Allá por 1985, cuando accedió por vez primera a una diputación, Fernando Olivera fue bautizado como Popy, en alusión a un payaso mediocre que desde Venezuela había llegado al Perú buscándose la vida. Desde entonces, su nombre de combate fue ese y persiste hasta hoy. La justeza del término, por lo bufonesco del personaje, nunca pudo ser más exacto. Pocos días atrás, Popy el obsceno, confirmó su linaje grosero, palurdo e iletrado.

Debo rescatar otro de sus apelativos que en travesura indomeñable me permití regalarle con mucho aprecio: McM (Mono con Metralleta) haciendo homenaje a su imparable capacidad de proferir estupideces por donde pasa asemejando a un Midas al revés que en lugar de convertir en oro cuanto toca, lo pulveriza y envilece. McM Olivera tiene una rara virtud: ¡simboliza al político cunda, ruin, estridente, irresponsable, un verdadero patán ignorante!

¿Cómo puede este sujeto ser embajador del Perú en España? En realidad parece más representante de Telefónica de España en el Perú y no pocos logros de esa empresa acostumbrada a robarle a cientos de miles de usuarios, se deben a McM Olivera. En Torre Tagle, alguien se refirió a él llamándole simplemente: ¡cáncer! Me di cuenta entonces que ni siquiera en la aherrumbada casa en donde se refugian delincuentes como Alfonso Rivero Monsalve, hoy en misión oficial en Chile, soportan a un “embajador” político.

Más allá de un patán como McM Olivera, la pregunta va hacia el resto: ¿están felices los políticos de tener en éste a su representante más eximio? ¿qué están haciendo para devolver dignidad a la política? ¡Nada o casi nada! Carentes de ideas, proyectados al mínimo séquito de amigotes, queridas o parientes, los políticos se ahogan en su propia miasma mediocre. En este arte de navegar en el fango, McM Olivera, les gana a todos. El compite hacia los fondos abisales con sabiduría de profesional y habilidad suma cum laude. Los otros son émulos, tristes sombras de una práctica abominable.

La fauna política hiede por donde se la mire. Las excepciones, que felizmente las hay, son poquísimas. Hay un McM Olivera, pero también hay un Simio con Ruedas, pseudo especialista en derechos humanos, en Palacio. ¿Qué puede lograr un país con esta clase de estúpidos químicamente puros en puestos de importancia? Decir que algo, sería una exageración optimista.

En Argentina y en Ecuador las masas populares acuñaron un grito: ¡ninguno y que se vayan todos! Aquí hay que decir lo mismo. Los que tienen intención o carga de prueba a favor del pueblo, que demuestren su convicción en hechos y conductas. El resto, simplemente no sirve para nada. Cuando cobran sus quincenas o a fin de mes ¡le roban al pueblo! ¡Es decir, nos esquilman a todos! ¡Es hora de enterrarlos para siempre!

Pseudo moralizador, monumento a la estulticia, ingeniero de basura, clásico repetidor de monsergas, McM (Mono con Metralleta) Olivera, es el clímax de la antipolítica y constituye la mácula culposa de una descomposición pestífera.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!