El ministro del TLC e Intereses Extranjeros -oficialmente de Comercio Exterior y Turismo-, (como lo ha definido con brillantez consuetudinaria Raúl Wiener), Alfredo Ferrero, informó que su portafolio, con entusiasmo dinámico, ha pedido al presidente Toledo el nombramiento de un procurador ad hoc para que explique a las sagradas vacas del Congreso norteamericano qué van a hacer en Perú para allanar todas las dificultades de sus empresas aquí y con el propósito constructivísimo de lograr el tan ansiado TLC. ¡Por cierto, antes que se vaya Robert Zoellick y que el ignaro y mendaz George Bush pierda las elecciones con John Kerry en noviembre!

Pareciera, según informan fuentes del mismísimo entorno del ministro del TLC e Intereses Extranjeros, Alfredo Ferrero, no sólo es el tema de las empresas, sino también los ríspidos e indignantes capítulos referidos a la impunidad a través de la Corte Internacional Penal, el apoyo a la “lucha contra el terrorismo”, el arancel cero para el algodón y el asunto de los medicamentos y derechos de autor, acápites sobre los cuales Estados Unidos exige un silencio cómplice militante y sólido. Por cierto, en Washington, hace pocos días, el susodicho ministro habría jurado y rejurado que Perú daría todo su indescriptible respaldo.

¿Son o se hacen? Si fuera el caso de fingir sometimiento, el ministro del TLC e Intereses Extranjeros, Alfredo Ferrero, y la pandilla de entreguistas que le acompañan y que suelen llamarse con pompa oronda “negociadores”, no podrían hacerlo mejor. Es decir, bajo el barniz de un lenguaje estupidizante que procura ser llamado tecnócrata y globalizador, sólo hay vasallos y ujieres pro domo sua. No se les puede reclamar nacionalismo constructivo ni patriotismo de ninguna especie porque se distinguen por carecer de tan elementales e imprescindibles condiciones. Son alabarderos del capitalismo salvaje y palafreneros dinámicos del lamentable ejercicio de regalar un país que no es suyo y por el cual no sienten sino su llamado cuando se trata de cobrar cada fin de mes.

Un funcionario importante de este régimen, honesto (algo muy raro, por cierto), me dijo semanas atrás: ¡el TLC es importante, sólo hay que saber cómo negociarlo! Y tenía razón. Pero se da el caso que el Perú no negocia, se entrega como odalisca insatisfecha, y como mujer de la calle en las postrimerías de su ejercicio público, hace cuanto puede para aparentar aquiescencia obediente y vilmente sumisa. En varias oportunidades, Ecuador y Colombia se han desmarcado de Perú porque les pareció asquerosa la postura de los payasos que se llaman “negociadores”. Tanto secretismo, juramentos y como en el dicho: nadar, nadar para morir en la playa.

Un TLC no compromete al gobierno, engrilleta al Estado. Y el Estado lo conforman 26 millones de peruanos que tendrán que asumir compromisos de los que sabe poco o nada. Los únicos que están haciendo de las suyas (en cualquiera de los sentidos) son los que tienen vela en este entierro y esos son los “negociadores” que no negocian, entregan y regalan lo ajeno. Hay que impulsar un juicio de residencia a todos los que están en el convite para evitar la impunidad que se enseñorea en nuestros pagos como si fuera la dueña de casa. ¡Qué desverguenza!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!