Las continuas como aparentemente sin explicación, arremetidas del congresista Gustavo Pacheco contra el canciller Manuel Rodríguez Cuadros, por pretextos más o menos, obedecerían a un esquema muy simple: promover el trueque de Fernando Olivera, actual embajador político en España, por el actual titular de Torre Tagle. No está demás recordar que Olivera, semanas atrás, espetó a quien no se sintiera contento en el gabinete, a su renuncia. Se refirió de ese modo grosero a expresiones que dijera Rodríguez Cuadros sobre los escándalos que sacudían al gabinete del presidente Toledo.

¿Qué ganaría el Perú con Olivera como canciller? ¡Poco, muy poco, todo deleznable! Pero a Olivera, demostrado está, le importa un bledo la política externa del país, la coyuntura internacional con Chile y Ecuador, en cambio sí propugna todo aquello que le proporcione réditos políticos de figuración en medios escritos, televisados y hablados.

Es el caso de una persona cuya megalomanía empuja hasta el suicidio las decisiones políticas y luego de sus numerosas hazañas en lugar de renunciar por dignidad y verguenza se aferra a cualquier cargo con tal de concitar la atención morbosa de ciertos medios que predican no la noticia sino el escándalo que poco beneficio trae a la cosa pública.

Pacheco es el elemento ideal para estas lides. Embiste con la furia del ignaro, acomete con torpeza de elefante en cristalería y por toda defensa sólo atina a decir que él vivió 13 años en Europa. Resulta comprobable, a ojos visto y a tenor de cuanto ridículo ha protagonizado, que esos 13 años no pasaron ni produjeron huella alguna en este sujeto. Por tanto, Pacheco cumple al pie de la letra cuanto le dicta el frívolo Fernando Olivera, uno de los políticos cuya carrera se basa en chismes, extorsiones, basura de alto calibre y muy poca verdad.

Ciertamente la situación peruana en su litigio de límites marítimos con Chile es de una delicadeza no muy bien entendida en los medios. Una funcionaria chilena de tercer nivel, enmienda la plana al canciller del Perú y sostiene que no hay ningún problema pendiente de límites entre su país y el nuestro. Y la historia registra, desde 1952, continuas claudicaciones por omisión de la Cancillería que, por más esfuerzo que pudiera emprender constructivamente Manuel Rodríguez, devienen ineficaces por el paso de los años y también por la fuerza de las cosas así establecidas y acostumbradas. No se olvide que Chile tradicionalmente alínea a Ecuador en cuanta emboscada tiende al Perú y para eso no hay ni unidad y menos una línea común de defensa de los intereses peruanos.

El acápite anterior serviría para los protervos fines de política subalterna que se trae entre manos Fernando Olivera. Además, Olivera no es conocido por su patriotismo, ha venido no pocas veces al Perú con encargos más o menos sospechosos de Telefónica del Perú, cuya sede central es España y eso le convierte en un personaje de muy poca, si alguna, calidad moral. Para Olivera, la vanidad deviene en un blasón y la mentira en un escudo para todo trance.

¿Cuánto pierde el Perú de ceder el presidente Toledo ante la añagaza estudiada e impulsada por su socio político Fernando Olivera? ¡Mucho, muchísimo! Dígase lo que se diga, Manuel Rodríguez Cuadros es un diplomático profesional que ha procurado, con no todo el éxito que se quisiera, reivindicar un sentido de política externa con cierta dignidad y conocimiento. Sus enemigos de la casa tradicional y conservadora a ultranza que es Torre Tagle no le han dejado avanzar del todo, la carencia de una prensa informada y nacionalista y la existencia clamorosa de irresponsables como Fernando Olivera, son signos de una tragedia que no tiene visos de resolverse a corto plazo, salvo soluciones radicales que promoverían que hasta el 95% de nuestros políticos se fueran directamente a sus casas a esperar el juicio popular y en no pocos casos el ajusticiamiento cívico de resultar sin votos ni respaldo de ninguna clase para cualquier justa electoral.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!