Si hay algo, por desgracia, que supera sismos, altas y bajas de cualquier índole, es la constante degradación en que navegan las instituciones en el Perú. Una de ellas, el Congreso, el establo que llamaba Lenin, brilla por su mediocridad, refulge por su chatura y salvo unos pocos, la institución atraviesa por una crisis de la que ni Cristo podría salvarla. No sólo es cuestión de hombres, son prácticas aherrumbadas, viciosas, profundamente lesivas al interés nacional.

Nótese que el establo está pleno en acomodaticios, mediocres, buenos para nada, cuya única misión pareciera ser convertirse en titulares de una prensa que tampoco atraviesa el mejor de los momentos. Es casi una ecuación trágica: si las instituciones son mediocres y el Parlamento y la prensa lo son, entonces, ambas cargan con el lastre reprobable de una chatura sin límites, indolente con un pueblo que paga los platos rotos de todos los regímenes.

Se pensó que desalojando a la taifa gobernante de Perú Posible, entonces se abrían las compuertas creativas de imaginación y firmeza con el nuevo régimen conducido por Antero Florez-Aráoz, pero va decantándose el asunto y nada indica cambios, por el contrario, ¡más de lo mismo! pareciera ser la constante trágica en que ha hundido sus reales el Congreso. ¡Y eso sí que es deprimente!

Alguna vez, con esperanza, se quiso ver en el desalojo de las mesnadas gobiernistas, una chance creativa de retomar impulsos y hacer del Congreso uno creativo y audaz para borrar el sesgo continuista y mediocre que habían impuesto antes Ferrero Costa y Pease, pero, nada indica que tengan el más mínimo deseo de apartarse de los trillados y vulgares caminos que antes fueron la andadura grotesca de este conjunto que se llama Parlamento. Si a eso se le agrega la insolente bofetada que ganan lo que 20 ó 30 peruanos comunes obtienen por mucho más labor, entonces la incongruencia no puede ser más patética. ¡Como insultante!

Hay excepciones, ciertamente, pero son minorías que no consiguen, alejarse del todo de la mediocridad total que rodea al Congreso. Antaño los debates discurrían por avenidas de sabiduría, hoy se los ha reemplazado por tiempos limitados y por bostezos que pretenden ser discursos. Ayer príncipes de oratoria académica y combativa, hoy tartamudos que apenas si farfullan el castellano y del más replanero. La devaluación, fenómeno económico, también ha alcanzado al Congreso y no hay cómo rebatir esta afirmación comprobable a ojos vista.

¿Qué se puede hacer? Meter a todos los actuales congresistas en un saco y ponerles una cruz para no volver a elegirlos nunca más, sería una injusticia. Pero se salvan apenas 10 ó 12. No más. El resto merece irse a su casa y ser pasibles de un juicio de residencia. No pocos han aprovechado del cargo para privilegiar sus negocios y tiendas particulares. El interés del pueblo, del soberano votante, es una quimera. ¡Más aún, la tentación que se tiene que encandilar cada 5 años cada vez que hay elecciones! ¡Luego de eso, la novia que envejece mientras que los pretendientes engordan y se reproducen a costa de la bondad de tontas y tontos! ¡Qué desmadre mayúsculo!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!