Cuentan las crónicas que ayer en Arequipa, dos ministros, de profunda convicción anti-nacional, extranjerizantes y muy proclives a regalar lo que no es suyo, fueron sancionados a huevazo limpio por un grupo de jubilados. En efecto, Jaime Quijandría y Pedro Pablo Kuczynski, recibieron ejemplar castigo a su indigno comportamiento público. Lástima que así les hubieran arrojado cualquier otra cosa, nada hay en el horizonte que presagie que cualquiera de estos habría de cambiar su entreguismo claudicante.

Pero, hay que leer la entrelínea. Decía Piérola: ¡cuando se cierran las puertas de la legalidad, se abren las de la violencia! Si la prensa, en su casi totalidad y con excepciones mínimas, apoya con entusiasmo sospechoso la confiscación de los derechos adquiridos de los jubilados de la 20530 y lo propio ocurre en la televisión y la radio so pretexto que eso contribuirá a robustecer otros sectores, y eso genera que las noticias de las víctimas sean mínimas o distorsionadas, entonces, la gente opta por el camino directo de la barricada o la protesta callejera o puntual. Y el homenaje con huevos, de que fueron objeto Quijandría y Kuczynski, da pena porque esos alimentos pudieron servir para nutrir a gente valiosa y aún limpia.

Los pretextos para violentar los derechos adquiridos de los jubilados son múltiples. Casi todos reconocen en algunos abogángsters notorios, su factura y firma. Son los mismos que se enriquecen vendiendo monsergas y medrando con cualquier gobierno que pague sus abultadas facturas. No importa si dictatorial o democrático. Lo único que sí interesa es que sufraguen bien. En esto la ética no participa, estorba. Los Pascos, los Morales y otros son tristemente célebres.

Lo ridículo del asunto es que a la vuelta de muy pocos años, agotadas las vías nacionales de impugnación, es bastante seguro que el Estado peruano pierda la contienda porque no puede ir contra pactos internacionales que ha firmado con mucha anterioridad. Pero aquí no interesa el país, sí es importante que unos pocos delincuentes se llenen los bolsillos con cualquier pretexto.

Los partidos políticos están ingresando a una nebulosa ríspida. ¿Cómo así van a explicar a sus electores, entre los cuales hay cientos de miles de jubilados, que votaron contra ellos mismos y sus derechos? Ningún argumento es válido cuando se trata de perpetuar la presencia de unos pocos contra los derechos de unos muchos que empiezan el camino ineluctable de la despedida de la vida. He aquí un caso de tremendas consecuencias.

Sin perjuicio de la abundante literatura legal sobre los derechos legalmente adquiridos, hay otra implicancia sobre la que los grupos políticos guardan un abochornante silencio: ¿por causa de qué sí se zahieren y violan los derechos de los jubilados y no se roza siquiera a las transnacionales que también poseen los mismos derechos adquiridos a través de contratos tributarios y monsergas por el estilo? ¡La desigualdad en el trato no puede ser más patética. ¡Y abusiva! Entonces, ¿a los viejos con palo, pero a las transnacionales, con guantes de seda?

Este capítulo constituirá un caso a historiar en el futuro. Y la verguenza y la sinverguencería serán los jalones e hitos sobre los que caminar para la exégesis. ¡Qué infamia! Y ¿qué clase de políticos es la que tenemos? ¿merecemos esta carroña? ¡Lo dudo, lo dudo!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera1

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!