El sábado 23 mi hijo, (el único), Alonso llegó a los 15 años. Y no se me ocurre otra cosa que enviarle, aunque unos días después, una epístola, un mensaje, un consejo, acaso una reflexión de padre, de amigo, de hermano mayor. Comencemos con algo que ya me parece inevitable, este niño-hombre me va a superar, porque ya mide 1.75 cms. y aún le falta crecer. ¡El enano dentro de poco voy a ser yo!

Sin duda que a todos los muchachos y niñas del Perú que cumplieron su onomástico también el 23, mi abrazo cariñoso y mi ternura que, aunque lejana y desconocida para ellos, es la de cualquier padre que sabe cómo son los hijos y cómo es que ellos necesitan, por ahora, de la mano amiga, del hombro para sus penas y del grito fuerte cuando desquician todos los cánones normales de conducta. ¡Y que lo hacen con una felicidad, inverosímil para nosotros los más viejos!

Dicen que de raza le viene el galgo. Y en efecto, este año, Alonso estuvo este año en Chimbote, Trujillo y Huaraz. Viajó a La Merced y mientras que, para variar, me encontraba en Arequipa, me enteré de su “alucinante” accidente: el vehículo en que iba él, descarriló y se fue por una cuneta provocando la zozobra desesperante de padres, profesores, amigos y hermanos. Desde la Ciudad Blanca sólo podía comunicarme por teléfono y así fue. Y así lo graficó el recibo de pago que vino por una robusta suma. Pero no hay dinero que valga la información sobre el bienestar de cualquier hijo.

Aún más niño que hombre, Alonso discurre ya por las avenidas simpáticas de la afición por las señoritas que a esta edad muestran el esplendor presente que será el futuro promisorio de bellezas atractivas y convincentes. A veces le he pedido a Alonso que no me presente como papá sino como hermano mayor, de repente, así consigo una pegada que mis canas impiden porque mi edad es innegable. Pero la travesura conjunta delata una amistad que sobrepasa el cariño filial de padre a hijo.

Cuando me ha tocado repartir a la parvada de amigos de Alonso, a horas difíciles de la madrugada, la licencia de sus lenguajes me sorprende por lo altisonante y sincero. Los chicos de hoy hablan con una facilidad rosarios enteros de lisuras y malas palabras que en mi tiempo hubieran merecido sopapos sin explicación y puntapiés a lo Lolo Fernández. Es más, en una encuesta, promovida, sin la menor duda, por Alonso, fui calificado como “un papá de la pm” (usted deducirá el significado).

Pero el significado de otro nuevo año en salud y magnífico, pero superable, rendimiento escolar retratan a Alonso como un niño-hombre en camino de descubrir la vida tal como es. Por eso déjole que viaje y conozca, se entere y piense cuan dura es la realidad nacional de sus pares en el resto del país. El mismo me dijo luego de volver de Cusco el año pasado que quería más al Perú. Y le contesté que el ulular ventisquero de los cerros y de sus apus, son la constante en este país mestizo de pasado glorioso y que tendrá que ser por obra de las nuevas generaciones, una nación vivible, portentosa, creativa y heroica.

Para Alonso en sus quince novísimos años, un abrazo de padre, de amigo y de compañero cómplice y pícaro de no pocas de sus calaveradas. En él y en su juventud veo el destino esperanzado de un país lleno de corruptos. En él atisbo la llama incansable del amor que no debe cesar su tarea solidaria de igualdad y fraternidad con todos los peruanos. En él noto, por último, la herencia combativa e incansable y el marchamo que le dieron sus padres para pelear, pelear y pelear. Para él todo el cariño y todo el apoyo que pueda darle hasta el fin de mis días. Como los árboles, moriré de pie, orgulloso de un buen hijo.