”? La conclusión peligrosa adviene lógica y maciza: ¡ni la democracia ni las dictaduras son compatibles con la limpieza pública!

Si a ello sumamos que las principales instituciones políticas como el Congreso, la prensa, el Poder Judicial, padecen un desprestigio abrumador, no hay Estado posible sino anarquía monumental donde cada quién lleva aguas para su molino. De manera que no hay posibilidad de proyecto nacional, menos de patria o nacionalidad y, sin duda, tampoco merecemos llamarnos país medianamente vivible.

La yerta soledad política conduce a un estadio en que el espejismo sustituye a la realidad y se maquillan cifras y porcentajes. El deseo se antepone a lo que ocurre y la proclama prevalece sobre duras e insalvables condiciones objetivas. El autismo político se apodera de los principales capitostes y éste es quebrado sólo cuando tienen que cobrar sus aparatosos sueldos cada quincena y fin de mes. Agoniza el régimen, pero engordan las cuentas bancarias.

A los políticos peruanos sólo interesa la repartija. El saber con cuánta participación tienen aquí o acullá. De qué modo protegen sus intereses por ínfimos que sean. Esa es la sensación que despiertan los cubileteos en el Congreso por tener esta u otra Comisión, aunque a la postre, ninguna sirva sino para justificar el tiempo y dar la impresión que trabajan. ¿Sirve el Parlamento para algo?

Antero Flores-Aráoz tiene una brillante oportunidad para demostrar don de mando y sagacidad. Si persiste en los aherrumbados moldes clásicos, se arruina él mismo y cualquier aspiración a posteriori. Si la bitácora troca en creación motivadora y gestos reales de enmienda, entonces, de repente, el Congreso, ayuda al país. Y esto es urgente de toda urgencia.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!